El
fin de semana vi dos películas y supongo que debido a que ambas son thrillers vinculé muchas de sus
situaciones a la posibilidad de tener o no un celular. Dado que en la ficción
ayuda mucho el ingrediente de la incertidumbre, y dado que muchas veces la
incertidumbre se debe en gran medida a la incomunicación, tener un celular
haría más fácil el desbaratamiento de las tensiones provocadas por el hecho de
no poder comunicarse para pedir ayuda.
Esto
lo vio claro Hernán Casciari y lo planteó en el artículo “El móvil de Hansel y
Gretel”. Arranca así: “Anoche le contaba a la Nina un cuento infantil muy
famoso, el Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. En el momento más tenebroso
de la aventura los niños descubren que unos pájaros se han comido las
estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían
ideado para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque,
perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax
narrativo: ‘No importa. Que lo llamen al papá por el móvil’”.
Y
continúa: “Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción
de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué
espantosa resultaría la literatura —toda ella, en general— si el teléfono móvil
hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos
habrían perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de
nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más
célebres de las grandes historias de ficción”.
Efectivamente,
la ubicuidad de celular ha provocado que muchas historias tanto de la
literatura como del cine, sobre todo del cine, primero lo incluyen y debido a
las exigencias de tal o cual argumento luego provoquen que sea perdido por los
personajes o, en el peor de los casos, que se quede sin carga en situaciones
extremas. Este obstáculo para las historias (es decir, la ventaja de tener
celular) no lo enfrentó Seven (1995),
una de las cintas que recién vi. Más bien volví a verla creo que por tercera
vez, y ahora me obsesionó el detalle de imaginar en su trama un celular. Sobre
todo en el clímax, pues David Mills (Brad Pitt) pasa mucho tiempo metido en el
asunto vertebral de la historia y en todo ese lapso no llama ni manda un mugre
mensajito de Whatsapp a Tracy (Gwyneth Paltrow), su mujer, lo que da estupenda
pauta a la construcción de la sorpresa final. En 1995 ya había celulares, pero
todavía no se popularizaban, así que los guionistas de Seven pudieron prescindir de ellos. A lo mucho, por allí, en alguna
escena, el detective William Somerset (Morgan Freeman) usa lo que parece ser un
“beeper”, aparato que tuvo cortísima vida.
La
otra película que vi es de 2016. Su título es No respires, y en ella los jóvenes que entran a robar la casa de un ciego todopoderoso no pueden no tener celulares. En cierto momento amagan con
usarlos para salvarse, pero deciden no hacerlo y luego los pierden, lo que
impide su comunicación, torna casi imposible su escapatoria y viabiliza la zozobra.
Cierto
que en la vida diaria los celulares han hecho más frecuente y fluido nuestro
contacto, pero en algunas ficciones son un estorbo con el que los guionistas deben
lidiar, principalmente en las películas de suspenso. En ellas, casi
indefectiblemente, los celulares deberán perderse, descargarse o, si el thriller fuera mexicano, quedarse sin
saldo del Oxxo.