El
viernes 30 de junio fui a ordeñar las últimas gotas de dinero que albergaba
para mí un cajero automático. Piqué todas las teclas habituales, digité la
cifra y luego apareció la leyenda de que no había fondos disponibles. Bueno,
pensé, voy a otro. Eso hice y al final, infructuosamente, recorrí tres.
Preocupado, pedí un estado de movimientos y en teoría me quedaban treinta pesos
en la de débito, o sea, un cajero me había tumbado ya la plata, pero sin
aflojarla. Quise llamar al banco. Pronto preferí no hacerlo, pues odio con odio
apache ese sistema, los laberintos para llegar por teléfono al servicio que
necesitamos y las voces embusteramente amables del call center. Preferí esperar un día e ir mejor a la sucursal del
banco.
Perdí
una parte de la mañana, mi sábado de supuesto descanso, en ese trance. Desde la
noche pensé, pues en otras ocasiones ya había vivido la experiencia, en llegar
temprano, tanto como se pudiera. Cuando al fin aterricé en la sucursal, una
cola enorme adornaba el exterior del establecimiento. Me coloqué en el extremo
de la fila y resignadamente esperé, como todos los presentes, el minuto de la
apertura. Sin haber desayunado ni café, estaba molesto y con la sensación de
que andar allí no me correspondía, pues iba a reclamar el dinero que me esfumó una
máquina. Pronto me apenó esa queja íntima: me fijé bien y vi que todos los que
formaban la abnegada fila eran ancianos empobrecidos, achacosos, hombres y
mujeres que vivían ese viacrucis por una migaja mensual.
Mientras
pasaban esos lentos minutos pude escuchar algunas quejas. El anciano que iba
antes de mí conversaba con el que a su vez iba delante de él. Dijo que tenía
dañadas las piernas, que sus rodillas apenas podían sostenerlo. Era alto,
delgado, canoso, temblaba. Inevitablemente pensé en la miserabilidad de las
instituciones públicas y privadas que sin piedad tratan así a los viejos y no
organizan un método menos sacrificado para que recojan sus pensiones. ¿Una sola
ventanilla para setenta ancianos? ¿Acaso no es posible escalonarlos para evitar
su agolpamiento al arranque del mes? ¿No es viable habilitar algún mecanismo
para que cobren en los Oxxos o algo parecido?
No
sé, no me dedico a eso. Lo único que sé es que aquellos hombres ya trabajaron
demasiado para ganar ahora una pensión magra que de paso les entregan como si
les hicieran un favor. Vaya país.