La
primera pregunta que salta como pulga es ésta: ¿por qué los asesores de la
presidencia permitieron la entrevista de Raúl Araiza y Andrea Legarreta con el
más importante usuario de gel en nuestro país? Era obvio que ante el
insignificante nivel de los periodistas hechos al vapor el encuentro se
convertiría en una burla nacional gracias sobre todo a las redes sociales,
espacios ideales para el desahogo de frustraciones en matriz chistoretera. El
diálogo era, entonces, un meme cantadito, automático, la más sencilla forma de
exponer al político del Palazuelos style.
Desarmados,
ajenos por completo a la retórica (al menos a la retórica) del mundillo
político, los entrevistadores hicieron un titánico esfuerzo por ponerse serios,
tanto como la ocasión lo ameritaba. Portaron incluso ropa ad hoc, oscura, sobria, el atuendo ideal para dar el gatazo. Tanto
Araiza como Legarreta, conductores del programa Hoy, escucharon al hijo predilecto de Atlacomulco con cara de
interés, como si en realidad estuvieran siendo persuadidos por un gran
estadista. Hicieron incluso algunas preguntas de algodón azucarado, preguntas
que el residente de Los Pinos respondió con mecánica fluidez y convencida superficialidad,
con el tono nada técnico de quien evidentemente no sabe nada a fondo y sólo
recita un mensaje esperanzador.
Nada,
pues, de miga hubo en la conversación. Ni los chicos prendidísimos del programa
Hoy ni Peña Nieto se colocaron en un
punto de exigencia correspondiente con el tema abordado. Se puede pensar, es
obvio, que el horario del programa no permitía jiribilla política de mayor
calibre, dado que en teoría la teleaudiencia de Hoy no es precisamente la más interesada en discutir los problemas
de la patria. Pero no: simplemente no había más voltaje.
Luego
entonces, ¿para qué va EPN a un programa caracterizado por el chacoteo en torno
a las telenovelas, el espectáculo y uno que otro consejo práctico para vivir bonito?
Pese a las burlas seguras, el Ejecutivo asistió a la entrevista baja en
calorías porque de alguna forma este tipo de encuentros lo colocan como
principal usufructuario político de las reformas. Aunque menciona que los
cambios han sido construidos por consenso de los legisladores, se apersona en
programas de audiencia soft con el objetivo
de visibilizar los ánimos de transformación que según el actual régimen nos
sacarán por fin, ahora sí, definitivamente, sin dada, con total certeza, del agujero
negro en el que por motivos casi arcanos, y no por sujetos similares a EPN,
llegamos a caer como el buey en la barranca.
La
renovada vocación mediática de Peña Nieto no estará en este caso, por supuesto,
aparejada con la democratización periodística de su figura. En otras palabras,
hará los anuncios propagandísticos y aparecerá sólo en los programas de
televisión que garanticen preguntas y respuestas confortables, nada espinosas.
Como los temas relacionados con las reformas, además, demandan un conocimiento
técnico de que EPN carece, el imperativo propagandístico será exponerlo sólo en
los sitios donde pueda repetir la cantilena triunfalista que ya oyeron, más
obligados que de ganas, Andrea Legarreta y Raúl Araiza en el inocuo programa Hoy.