Publiqué ayer en mis redes este post: “Por una política de autodefensa suelo no
contestar llamadas telefónicas cuyo número no tenga registrado. Si alguien nos
necesita con urgencia, pienso, para contactarnos antes de hablar tiene los
caminos del Whatsapp, chat de FB, SMS, mail, MD de Twitter y demás. Hoy, contra
mi costumbre, contesté una llamada proveniente de un número desconocido, el
5587416132. Se trataba de una extorsión con amenaza de secuestro. La voz de
angustia inicial fue tan sorpresiva que sí me asusté, y mucho, pero por suerte
pude maniobrar, corté rápido y comprobé que no pasaba nada mediante una llamada
a otro teléfono”.
Es la primera vez que me pasa
esto y se debió a un descuido, pues contesté a un número no almacenado en la
memoria del teléfono. La técnica del delito es bien conocida: de repente
recibí la llamada, contesté y por el auricular salió una voz angustiada en este
caso de mujer. Como horrorizada, soltó siete u ocho palabras que por
desagradables no reproduzco textualmente. Se trataba de un supuesto secuestro.
Luego, sin cortar la llamada, se puso al teléfono un sujeto que con voz firme
aseguraba tener a la víctima y poder lastimarla. Creo que maniobré bien para
suspender el diálogo y marcar, obvio, a otro número para asegurarme de que nada
había pasado.
La lógica de esas llamadas es
marcar para ver quién pica el anzuelo. Si le llaman a una persona sin hijos y la
primera frase que oye es “¡Papá, ayúdame!”, la extorsión se derrumba desde
allí. Pero si da la casualidad de que el tal papá es en efecto padre de una
joven, el oído tiende a asociar la voz querida con la voz embusteramente aterrorizada
que sale del auricular y luego seguir la conversación con el delincuente que sin
demora comienza a proferir amenazas y órdenes.
Yo oí la voz angustiada y de
inmediato hice la monstruosa asociación. Tres segundos después desperté del
aturdimiento para pensar que no, que esa no era la voz querida. Tras colgar y
certificar que todo estaba bien, saqué algunas conclusiones que supongo
cualquiera saca tras un sacudimiento de esta ruin naturaleza. El primero, y básico,
es no contestar jamás llamadas de números desconocidos, menos si proceden de
otras zonas y no tenemos mucho qué ver con lugares lejanos. El segundo, saber
que si alguna vez contestamos esas llamadas (por error, prisa o lo que sea)
conservar la calma y reflexionar de inmediato en el tono de la voz
supuestamente querida. El tercero, en caso de duda buscar pronto a la persona teóricamente
amenazada. El cuarto, denunciar de inmediato, al menos en la redes sociales, el
número. Y el quinto: instruir a la familia sobre la manera de actuar en estos y
otros casos.
Lo más importante, siempre, es
mantener la calma y poner los cinco sentidos en el asunto. Nunca es fácil, pero
ya estando en eso hay que intentarlo.