Los románticos —me refiero a los románticos de
antes, como Víctor Hugo y sus congéneres, no a los edulcorados de hoy—
hicieron mucho esfuerzo para que no se les notara la alegría. Ellos, se sabe,
crearon para la posteridad la imagen del artista atormentado, del creador cuyo
apasionamiento (en todos los órdenes de la vida, sea el del amor, el de la
política o el que fuera), se tomaba totalmente en serio y llegaba al extremo
del suicidio, en el caso del amor, o del heroísmo que los convertía en
mártires, en el caso del patriotismo.
Décadas y décadas han pasado y la asociación de
ideas prosigue: artista es igual a sujeto atormentado. Por supuesto, los
tiempos han cambiado mucho, ya no vivimos en el caldo social de los románticos
y el artista se da el lujo de que lo puedan ver sonriendo en sociedad. Sin
embargo, y esto lo creo sinceramente, el verdadero artista es un sujeto al que
por cualquier razón, la que sea, colectiva o individual, el mundo le duele por
dentro, como decía Piero de Benedictis. Esto no significa, claro, que cualquier sujeto
sensible, agudo a la hora de observar, pueda ser artista, pero sí que todo
artista ve la realidad humana y la halla imperfecta, demasiado mal hecha.
Ahí
está pues esa proclividad al enojo, a la tristeza, al rechazo. Lo prodigioso en
este caso es que de tal desacomodo nace la obra, como si la desdicha o la rabia
fueran combustibles necesarios para crear. Yupanqui, en “El aromo”, lo dijo en
dos versos referidos a esa planta, metáfora del hombre solo y apesadumbrado:
“Que en vez de morirse triste / se hace flores de sus penas”. Borges, por su
lado, tiene un soneto deslumbrante, uno de los que más me gustan de su fulgurante
catálogo, el que le dedica al poeta Enrique Banchs (en la imagen que encabeza
este post). Ahí está todo. En el poema, como en la realidad, Banchs es desdeñado
por una mujer. Sufre por eso, y Borges resume esa calamidad en estos versos
(prepárense para acceder a una maravilla): “Un hombre gris. La equívoca fortuna / hizo que una mujer no lo quisiera; / esa historia es la historia de
cualquiera / pero de cuantas hay
bajo la luna / es la que duele más. Habrá pensado / en quitarse la vida. No sabía / que esa espada, esa hiel, esa
agonía, / eran el talismán que le
fue dado / para alcanzar la página que vive /
más allá de la mano que la escribe /
y del alto cristal de catedrales. / Cumplida su
labor, fue oscuramente / un hombre que se pierde entre la gente; / nos
ha dejado cosas inmortales”.