Vivo
en un pequeño recoveco de cierto conjunto de departamentos ubicado en el
segundo cuadro de la ciudad de Torreón. Es un lugar tranquilo en el que
básicamente duermo, leo y escribo, en este placentero orden. Como todo mundo, salvo Robinson Crusoe, tengo vecinos. Ellos, como no todo mundo, son amables conmigo,
y yo procuro reciprocarles igual trato. Cuando llegué a ese lugar, hace al
menos cinco años, mi vecina de al lado me pidió un momento para presentarse. Dijo
llamarse Gabriela Erdós Schwartz, y también dijo que le daba gusto que fuéramos
vecinos, pues ella era, es, suscriptora de Milenio
Laguna en su edición de papel, y allí me había leído. Aquel breve diálogo
cerró de manera muy extraña, casi desconcertante para mí. La señora Erdós
enfatizó su gusto por nuestra vecindad y remató con estas palabras: “Mire, yo
lo leo cada que publica y ahora es mi vecino: Dios es así”.
La
señora Erdós pronto pasó a ser doña Gaby, como le decimos todos en el minivecindario.
Luego fui sabiendo un poco más sobre ella. Hija del científico húngaro Jósef
Erdós, quien en la década de los cuarenta estableció su radicación definitiva
en nuestro país, doña Gaby vivió muchos años en la Ciudad de México, donde
participó como organizadora en innumerables actividades de carácter social, académico
y altruista relacionadas, sobre todo, con los temas de la no violencia, los
derechos humanos y la dignificación de la vida en la vejez.
Gracias
a nuestros diálogos algo fugaces —pues siempre ando a las prisas— y por recortes
de periódicos conservados por doña Gaby, sé que trabó amistad con
personalidades de la política, la diplomacia, la academia y la beneficencia.
Entre otros, con el abogado Ignacio Burgoa Orihuela, el divulgador científico Santiago
Genovés, la escritora Amparo Dávila, el filólogo Ernesto de la Peña, el
navegante Vital Alsar y la polígrafa Emma Godoy, entre muchos otros.
Madre
de Sylvia y abuela de Geraldine, doña Gaby recibe frecuentes visitas de amigos
y amigas que gustan escucharla, revivir en la conversación su larga experiencia
como promotora de la cultura científica y la paz. Me enorgullece, por todo, ser
su vecino y saber que ella pide por mi bienestar. También me enorgullece saber
que hoy cumple noventa años, así que estas palabras no son una columna: son un
abrazo a su cordialidad y su maravilloso ejemplo.