El
estereotipo del escritor generalmente lo aleja de ciertas aficiones
consideradas poco edificantes, como el box. Hay sin embargo muchos aporreadores
de teclados que simpatizan, algunos hasta el fanatismo, con el arte de las
narices chatas y las orejas de etcétera. Recuerdo, entre los más famosos, al
centenario Cortázar o a Norman Mailer, quienes en su momento escribieron
páginas valiosas sobre pugilismo. En México, no escasearon antes ni escasean
ahora los escritores que con genuino interés ven y escriben sobre el tema, como
Ricardo Garibay, Luis Spota, Gilberto Prado, Rodrigo Márquez Tizano, Mauricio
Salvador, Rodrigo Castillo y el que me ocupa en estos párrafos: Alejandro
Toledo.
Periodista,
ensayista y narrador, Toledo (Ciudad de México, 1963) tiene una amplia
producción bibliográfica en su flanco temáticamente literario: Josefina Vicens: los márgenes de la palabra,
Cuento mexicano/cuento hispanoamericano: conversaciones con Luis Leal y Seymour
Menton, La fidelidad del relámpago: conversaciones con Roberto Juarroz,
Aperturas sobre el extrañamiento, Creación y poder: nueve retratos de
intelectuales, Los márgenes de la palabra, Dujardin y el monólogo interior,
Atardecer con lluvia, Cuaderno de viaje y Lectario de narrativa mexicana. Cito esta lista de títulos con el
fin de evidenciar que la exigencia crítica es la base del trabajo que define la
trayectoria de Toledo, lo que, sin embargo, no lo ha puesto lejos de un gusto
que a simple vista parecería distante: el box.
En
De puño y letra. Historias de boxeadores (Ficticia, 2005) encontramos la mejor
guardia de cronista y entrevistador que hay en Toledo. Ahora que bien o mal el
box ha cobrado nuevo impulso gracias a las transmisiones en señal abierta y al
tomaidaca entre Televisa y TV Azteca, no estaría mal que los aficionados al uppercut le echaran un vistazo al libro
de Toledo. Creo que se trata de un mosaico digno de observación, pues con el
estilo sobrio y ágil del periodismo indaga en la vida y en la obra de varios
pugilistas mexicanos y del casi mexicano De la Hoya.
El
libro ha sido armado en nueve rounds, cada uno con un reportaje en el que
destacan, como ya dije, los recursos de la crónica y la entrevista. Hábil
conversador, Toledo interroga a los personajes y nos trae de ellos el fluido de
sus recuerdos. El primer texto, por ejemplo, es sorprendente, pues pone a
dialogar a la boxeadora Laura Serrano con Jaime Sabines. Nos enteramos que ella
también escribe versos. Luego de escucharla leer un poema, Sabines le
recomienda: “Para llegar a ser buen poeta se necesita trabajo, oficio,
disciplina. Como aprendiste a boxear, así hay que aprender a escribir”.
Luego
de recorrer los tiempos de gloria del boxeo en el DF (“Cuando la ciudad se
ponía los guantes”), Toledo trabaja sobre la figura ya legendaria de Salvador
Sánchez. Va a Santiago Tianguistenco, el pueblo natal del campeón, en el
aniversario quince de su fatalidad. La estampa es conmovedora, entrevista a los
padres de Sal Sánchez y uno como lector/aficionado sale de estas páginas con la
misma pregunta de aquella vez: ¿Por qué se fue tan joven?
En
seguida asistimos a los rounds con Ladislao Mijangos (el peso pesado mexicano
que se atrevió a pelear contra el monstruo Foreman), Daniel Zaragoza, Julio
César Chávez (a quien le hizo marcaje personal durante mucho tiempo), Óscar de
la Hoya, Miguel Ángel González y el Finito
López.
De puño y letra cierra con un
acercamiento a tres mánagers de época: Jesús Rivero, Cristóbal Rosas e Ignacio
Beristáin, hacedores de campeones. Contiene, además, un apartado fotográfico de
Víctor Mendiola. O sea, es un libro que recorre mucha lona y la recorre muy
bien, siempre con elegante bending.