Murió de viejo, a los 85,
solo, viudo, en su cama y convertido en una pasita de ser humano. No puede
decirse que haya vivido con lujos, jamás los tuvo, pues en sus mejores épocas
pagaban nada o casi nada aunque fueras una estrella y jugaras como príncipe y con
tu equipo encima, en la espalda. Don Manuel “Araña” Bustamante lo fue, fue
estrella. Regional, pero lo fue. Aunque eran otros tiempos. Allí sí se jugaba,
como dicen, por amor al arte, un arte que en este caso era el futbol. Se vivía
entonces de otros trabajos, no del deporte aunque le llamaran “profesional”.
Claro que les pagaban, pero digamos que con lo que se echaban al bolsillo se
hacían de algo, de una casa o un carrito nomás, apenas de lo necesario para
retirarse con cualquier cosa en las manos, no como ahora que en una o dos
temporadas en primera hacen lo que no soñaban hacer los jugadores de
antes en toda su vida. Bueno, pero no me pierdo. Decía que don Manuel murió de viejo, solo pero
muy querido. Enviudó a los setenta, cuando ya no podía caminar. Había tenido un
hijo que murió joven, en un accidente allá por Piedras Negras. El caso es que
al quedar solo todos pensaban, quizá hasta él, que su vida también se apagaría,
pero sobrevivió. Sobrevivió quince años. Lo asombroso es que no tenía nada, ni
trabajo ni pensión ni familia ni nada, y aguantó porque en 1960 anotó un gol
que salvó a nuestro equipo de caer en la segunda división. No hay video, no hay
nada que lo testimonie, ni una foto siquiera, pero dicen los que vieron eso que
ya nos íbamos a la segunda, faltaba tal vez un minuto para que pitara el
árbitro cuando don Manuel, en aquel tiempo de treinta años a lo mucho, tomó un
balón rebotado en media cancha, se quitó a dos cabrones con una finta, luego se
llevó al último defensa con una carrera corta en diagonal, por su lado
derecho, y cuando el portero enemigo le salió, ambos como máquinas de tren,
frente a frente, don Manuel metió la pierna con todos los güevos del universo,
se estrelló contra el arquero y tras el choque el baloncito de gajos salió como
tornillo hacia la portería. Y claro, fue gol. Cuentan que los aficionados
nuestros, que hicieron el viaje hasta Morelos con una mínima esperanza de
sobrevivir como visitantes, celebraron aquello como si hubiéramos ganado una
guerra contra Estados Unidos. Don Manuel llegó a nuestra región y ya jamás
perdió el respeto de la gente, sobre todo de la que vivía en su barrio. Al
enviudar, postrado y con achaques crecientes, no faltó que los vecinos le
llevaran permanentemente de comer, o le ayudaran con su aseo, o le acercaran un
doctor para sus revisiones.
Sin saberlo, hacía poco más de cincuenta años que
don Manuel “Araña” Bustamante amarró la pensión de su vejez con un gol salvador,
uno de esos pepinos que caen a punta de riñón, a pura dignidad, metidos con el
alma, no con el pie.