sábado, agosto 30, 2014

La doctrina Zuckermann













Si nos atenemos a la doctrina Zuckermann, todos los recursos que el Estado invierte en cultura deben ser destinados a paliar las necesidades de los más pobres. La trampa es demagógica y por tanto obvia: que no se gaste dinero en libros porque en el México de hoy hay millones y millones de pobres que no tienen comida, luz, agua, salud, vivienda y demás. Cierren el Conaculta, apaguen la señal del Canal 22, tumben el edificio del Fondo de Cultura Económica, que la plata allí invertida sólo sirve para acariciar a los clasemedieros urgidos de una barnizadita intelectual. La medida no es, piensa, tan grave, pues el mercado e internet llenarán las lagunas culturales dejadas por el Estado y se encargarán de satisfacer la demanda de productos artísticos y educativos, de libros en el caso que nos ocupa.
Como sabemos, Leo Zuckermann escribió el jueves pasado un comentario (“¿Se justificala existencia del Fondo de Cultura Económica?”) en el que propuso, sin broma mediante, la desaparición del FCE. Señaló que esta editorial ya había cumplido su labor, y que ahora muchas de sus publicaciones pueden ser halladas con facilidad en internet o serán prontamente impresas en sellos comerciales. La respuesta a tal disparate no se hizo esperar sobre todo en las redes sociales. ¿Cómo, se preguntaban los tuiteros, va en serio lo que propone el columnista de Excélsior? Y como al parecer no había migaja de choro en la propuesta zuckermanniana, zumbó de todo en internet: desde insultos hasta ironías, desde burlas hasta enconadas mentadas de máuser.
Que yo recuerde, nadie en la historia del FCE desde que lo fundó Cosío Villegas —ni siquiera en los tiempos fascistizados de Díaz Ordaz o Calderón Hinojosa— había tenido la ocurrencia de ahorrar algunos pesos en libros para pasarlos misericordiosamente al rubro “atención a la pobreza extrema”. Por eso mismo despertó inquietud que un intelectual, con razonamientos infantiles de pesos y centavos, planteara el cierre de una de las editoriales más importantes del mundo hispanoleyente. La propuesta hubiera sido tomada con naturalidad, no sé, de haber sido escrita por Pepillo Origel o el Perro Bermúdez, pero la dijo un tipo cuya vinculación con los libros y la cultura en apariencia es sólida. Eso fue lo que desconcertó, aunque ahora es frecuente que por devoción al mercado muchos lo supongan panacea y digan lo que sea con tal de rendir tributo al tótem de la ganancia.
Soy, como Zuckermann, de los muchos mexicanos privilegiados por las ediciones del FCE. Creo que es el sello editorial que más abunda en mi nutrida biblioteca y no es mentira ni exageración si digo que para alguien que, como yo, no heredó libros, que no tuvo las ventajas de vivir en una metrópoli importante ni estudiar en el extranjero, el FCE ha sido una especie de universidad en casa, la mejor que he podido hacerme sin gastar tanto dinero. Supongo que muchos más están en mi caso, y nomás por eso nos parece estulto pensar en la clausura de una institución cultural con ese peso. Y si la cierran, ¿los sellos comerciales publicarían lo que deje de imprimir el FCE? Nomás con reflexionar en los sitios donde es publicada la poesía (casi todos instituciones públicas) se da uno cabal cuenta de que el mercado no llenaría el hueco. Y lo mismo pasaría con muchos disciplinas culturales y científicas más, pues no venden y sólo tienen como válvula los sellos públicos, entre ellos el del FCE, acaso el más importante entre nosotros.
El razonamiento sobre las bondades de la publicación comercial me lleva a pensar, por ejemplo, en la televisión cultural. Si lo que dice Zuckermann es correcto, que cierren también el Canal 22 y el Canal 11, pues su programación pronto puede ser asumida por Televisa y TV Azteca.
El columnista critica el servicio que rinde el FCE a la clase media y piensa por ello que el gasto de dinero público es imprudente. Con mentalidad asistencialista, no cree en la cultura como factor de cambio social, sino en la dadivosidad al menesteroso, esa dadivosidad que por cierto jamás ha resuelto nada en las instancias electoreras de “desarrollo social”.