miércoles, febrero 22, 2017

Doña Gaby




















Vivo en un pequeño recoveco de cierto conjunto de departamentos ubicado en el segundo cuadro de la ciudad de Torreón. Es un lugar tranquilo en el que básicamente duermo, leo y escribo, en este placentero orden. Como todo mundo, salvo Robinson Crusoe, tengo vecinos. Ellos, como no todo mundo, son amables conmigo, y yo procuro reciprocarles igual trato. Cuando llegué a ese lugar, hace al menos cinco años, mi vecina de al lado me pidió un momento para presentarse. Dijo llamarse Gabriela Erdós Schwartz, y también dijo que le daba gusto que fuéramos vecinos, pues ella era, es, suscriptora de Milenio Laguna en su edición de papel, y allí me había leído. Aquel breve diálogo cerró de manera muy extraña, casi desconcertante para mí. La señora Erdós enfatizó su gusto por nuestra vecindad y remató con estas palabras: “Mire, yo lo leo cada que publica y ahora es mi vecino: Dios es así”.
La señora Erdós pronto pasó a ser doña Gaby, como le decimos todos en el minivecindario. Luego fui sabiendo un poco más sobre ella. Hija del científico húngaro Jósef Erdós, quien en la década de los cuarenta estableció su radicación definitiva en nuestro país, doña Gaby vivió muchos años en la Ciudad de México, donde participó como organizadora en innumerables actividades de carácter social, académico y altruista relacionadas, sobre todo, con los temas de la no violencia, los derechos humanos y la dignificación de la vida en la vejez.
Gracias a nuestros diálogos algo fugaces —pues siempre ando a las prisas— y por recortes de periódicos conservados por doña Gaby, sé que trabó amistad con personalidades de la política, la diplomacia, la academia y la beneficencia. Entre otros, con el abogado Ignacio Burgoa Orihuela, el divulgador científico Santiago Genovés, la escritora Amparo Dávila, el filólogo Ernesto de la Peña, el navegante Vital Alsar y la polígrafa Emma Godoy, entre muchos otros.
Madre de Sylvia y abuela de Geraldine, doña Gaby recibe frecuentes visitas de amigos y amigas que gustan escucharla, revivir en la conversación su larga experiencia como promotora de la cultura científica y la paz. Me enorgullece, por todo, ser su vecino y saber que ella pide por mi bienestar. También me enorgullece saber que hoy cumple noventa años, así que estas palabras no son una columna: son un abrazo a su cordialidad y su maravilloso ejemplo.