sábado, febrero 11, 2017

El talismán que le fue dado




















Los románticos —me refiero a los románticos de antes, como Víctor Hugo y sus congéneres, no a los edulcorados de hoy— hicieron mucho esfuerzo para que no se les notara la alegría. Ellos, se sabe, crearon para la posteridad la imagen del artista atormentado, del creador cuyo apasionamiento (en todos los órdenes de la vida, sea el del amor, el de la política o el que fuera), se tomaba totalmente en serio y llegaba al extremo del suicidio, en el caso del amor, o del heroísmo que los convertía en mártires, en el caso del patriotismo.
Décadas y décadas han pasado y la asociación de ideas prosigue: artista es igual a sujeto atormentado. Por supuesto, los tiempos han cambiado mucho, ya no vivimos en el caldo social de los románticos y el artista se da el lujo de que lo puedan ver sonriendo en sociedad. Sin embargo, y esto lo creo sinceramente, el verdadero artista es un sujeto al que por cualquier razón, la que sea, colectiva o individual, el mundo le duele por dentro, como decía Piero de Benedictis. Esto no significa, claro, que cualquier sujeto sensible, agudo a la hora de observar, pueda ser artista, pero sí que todo artista ve la realidad humana y la halla imperfecta, demasiado mal hecha.
Ahí está pues esa proclividad al enojo, a la tristeza, al rechazo. Lo prodigioso en este caso es que de tal desacomodo nace la obra, como si la desdicha o la rabia fueran combustibles necesarios para crear. Yupanqui, en “El aromo”, lo dijo en dos versos referidos a esa planta, metáfora del hombre solo y apesadumbrado: “Que en vez de morirse triste / se hace flores de sus penas”. Borges, por su lado, tiene un soneto deslumbrante, uno de los que más me gustan de su fulgurante catálogo, el que le dedica al poeta Enrique Banchs (en la imagen que encabeza este post). Ahí está todo. En el poema, como en la realidad, Banchs es desdeñado por una mujer. Sufre por eso, y Borges resume esa calamidad en estos versos (prepárense para acceder a una maravilla): “Un hombre gris. La equívoca fortuna / hizo que una mujer no lo quisiera; / esa historia es la historia de cualquiera / pero de cuantas hay bajo la luna / es la que duele más. Habrá pensado / en quitarse la vida. No sabía / que esa espada, esa hiel, esa agonía, / eran el talismán que le fue dado / para alcanzar la página que vive / más allá de la mano que la escribe / y del alto cristal de catedrales. / Cumplida su labor, fue oscuramente / un hombre que se pierde entre la gente; / nos ha dejado cosas inmortales”.