Siempre que escucho la
frase “cultura general” recuerdo al actor Omar Fierro en la versión mexicana,
creo que transmitida por TV Azteca, del programa Jeopardy. Si recordamos, se trataba de un programa de concurso en
el que los invitados podían avanzar hasta el triunfo con base en sus respuestas
a las preguntas, supuestamente sesudas, planteadas por el conductor. Ha habido
y sigue habiendo decenas de programas de ese tipo, como el excelente Saber y ganar de la televisión española,
entre otros de muy variado calibre.
En el Jeopardy mencionado ocurrió una vez que
Fierro presentó a los concursantes y a cada uno le preguntó las obviedades de
rigor, el nombre, el lugar de nacimiento, la edad y alguna otra minucia. Lo que
jamás olvidé es que a uno de ellos le preguntó esto: “¿Te preparaste para venir
al programa?”, a lo que el concursante respondió que sí. Eso me pareció
insólito, pues es imposible prepararse para participar en un programa donde se
pone a prueba la cultura general. Si no se sabe qué preguntas le serán
formuladas, de qué puede estudiar, una o dos semanas antes, quien participa en
esas justas. A cierta edad, pues, la cultura general, saber un poco de todo o
casi todo, se tiene o no se tiene, y una semana o dos de macheteo no sirven
para nada si las ponemos al lado de una vida entera con curiosidad intelectual.
Por cultura general
debe entenderse entonces todo aquello que sabe un adulto con información promedio.
La delimitación de lo que es “saber” en este caso resulta muy borrosa, pero aseguro
que es posible distinguir a alguien con cultura general de alguien que no la
tiene. Pues bien, en la cultura general de los mexicanos más o menos informados
está saber cuáles son los artículos más importantes o más famosos de (lo que
queda de) la Constitución.
Esto no es parte de la
cultura general para los abogados ni para los legisladores, sino parte de su
cultura a secas. Pero sucede que, como se puede ver y oír en una pequeña
encuesta, ya viralizada, de la televisora Imagen, nuestros diputados no saben
ni lo básico sobre la Carta Magna y responden con notable imbecilidad, lo que
genera como consecuencia un espectáculo de pena ajena. Mi conclusión es simple:
también para eso pagamos impuestos, para mantener tarados en el Congreso de la
Unión.