Llegué tarde al aprendizaje del náhuatl y acaso al
aprendizaje de todo, pero eso no es obstáculo para disfrutar algunas de sus
voces y considerarlas grato santo y seña de mexicanidad. Me gusta pues verlas
aparecer en casi cualquier diálogo mexicano y concluir secretamente que en el
comercio de esas palabras está buena parte de nuestra manera de comunicar. El
caso de esta lengua y su arraigo en un país, México, nos permite ver al paso que
la lengua vencedora no borra completamente la lengua del vencido: pese a que el
español se impuso, el náhuatl dejó una enorme cantidad de palabras que hasta la
fecha convive con nosotros y nos identifica.
Como bien lo sabemos, el español que traían Colón y sus
hombres muy pronto comenzó a poblarse de americanismos. Se dice que la primera
palabra del llamado “nuevo mundo” inmiscuida con el castellano —esto en el
Diario de Colón— fue “canoa”, pues el almirante vio desplazarse a los
aborígenes en almadías, hermosa palabra árabe, que renglones después sustituye con la palabra que oye a los nativos: canoa (hecha “del pie de un árbol, como
un barco luengo y todo de un pedazo. Remaban con una sola pala como de
fornero”, es decir, pala de hornero, de panadero). Como este sustantivo del
taíno, otros han sobrevivido: “huracán”, “maíz”, “macana”, “caníbal”, “tiburón”,
“hamaca”, todas palabras que pasaron a ser útiles en el castellano global.
Los pueblos originarios enriquecieron con algunas de sus
palabras al español, y el náhuatl no fue la excepción. Repito por ello con
frecuencia que el nahuatlismo más popular en el mundo es “chocolate”, dado que
el producto al que designa es de uso mundial. Lo mismo, siento, pasa con
“tomate”, y un poco menos con “chicle”, “aguacate” y “cacahuate”. Pienso que
gracias a una caricatura, la del correcaminos, el nahuatlismo “coyote” alcanzó una
presencia parecida. Similares a estos nahuatlismos, hay quechuismos famosos en
todo el mundo como “pampa” y “cancha”, o guaranismos también populares: “tucán”
y “maraca”. En este último caso, creo que la palabra guaraní más famosa en el
mundo es yaguareté, que occidentalizada ha llegado a ser una marca de carro:
“jaguar”. Para hacer este breve paseo me he ayudado de Historia de las palabras (Sudamericana, Buenos Aires, 2011),
delicioso libro de Daniel Balmaceda.
Un libro menos difícil de encontrar es el Diccionario del náhuatl en el español de
México (UNAM, México, 2008), coordinado por el maestro Carlos Montemayor.
Fue dividido en varias secciones, todas sumamente atractivas: “Sección de
nahuatlismos”, “Sección de herbolaria”, “Sección de toponimias” y “Sección de
dichos y refranes”. En la última, por ejemplo, aparecen frases como “Caerle a alguien
el chahuistle”, tan común entre nosotros cuando llega una visita inesperada o
sucede alguna calamidad. Con frases como esta nos entendemos bien en México.