Los caminos
de la fama pública, bien se sabe, son innumerables. En el caso de Gabriel
García Márquez ha sido la novela el género que más prestigio le ha granjeado,
pero no es posible olvidar que una considerable cuota de reconocimiento se la
han obsequiado los lectores gracias a la labor del colombiano en el cuento (Doce
cuentos peregrinos, que luego mudaría de título a Extraños peregrinos),
en la crónica (Cuando era feliz e indocumentado), en el reportaje (Miguel
Littin clandestino en Chile), en la columna (Textos costeños) y en
la autobiografía (Vivir para contarla). Además de eso, ya de por sí
abrumador, el Nobel 1982 se ha dado tiempo para autorizar a las casas
editoriales la publicación de libros en donde frontal u oblicuamente toca un
género apendicular de la narrativa: el guion.
La bendita
manía de contar no es, obvio, un libro
capital en la producción garciamarqueciana, ni siquiera es posible anotarlo en
su ya copiosa lista de títulos imprescindibles, la que encabeza Cien años de
soledad. Es, en cambio, un libro periférico, una de esas obras que engordan
la bibliografía de un autor sin agregarle demasiados nutrientes, una de esas
obras que satisfacen la voracidad del mercado editorial hoy acostumbrado a
publicar, si se trata de un famoso, lo que sea, absolutamente lo que sea.
Pese a
ello, La bendita manía de contar puede ofrecer, como sus congéneres Cómo
se cuenta un cuento y Me alquilo para soñar, una idea de lo que
ocurría al interior de los talleres de guionismo coordinados por García Márquez,
y no es inoportuno señalar que sus lectores primarios son aquellos escritores
que comienzan la escalada de armar guiones de carácter narrativo, obras que
serán el punto de arranque para la producción de televisión y cine.
El libro
contiene una introducción de ggm,
cuatro partes a su vez divididas en nueve segmentos y un breve anexo donde se
enumera a los integrantes del taller, entre los que destaca el cubano Senel
Paz. En la entrada es el propio colombiano quien explica a qué se refiere con
“la manía de contar”, rasgo que deberán tener los que aspiren a trabajar en el
sacrificado mundo del guionismo. Para empezar, observa a sus talleristas: “Siguen pensando en términos
de imagen, estructuras dramáticas, escenas y secuencias, ¿no es así? Pues bien:
olvídenlo. Estamos aquí para contar historias. Lo que nos interesa aprender
aquí es cómo se arma un relato, cómo se cuenta un cuento. Me pregunto, sin
embargo, hablando con entera franqueza, si eso es algo que se puede aprender.
No quisiera descorazonar a nadie, pero estoy convencido de que el mundo se
divide entre los que saben contar historias y los que no (...) Lo que quiero
decir es que el cuentero nace, no se hace. Claro que el don no basta. A quien
sólo tiene la aptitud, pero no el oficio, le falta mucho todavía: cultura,
técnica, experiencia... Eso sí, posee lo principal. Es algo que recibió de la
familia, probablemente, no sé si por la vía de los genes o de las
conversaciones de sobremesa”.
García
Márquez describe, en general, la vocación del narrador nato, para luego
particularizar en la del guionista. Esta introducción, como todo el libro, ha
sido transcrita directamente de las sesiones del taller, así que tiene el tono
campechano y desenfadado característico en la conversación del Nobel. Al
dirigirse a los sesionantes, la voz del colombiano se despoja de
almidonamientos y explica los secretos del oficio como si conversara en el
café. Así, describe por ejemplo que “Para nada se necesita más humildad en este
mundo que para ejercer con dignidad el oficio de guionista. Se trata de un
trabajo creador que es también un trabajo subalterno. Desde que uno
empieza a escribir sabe que esa historia, una vez terminada, y sobre todo una
vez filmada, ya no será suya”.
Cada
segmento de La bendita manía de contar encierra pasajes de las
reuniones en las que el autor de El amor en los tiempos del cólera
dialoga con sus discípulos en torno a la confección de historias. La dinámica
es sencilla, y la organización formal del libro la refleja con mucha claridad:
cada participante asume la voz con libertad, y aunque uno supone que el
moderador de esas reuniones es García Márquez, él queda inmerso en la
conversación y aparece como un interlocutor más, acaso el más experimentado y
brillante, pero con una voz que no sofoca la de sus alumnos.
Hay muchos
puntos muertos en el libro, participaciones cuya omisión no sería gravosa, pero
en todo momento no deja de latir el interés gracias a que los talleristas y su
maestro arman verdaderas polémicas en torno a las historias que tratan de
articular; lo principal allí es ver la pertinencia de una acción, de un
personaje, la necesidad de buscar el inicio y el final de una anécdota, el
acomodo de la cronología en una larva de guión. No discurren los participantes
—como lo advirtió GGM en su
presentación— por el andamiaje teórico del relato, sino que entran directamente
a la armazón de los posibles guiones, es decir, cuentan historias que luego se
convierten en dinamos del debate, en historias llenas de vericuetos
desarmables.
Para los interesados en el cine y en la televisión, en el guion y en García Márquez, La bendita manía de contar puede ser un título atractivo, la puerta de acceso a la semilla de donde surgen las películas y las series de tv.
La bendita manía de contar, Gabriel Márquez, eictv/ Ollero & Ramos/ DeBolsillo, Barcelona, 2003, 201 pp.