sábado, septiembre 20, 2014

Adiós a la privacidad















Hasta antes de la llegada de internet, y particularmente de la aparición allí de sus redes sociales, la vida privada era realmente privada, patrimonio casi exclusivo de quien la vivía. Claro que la compartíamos con familiares y amigos, siempre con personas que tenían nombre, apellido, rostro, una entidad tangible. Se daba, sí, el caso del chismorreo a nuestras espaldas, la intromisión en nuestras vidas de curiosos o enemigos; sin embargo, esto quedaba en un ámbito más o menos pequeño y controlable, también concreto: el barrio, la escuela, la oficina, el club. Fuera de esos espacios, era muy difícil que los chismes se desbordaran y llegaran a mucho. La mayor o menor privacidad también dependía, obvio, de la visibilidad social. Los políticos, los deportistas, los “famosos” eran (son y seguirán siendo) el objetivo favorito de la persecución, así que en el pasado preinternético eran blanco ideal del acoso a su privacidad y de lo que en México denominamos “periodicazo”. De vez en cuando, sin muchas pruebas a la mano, la vida privada de un sujeto prominente era balconeada por los medios, puesta al sol como un trapito.
Con internet, hoy, la vida privada prácticamente ha desaparecido o al menos debemos entenderla de otra forma, redimensionarla. Por voluntad propia, muchos exponen mensajes e imágenes que al insertarse en la red escapan de su control, ya no les pertenecen. El problema no es ése, pues de alguna forma el usuario de una cuenta sabe si expone a cuentagotas o en torrentes su privacidad. El problema radica más bien en lo que todo usuario no quisiera mostrar y de todos modos no queda completamente bajo su control. Me refiero, claro, a los discos duros, a las memorias, a las permanentes huellas que deja cualquier contacto con las nuevas tecnologías de la comunicación personal. Si uno cree, con crasa ingenuidad, que tiene vida privada, basta desafiar a cualquier hacker de medio pelo para comprobar que la privacidad total sólo podría gozarla hoy algún Robinson Crusoe contemporáneo, y tal vez ni él, pues las cámaras y los micrófonos ahora están en todos lados, indetenibles en su afán de capturarlo todo.
La preocupación, empero, no debe devorarnos si no andamos en el desfile de la fama pública. El problema lo tienen quienes por alguna razón son ubicados como sujetos de interés, potencialmente favorables o peligrosos al Big Brother. Si no, basta leer que “El espionaje a gran escala realizado por los servicios de inteligencia estadunidenses comienza a tener impacto sobre la democracia y la libertad de prensa, en virtud de que las revelaciones acerca de cómo las autoridades pueden rastrear personas por medio de teléfonos, correos y otros registros electrónicos dificultan a los periodistas reportar sobre lo que hacen los gobiernos, aseguraron hoy la Unión Estadunidense por los Derechos Civiles (ACLU) y Human Rights Watch (HRW) (AP, 29 de julio). O: “‘En 2007, el gobierno estadunidense enmendó una ley, para exigir información de los usuarios, a quienes ofrecen servicios en línea. Nos rehusamos a acatar con lo que percibimos era una vigilancia inconstitucional y demasiado extendida, y retamos a la autoridad del gobierno de Estados Unidos’, se lee en un comunicado de Yahoo”. La negativa de Yahoo no prosperó y “la corte le ordenó que le diera al gobierno estadounidense los datos de los usuarios que requería”.
En resumen, la invasividad está más que legalizada en EU y, dado esto, todo lo que queda resguardado en los servicios de correo electrónico, blogs, webs, telefonía celular o redes sociales puede ser usado por terceros sin rostro para  lo que sea, aunque es de suponer que no será para exaltar virtudes o algo que se le parezca, sino para anular o destruir.