Poco
después de los cuarenta, y peor luego de los cincuenta, nuestra infancia
contada a los jóvenes parece relato sobre la prehistoria al que nomás suelen
faltarle los terodáctilos. Los jóvenes no creen que existió una época sin
internet, sin celulares, sin Netflix. Así pues, sin querer queriendo, como dijo
un filósofo mexicano, incurro en el relato de vivencias relacionadas con mi
pasado, que es el pasado de cualquier coetáneo mío.
Cuento,
por ejemplo, y esto asombra a mis estudiantes, que en mi niñez, cuando rasguñaba
los cuatro o cinco años, sólo había programas de tele infantil en un horario
módico, apenas unas horas en las tardes. Les cuento que iba al cine los
domingos y allí veíamos tres películas, sobredosis fílmica que de todas maneras
nos parecía pichicatera. Les digo también que los trabajos escolares los
hacíamos, si bien nos iba, con alguna enciclopedia obsoleta y desmadrada, no
con Google o Wikipedia.
Algo
que los asombra (estoy exagerando, claro, pues ahora el asombro es un producto
más bien escaso) es lo que les cuento sobre la difusión y el consumo de
noticias. Les explico, por ejemplo, que la información deambulaba por el mundo
en cámara lenta si comparamos ese ritmo con el presente: los diarios tenían
tiempo para procesar la información, para jerarquizarla y luego difundirla.
Hoy, al contrario, todo esa cadena se ve comprimida, y no hay hecho programado
o fortuito que no sea cubierto-procesado-jerarquizado-difundido casi en el
mismo instante en el que se da.
Les
digo más, el fenómeno que he percibido desde hace algunos años, no muchos: hoy
los jóvenes se informan y se forman una opinión a partir de memes, acaso el
vehículo más rápido de nuestra época para hacer “periodismo”
informativo-opinativo. Yo mismo, que me sigo considerando lector ordinario de
noticias, me he sorprendido leyendo memes sin saber exactamente a qué noticia
se refieren, y luego sucede que ya no leo la noticia y malamente me conformo
con el meme, pues a cada uno lo desplaza otro con un frenesí poco apto para la
digestión humana.
No
puedo dudar de la eficacia del buen meme, además de valorar el hecho de que
implica una clara democratización del trabajo “periodístico”. Lo único que me
preocupa en este caso es que no pasemos de él, resignarnos a vivir la vida
entera en modo meme.