Los
mexicanos que ya peinamos muchas o pocas canas recordamos como si fuera ayer el
sexenio cómico-trágico-musical de José López Portillo (“musical” porque la hija
de este presidente grabó un disco). Fue un sexenio oscuro, lleno de tropiezos,
amargo hasta lo intragable —como todos, de hecho—, aunque marcado por la
peculiar e involuntariamente chistosa retórica del primer mandatario. A quienes
no sumaron su voz al coro del triunfalismo y vieron que en el futuro sólo había
nuevos nubarrones, Jolopo los llamó, para la historia, “agoreros del desastre”.
Pues bien, los susodichos no se equivocaron: el desastre sobrevino y aquel patilludo
sexenio terminó en las peores condiciones imaginables.
Luego
ocurrió que De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón siguieron cantándose
alabanzas y en todos los casos, obvio, hubo agoreros que pronosticaron los
desastres. Lo extraño del caso es la infalibilidad de los vaticinios, como si
todos los agoreros tuvieran la puntería de Guillermo Tell. Lo que pasa es que
más allá del tino, es relativamente fácil anticipar lesiones al país cuando es
gobernado así, con políticas antipopulares, de espaldas al ciudadano, como si
el país y sus enormes riquezas fueran patrimonio exclusivo de unos cuantos y no
un espacio propicio para impulsar políticas públicas con un sentido
indeclinablemente social, justo y generoso.
Y
no. Los intereses de pocos han sido siempre puestos por encima de la mayoría y
por eso en el México actual reina lo menos parecido al bienestar. Por esto, pese
al país venturoso que ayer nos dibujó el mensaje a la nación de Peña Nieto, la
realidad se obstina en mostrar sus horrendas turbulencias. ¿Es, en consecuencia,
disparatado calzarnos la casaca de agoreros del desastre frente al gobierno que
hoy nos está salvando del apocalipsis? Mi respuesta es no.
Por
su partido, sus intereses cercanos y lo que siempre ha querido EU para México
es cabalmente imposible que el grupo político gobernante nos saque del hoyo
negro. Las reformas salvadoras están pues condenadas a ser un ingrato recuerdo,
como lo son ahora todos los remedios maravillosos que otros presidentes nos
meroliquearon y nos vendieron y al final terminaron en rapiña. Por eso
provocaron reacciones de indignación que derivaron en movimientos sociales
(1988 y 2006) cuyos desenlaces bien conocemos: un par de fraudes que han
abierto nuevos márgenes a reacomodos y manipulaciones, al reciclamiento de mesianismos
que a su vez dan tiempo para seguir con el saqueo.
Pero
así como existen los agoreros del desastre que sin despeinarse anticipan
catástrofes que nunca fallan, en México no escasean los (me atrevo a
denominarlos así) agoreros a toro pasado. Son aquellos que sólo ven defectos en
la maquinaria del gobierno federal cuando ese gobierno ya quedó atrás, cuando
ya sus cabecillas vacacionan en Dublín, en Miami, en Boston o donde sea, pero
siempre lejos del ya de por sí tullido brazo de la justicia mexicana. Un
ejemplo: durante la administración genocida de Felipe Calderón fue evidente que
su lugarteniente, Genaro García Luna, estaba implicado en crímenes de lesa
humanidad. Los señalamientos en contra de ese despiadado funcionario no
cesaron, pero era intocable, tanto como el mismo usurpador de la presidencia.
Uno de sus pequeños ilícitos, el montaje para atrapar a la banda de Los Zodiaco,
pasó por Televisa “en vivo” hacia diciembre de 2005. Ni eso ni nada movió los
hilos del poder para destituirlo de la SSP calderonista. Loret de Mola, eso sí,
cuando había pasado el toro, es decir, siete años después, en enero de 2013, ya
en el peñanietismo, reconoció con espléndida firmeza que aquello fue un
montaje.
Como
este ejemplo hay muchísimos, lo que obliga a pensar que en el fondo todos somos
agoreros del desastre. La única diferencia es que unos lo son en tiempo real y
otros en cámara Phantom, ya cuando el toro está muy lejos.