jueves, enero 31, 2008

Siglo de Yupanqui



Si el señor Héctor Roberto Chavero viviera, tendría hoy cien años cumplidos, pues nació el 31 de enero de 1908. Murió, como escribí el 23 de mayo pasado, el 23 de mayo de 1992. Su vida me importa porque es un amigo próximo, el canto y la guitarra que más cerca está de mis afectos. Le he oído cientos de veces y siempre termino con la misma frase: “Gracias, Yupanqui, gracias”. Así de sencillo, así de modesto el agradecimiento, pues a él, que era callado, seguramente no le hubiera gustado que uno se desmigajara en elogios, en vítores, como si en vez de cantor el hombre nacido en Pergamino, Argentina, fuera una estrella popera de las que pasan, duran un segundo y se van en medio de la indiferencia.
Hoy, entonces, estamos parados en el centenario de quien es acaso el mayor folclorista latinoamericano de todas las épocas. Lo es, creo, por el número de canciones que dejó y por el número inmenso de sus presentaciones públicas, pero más, obviamente, por la belleza, economía y profundidad de sus composiciones. Ellas no son un amasijo de palabras arrecholadas en versos, más o menos bien peinadas y listas para el consumo masivo. No. Las de Yupanqui son pedazos de vida, de experiencia, de andanza dicha desde abajo pero con una densidad de sentido rayana en la filosofía. Porque Yupanqui, o don Ata, como también lo conocemos, sabía pensar y decir, que en su caso fue el mismo acto, con una seguridad de medios capaz de resumir en dos líneas toda la amistad, o todo el dolor, o todo el aplomo que se necesita para decir verdades sin que se le noten titubeos a la palabra.
De otra manera, pero parecida en términos formales, la obra de Yupanqui me pasma como la de Rulfo: detrás de esas palabras que parecen no traer jiribilla habita un universo, una densidad de sentimientos que parece reunir todo lo que el hombre ha sentido y siente todavía cuando ama, cuando odia, cuando recuerda, cuando sueña, cuando todo. Sin despeinarse, o al menos con la apariencia de que lo suyo era fácil, lograba atrapar una idea cabal con el menor desgaste de recursos. Esa es la razón que explica lo que alguna vez me comentó un amigo no muy relacionado con tales maneras de expresar: “¿Y eso es difícil? —preguntó—, da la impresión de que no tiene chiste”. En efecto, cuando uno observa de cerca las canciones de Yupanqui sentimos que habita allí una expresión como salida a la primera, sin mayor esfuerzo, y tal vez así haya sido. Al mismo tiempo, si analizamos un poco, vemos el andar de un pensamiento que logra, como he dicho, atrapar una idea perfecta, lúcida, sin necesidad de incurrir en malabarismos retóricos. Es, para decirlo fácil, como la voz de un viejo de esos que lo saben todo y que hablan sin aleccionar, sólo cuando les preguntan algo.
Todas las canciones de Yupanqui tienen, pues, ese algo que no puedo comunicar porque es, como el aroma o el sabor, inexplicable en sentido estricto. “Yo sé que muchos dirán / que peco de atrevimiento / si largo mi pensamiento / pa’l rumbo que ya elegí / pero siempre he sido así / galopeador contra el viento // No sé si mi canto es lindo / o si saldrá medio triste / nunca fui zorzal ni existe / plumaje más ordinario / yo soy pájaro corsario / que no conoce el alpiste”. Estos y muchos otros versos como éstos son los que me inclinan a seguirlo escuchando. Por eso Borges, el eterno escéptico de todo lo que tuviera tufo popular, dijo cuando oyó la canción del caballo muerto que fue, más bien, amigo: “‘Mi alazán, te estoy nombrado’, ¡Qué bien está eso!”. Así también, a un siglo de su nacimiento, parafraseo a Yupanqui: “Mi cantor, te estoy nombrando”.

miércoles, enero 30, 2008

Una gallina no hace verano



Quién fuera esa cabrona gallina para romper de golpe con su esencia y estremecer al mundo con huevos verdes. Si en este país siguiéramos su ejemplo rupturista, en menos que canta un gallo (nunca mejor usado este lugar común) le daríamos una vuelta al país, los reinventaríamos (palabra adorada por muchos tontos dedicados a la motivación) y haríamos de nuestro México un México de verdaderas oportunidades, “contento y feliz”, como canta Chente en “Hermoso cariño”.
Pero mangos. Somos tan sumisos que hasta una gallina nos pone el ejemplo. Ella se animó ya a demostrarnos que sí se puede y nosotros en las mismas, tolerando cuanta chinga nos ponen, abnegados como mártires involuntarios. ¿Y qué sería de México, la neta, si nos atrevemos a poner huevos verdes, oséase, a no dejarnos mangonear y al fin nos articularnos en un movimiento de réplica que contradiga nuestra tendencia al ahi se va, todo está bien, ya ni modo, más valía mejor morir, que hagan lo que quieran?
Si nos iluminara el espíritu de Rabanita (tal es el epifánico nombre de la ponedora), pasaría todo esto y mucho más:
Usaríamos los recursos petroleros para desarrollar al país, no para hundirlo y venderlo como ramera a los intereses foráneos.
Tendríamos un sindicato de maestros en el que muchos de ellos, los preceptores, asombrosamente sí supieran leer y escribir.
Acomodaríamos los sueldos de los funcionarios públicos (de regular nivel a alto) en una franja de justa medianía, no en la procacidad de pagarles como si fueran futbolistas o gente del equipo calderonista.
Los servicios de salud pública ofrecerían un trato digno y eficaz a los derechohabientes, es decir, a todos, pues todos serían derechohabientes por el solo hecho de Ser.
Comeríamos (aunque usted no lo crea) tres veces al día, y bien, incluso los pobres que hoy tienen la curiosa costumbre de no alcanzar ni la canasta básica.
Tendríamos un consumo per capita de al menos doce libros al año (uno al mes), y abatiríamos así nuestro vergonzoso y mundialmente conocido 0.5 de libros leídos al año por tatema.
Los partidos políticos convocarían a militantes convencidos de cambiar la realidad (cada cual a su manera) y no serían más el nido donde habitan tantos patanes hijos de su pu-ma.
Nuestros legisladores ganarían menos, viajarían menos, comerían menos, fornicarían menos, gozarían menos y entonces sí, legislarían.
No existiría Elba Esther Godillo.
Juan Camilo Mouriño sería Ministro del Interior (en España).
Felipe Calderón estaría en el PAN.
Los narcos seguirían siendo narcos, pero no en asociación desventajosa con el Estado.
La izquierda en México dejaría su vergüenza de ser izquierda y sería, otra vez, izquierda.
Todo eso seríamos si acatáramos el magno ejemplo de Rabanita; pero ya se sabe: una gallina no hace verano.

domingo, enero 27, 2008

Breve maquinaria del chiste



Muchas eminencias (Bergson y Freud, entre otros) han indagado en la esencia del chiste, del humor, de lo cómico, y la verdad el asunto parece no tener orillas. ¿De qué reímos? ¿Por qué reímos? ¿Cuáles son los resortes interiores que detonan la carcajada? Estas y otras semejantes son preguntas que parecen simples, pero potencian una infinita serie de respuestas. La risa es histórica en tanto depende, para darse, de contextos culturales específicos, pues no ríen de lo mismo los hombres de la edad media que los de la revolución industrial, o los de China que los de Nicaragua, o los de Torreón Jardín que de la Lucio Blanco, o un ágrafo que Umberto Eco, o un gordo que un flaco.
Esa es la razón por la que, cuando escuchamos la traducción de un chiste japonés, los mexicanos pensemos que aquello es más insulso que un taco de sushi. En realidad, el chiste puede ser buenísimo, pero la cultura en la que nadamos no nos permite apreciar/valorar/entender lo que el nipón sí aprecia/valora/entiende con su chiste, de ahí que ría con él. El chiste, entonces, funciona porque cuando es contado pone en marcha una compleja maquinaria interna que nos ayuda a digerirlo como eso, como chiste. No es sencillo: opera al oírlo todo lo que hemos asimilado, nuestra cosmovisión. Es un asunto complicado porque la historia pasa por los filtros de nuestra conciencia, y ellos nos mueven a reír o no con lo narrado. Eso en cuanto a un chiste verbal, pues hay gestos, muecas, caídas, movimientos que al romper con la habitualidad producen el efecto cómico en quien ve. De esto deriva gran parte del éxito que tienen los videos de You Tube con caídas, tropezones y otros leves accidentes cotidianos grabados con videocámara casera. Si lo habitual es sentarnos y que no pase nada, la risa nace cuando alguien toma asiento y la silla se destroza. Si lo habitual es no poder mover las orejas, reímos cuando alguien nos exhibe esa asombrosa capacidad de Dumbo humano.
Pero, insisto, el chiste verbal echa a andar mecanismos mucho más complejos y escondidos en la mente. Reímos al hallarnos frente a la paradoja, a la hipérbole, a la polisemia, al malentendido y a muchos otros recovecos de la retórica, es cierto, pero lo que pesa más no es el chiste en sí, sino el bagaje que nuestra cultura (cultura en sentido amplio) nos ha impuesto. Por ejemplo, veamos un chiste pelangocho. Vale decir de antemano que los mexicanos gozamos con este tipo de historias, con los cuentos donde la salacidad y la picardía tienen que ver con los rollos de la carne. Cuando nos narran algo medio filosófico o algo con ironía refinada solemos percibirlo con indiferencia. No pasa lo mismo cuando hay palabrotas, situaciones de sexualidad torcida, insultos dichos con toelohocico. Venga el ejemplo:
Mientras su padre toma una ducha sin haberle puesto el pasador a la puerta del baño, Pepito, de sólo ocho años, siente ganas de orinar. De golpe entra al baño y su enjabonado padre, entre sorprendido y apenado, cubre con ambas manos su bártulo de macho. Pepito tuerce un poco la cabeza, entrecierra los ojos y, perspicaz, pregunta: “¿Qué tienes allí escondido, papi?”. El papá, nervioso, titubeante, responde: “Un… un… un ratoncito, mijo”. Pepito, con una sonrisa cínica en el rostro, remata mientras hace la roqueseñal: “Ah, te lo estás cogiendo, papi”.
Tal vez no sea nada afortunado, pero si reímos en este caso es por lo ya dicho: por nuestra predisposición a celebrar la grosería y porque la historia encierra una brutal paradoja: lo previsible es que el niño sea engañado con la explicación cándida que formula el padre, acentuada con el diminutivo “ratoncito”, pero el niño es maliciosamente precoz, tanto que dispara dos insolencias simultáneas: el verbo “coger” y la roqueseñal, que juntos hacen una dupla de suyo graciosa.
La cultura que tenemos habita detrás de cada chiste o broma, y estos funcionan porque hay una sutileza que hace clic en nuestro interior. Ayer, por caso, Gastón Franco hizo una broma clasista: dijo que a un tipo equis le dicen el “Cara de Infonavit” porque tiene tres metros de frente. La verdad, si se trataba de insultarlo por pelón, pudo haber dicho “Cara de Montebello”, pues las casas de allí tienen muchos más metros “de frente”. Pero no funcionaría igual: el mexicano ríe cruelmente con la pobreza, de ahí que en nuestra cultura sea más risible decir “Infonavit”. En fin, cada chiste o broma es una suma de detalles y nunca, nunca es fácil decir por qué surten efecto.

sábado, enero 26, 2008

Amores de Óscar



Alguna vez celebré que en México tuviéramos un escritor como Óscar de la Borbolla, tipo de los que no hacen ruido, de los que no se han dejado manosear por el exitismo y mantienen una obra consistente, abierta a la exploración, llena de aciertos. Comenté en aquella ocasión la maravilla que es, como experimento literario perfectamente logrado, Las vocales malditas, libro cuya factura le granjea por sí solo un lugar importante en las letras de nuestra lengua. Pero De la Borbolla tiene más pólvora en el cañón, y da para muchos disparos. Al buscar en mi biblioteca un título que, como siempre, nunca hallo, me he topado otra vez con Asalto al infierno (Nueva Imagen, México, 1999), genial producto de la imaginación delaborbolleana. Veamos por qué, a ver si logro convencer a los escapadizos lectores para que lo busquen y lo devoren.
Se trata de un libro de “reportajes”, y entrecomillo porque no lo son, sino bellas mentiras cubiertas con el disfraz de la verdad y alguna vez publicadas en la revista Siempre! Todos esos delirantes reportajes, por bien escritos, por ingeniosos, merecen ser leídos, pero me detengo en uno titulado “Amor en cuatro capítulos”. Allí su autor hace una introducción que reflexiona sobre esos momentos en los que se seca la imaginación del escritor, y recuerda su ingenua creencia de que tal sequía no era sufrida por los periodistas, dado que la realidad siempre da tema. Pues bien, De la Borbolla plantea que también el periodismo cae en baches y parece que no hay nada importante qué publicar. Él se encuentra (finge encontrarse, claro) en uno de esos hoyos negros, y es entonces cuando hace una convocatoria a las lectoras para encontrar pareja y describir los pormenores de un amor platónico. No transcribo el final, para no anular el interés de mis lectores, que espero lo sean pronto de De la Borbolla. Sólo traigo un fragmento de la “convocatoria”, para que notemos la zumbona osadía que a veces tiene el periodismo mexicano:
“Convocatoria. Con el propósito exclusivo de escribir una crónica amorosa en cuatro episodios, el periodista Óscar de la Borbolla solicita una mujer que reúna las siguientes características: ser mexicana de nacimiento y por convencimiento, gozar de magnífica presentación, tener entre 25 y 35 años de edad y demostrar una inteligencia superior al promedio.
Bases. Se establece como premio único e indivisible la fama e inmortalidad que derive de protagonizar la siguiente serie de reportajes.
Se tratará de una relación de amor estrictamente platónico, ajena por completo a cualquier tipo de contacto físico, pues la intención es describir los recovecos de una experiencia espiritual rara en nuestro tiempo.
Las concursantes deberán comunicarse a la revista Siempre!, a fin de concertar una cita con el organizador antes del 20 de febrero del año en curso.
Será indispensable presentar acta de nacimiento sin raspaduras ni enmendaduras el día de la entrevista, así como un curriculum vitae avalado por constancias.
Este certamen por ningún motivo podrá ser declarado desierto y tampoco se ampliará el número de episodios: serán cuatro, incluido éste.
El fallo del jurado será inapelable…”.
No me pregunten qué pasó en realidad tras la publicación de ese texto. Ignoro si alguna nenorra mordió el anzuelo, pero eso no importa. El caso es refrescar de vez en vez el muchas veces oxidado mundo de la escritura. Por ese mérito, De la Borbolla merece una conejita de Playboy. Lástima que Hugh Hefner no las role.

viernes, enero 25, 2008

Proyecto para gente especial



¿En qué medida pueden ayudar las artes a la recuperación de quienes padecen alguna discapacidad? Esa pregunta tiene respuesta en el caso de la música dentro de las páginas organizadas por Eduardo Figueroa Orrantia (Monterrey, NL, 1966) en su libro Música para gente especial. De manera clara, bien pensada y sobre todo basado en la experiencia, el autor propone las rutas de acceso a la terapéutica con esa forma del arte, y hace de su obra un trabajo indispensable para quienes conviven a diario con la discapacidad o tienen deseos de auxiliar a otros en estas labores de suyo generosas, profundamente humanas en virtud de que aspiran a ofrecer bienestar a quienes lo necesitan con urgencia.
Hay casos famosos en los que se demuestra el triunfo dentro de la discapacidad, que es doblemente valioso en la medida del tesón invertido para conseguirlo. El de Hellen Keller, el de Gaby Bremer, el de William Hawking, el de Ray Charles o el recientemente célebre de Óscar Pistorius y muchos más, que son pilares de la ejemplaridad en universos adversos, cada cual en su disciplina, hasta hacer patente que tras el esfuerzo y un poco de solidaridad ajena pueden hacer del conocimiento, del arte y del deporte espacios propios, tan suyos como los habitados por las personas sin limitaciones físicas o mentales.
En 2001 un grupo de familiares de personas con diferentes discapacidades comenzaron a trabajar gratuitamente en un espacio de educación especial que en Saltillo ofrece terapias vinculadas con la música. Esto se llevó a cabo en el Centro de Estudios Musicales (CEM) en coordinación con el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo.
Las experiencias educativas con esos grupos fueron, entonces, recogidas en el libro Música para gente especial. Figueroa Orrantia, director del CEM y coordinador de Proyectos Especiales del Icocult, es además director y fundador de la Banda Sinfónica Juvenil y de los coros del CEM en el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo, ha participado en diferentes encuentros nacionales de orquestas, bandas y coros, y ha impartido talleres de musicoterapia en centros de atención múltiple, unidades de servicios de apoyo en la escuela regular, el Centro Estatal de Salud Mental y en la Escuela Normal de Regional de Especialización.
Esa trayectoria y el contacto pedagógico con discapacitados le ha permitido plantear los beneficios que se pueden obtener con el arte musical cuando es usado con fines terapéuticos en casos específicos de limitación motriz o mental. Las temáticas observadas en Música para gente especial atraviesan los puntos más importantes del trabajo con el arte del sonido y proponen actividades que se pueden ofrecer para que la persona con discapacidad alcance logros que faciliten su bienestar. Se trata, sin duda, de un libro útil no sólo para aquellas personas que en su entorno social conviven con la discapacidad, sino también para aquellas vinculadas al trabajo educativo en general o con deseos de trabajo altruista. Es, en una palabra, una obra con enorme sentido humano. La edición es del Conaculta, Alas y Raíces y el Icocult (2007).

jueves, enero 24, 2008

La casita de la vuelta



No tengo allí mucho qué ver. Es un albergue para personas de escasos recursos y con problemas graves de desintegración familiar. He ido sólo por encargo matrimonial en labor de tameme, para llevar mobiliario escolar que poco a poco ha configurado un digna aula de estudios en medio de la casi nada. Si bien impresionan esos sitios porque son refugio de niños y ancianos con todas las desventajas en su contra, se respira allí, al menos, el olor de la esperanza. Gracias a su coordinadora y a muchos que, solidarios, aportan algo para que aquel espacio no sucumba y siga siendo refugio de desvalidos, el sitio parece un paraíso. Lo es en cierta medida si lo comparamos con su entorno, que no es precisamente Disneylandia, pues se trata de las colonias cercanas al mercado Alianza. Del lugar me impresiona una casucha que está al doblar la calle para volver al centro de la ciudad. Es la pobreza hecha hogar. Alguna vez pasé por allí cuando pardeaba la tarde y vi a unos niños chamagosos sentados en un viejo sillón sin patas. He vuelto a pasar varias veces y lo mismo: parece que siempre hay niños y adultos sentados en ese infecto sillón, esperando no sé qué, viendo pasar la vida en medio de los piojos y del hambre.
No es necesario ser antropólogo para advertir que se trata de una familia instalada de lleno en la miseria extrema. El lugar en el que subhabitan es insalubre, pavoroso. Y los niños, principalmente los niños, me provocan en ese leve vistazo que les tiro una sensación de drama que me deprime apenas lo veo, eso con una depresión impotente, vergonzosa. ¿Qué comen los niños de la casa miserable que está a la vuelta del albergue? ¿Cómo son educados? ¿Qué es el futuro para ellos? ¿Qué significa, por ejemplo, el afecto de sus padres, si lo hay, en sus macilentas vidas? ¿Pensarán alguna vez que hay algo más allá de lo que tienen a la mano (nada)? No sé. Me da la impresión de que en esos niveles de pobreza hasta las preguntas son un lujo que no se pueden dar.
El caso es que ayer leí un cable de Reuters sobre mortalidad de niños y la puta cifra asciende a 9.7 millones al año. Leo que las principales regiones afectadas son África, el sur de Asia y Medio Oriente. Es desastroso, porque muchos de esos niños caen como moscas antes de cumplir el año y por enfermedades perfectamente curables. Todo se les junta: desnutrición, falta de atención médica, carencia de educación, y mueren, mueren porque su fácil destino es irse rápido, así nomás, como llegaron, por puertas invisibles.
Cito: “‘Aún es inaceptable que casi 10 millones de niños mueran cada año por causas ampliamente prevenibles’, dijo la directora ejecutiva de Unicef, Ann Veneman, quien señaló también que muchos menores también pierden a sus madres en el parto. ‘Hay mucho trabajo por hacer, pero ha habido progresos, y se puede seguir teniéndoles’, dijo Veneman a Reuters en entrevista. Advirtió que a pesar de los avances recientes, África, el sur de Asia y Medio Oriente no están en el camino de cumplir el objetivo de la ONU de reducir en dos tercios la mortalidad infantil entre 1990 y 2015, a menos de 5 millones de decesos por año”.
Leo eso e, insisto, parece que estamos lejos de aquellas periferias, como si esto nos eximiera de hacer algo. Pero no. ¿Cuántas casas como la descrita hay en Torreón, en Coahuila, en México? Demasiadas, tantas que han hecho y hacen macabro el discurso de la oficialidad. Cada vez estamos peor, y le gante les sigue creyendo a los siniestros agoreros del optimismo.

miércoles, enero 23, 2008

Miseria del estatus



Qué miserable es la vida que nos hemos hecho. Pero no hay de otra: o seguimos o seguimos, y con esto quiero aplacar de antemano los ímpetus de algún lector que me quiera regalar la generosa alternativa del suicidio. Los muchos pobres, sin más opción que debatirse en el presente de una alimentación cruel y de mera supervivencia, hacen cada vez más gordas las filas de la resignación. Los ricos, allá lejos, con su ejército de vasallos pueden jugar golf y preocuparse sólo por escuchar a su Smithers de cabecera. Y los clasemedieros pedorros que también somos muchos, ¿qué hacemos? Pues andar de un lado a otro, manteniendo a rastras una cáfila de responsabilidades que nos hurta la vida nomás para no caer del “estatus”.
Veo y escucho a mis pares, veo y me escucho a mí mismo y encuentro que somos un amasijo informe de tareas y de papelitos. La enormidad de la burocracia casera apenas deja rincones a la paz. Va una lista mínima, por ejemplo, de los pagos que debemos hacer para que no se venga a tierra la estabilidad: luz, agua, teléfono fijo, cable, internet, mandado, colegiaturas, hipoteca, celulares, tarjetas bancarias, tarjetas departamentales, predial, hacienda, seguros, obras públicas, tenencias, placas, verificación, seguros de coche. Cada trámite genera, además del gasto económico, una inversión de tiempo en la ejecución de los pagos y varias horas/preocupación que prácticamente abarcan todo el mes. No es gratuito entonces que el estrés familiar se manifieste a toda hora, que la calidad de vida se deteriore paradójicamente por el deseo de mejorarla.
Y no hay margen para el descuido. Si uno comete el disparate de posponer un pago bancario, sea por falta de liquidez o por simple olvido, allí están de inmediato las llamadas inacabables de un molesto pobre diablo chilango que marca a cualquier hora para recordar el adeudo. Ah, esos bancos y su voracidad, todos cortados con la misma sucia tijera, todos con sus cobros de comisiones abusivas, todos con su servicio mediocre de filas enormes y una o dos cajas abiertas, todos con su misma publicidad amable y embustera donde se nos ofrece el paraíso del crédito. Cuidado con equivocarse con un banco, cuidado con pasarse de lanza con esos tiburones-tigre de los intereses. Ellos pueden, sí, cobrar las comisiones que se les antojan, ellos pueden propiciar colas eternas que parecen de sentenciados a la horca, ellos pueden tener fuera de servicio los cajeros y uno jamás puede hacer nada para evitarlo; pero aguas si el cliente comete una pifia, por leve que sea: ahí estará el joven del teléfono para acosar con sus llamadas seudocomprensivas.
Y así todos: atados a la necesidad de los servicios (por “estatus” o porque es inevitable recurrir a ellos), nunca sabemos si lo que nos cobran en Telmex es lo justo, nunca sabemos si lo que nos tumban por agua o luz es lo que en realidad consumimos, y lo peor: Hacienda, esa execrable institución que nos acecha con uñas de bruja maldita para despelucarnos el dinero que, sumado, servirá para que nuestros funcionarios se den la vidota, para que nuestros legisladores gocen de lo lindo y para seguir padeciendo carreteras, hospitales, escuelas, parques y demás que no usamos por rascuachísimos.
Me critican casi a diario por lo que escribo, y respondo sin ánimo de reñir o defenderme, abatido: ¿cómo quieren que escriba decorosamente con toda esa mierda salpicada en el camino?

domingo, enero 20, 2008

Invitación y microrrelato



Va una invitación a quemarropa: pasado mañana 22 de enero espero que mis fieles tres lectores asistan al Icocult Laguna (Juárez y Colón) porque “tendré a bien” (¿quién inventó esta fórmula?) ofrecer la charla denominada “Perfiles del microrrelato”; en ella abordaré algunos aspectos sumarios de la historia, la teoría y la práctica del género también llamado ficción breve o microficción. Nos vemos a las 8 pm. Y no es por nada, pero me esmeraré en preparar unos canapés deliciosos, para que desquiten la vuelta.
Según el boletín promocional, “La trascendencia del microrrelato es notoria en este momento gracias a que numerosos escritores de renombre lo practicaron con asiduidad y fortuna. Figuras como Darío, Lugones, Torri, Filisberto Hernández, Cortázar, Borges y Monterroso destacan entre los más entusiastas promotores de la ficción breve en la historia reciente de nuestras letras. A ellos hay que sumar, obviamente, a un contingente nutrido de escritores vivos como Guillermo Samperio, Luisa Valenzuela, Raúl Brasca y Ana María Shua, entre muchos otros, que han encontrado eco editorial y gran cantidad de lectores”.
A propósito, pues, obsequio un micro futbolero como adelanto a lo del martes. Cae bien, además, por el arranque del campeonato mexicano. Lo trasplanto de mi libro Polvo somos (2006), obra de escuálida circulación:

El sueño de los gordos
Panadería Ortiz fue el nombre del equipo más pintoresco e irreprochable de la Municipal. ¿Cuál era su peculiaridad? Por supuesto, nada relacionado con el buen futbol, sino lo opuesto. Salvo dos jugadores que en el rubro de lo físico podían ser considerados como rellenitos, como robustos, los otros, sus compañeros, eran verdaderamente obesos, unos tamalones que estaban mejor para la ingesta de lonches mixtos que para el balompié.
Verlos sobre la cancha era un banquete, de ahí que sus cotejos siempre gozaran de gran público. No tenían ningún orden táctico, carecían de condición física, ignoraban casi olímpicamente los rudimentos más elementales del futbol, pero en materia de espíritu nadie los aventajaba. Solían perder todos sus partidos, por eso cuando de milagro conseguían un empate lo celebraban como si se hubieran agenciado la Copa Jules Rimet.
Su vocación perdedora no tenía coto, pero esas pertinaces derrotas no lograban achicarlos. Eran entusiasmo puro, desinterés total por el éxito. En la temporada 76-77, por ejemplo, batieron un récord: jugaron 22 cotejos sin renunciar un solo minuto a esos partidos; lo asombroso es que todos los perdieron, y todavía más asombroso es que en ninguno fueran despachados con menos de tres goles. Iban a sus compromisos con una actitud optimista, sin miedos ni resentimientos. La gente, por eso, les aplaudía todo, y gracias a su debilidad eran sin duda los jugadores más ovacionados en los llanos de Gómez.
Durante los doce años que Panadería participó en la liga perdió la mayoría de sus encuentros, empató cuatro y sólo ganó uno. Un partido, sí, y por eso inolvidable. Los Gordos, como les decían, encaraban (es un decir) al poderoso batallón de Hielera Everest. Para Los Gordos era un trámite, claro, pero Hielera sí necesitaban el resultado: los dos puntos aseguraban su clasificación a la liguilla. Pese a ello, Hielera saltó a la cancha sobrado de confianza, adormilado por el triunfo seguro.
El caso es que Hielera se puso arriba con un tanto anotado apenas en el minuto 5. En el minuto 30, sin despeinarse, los de Hielera clavaron el segundo y todo parecía sentenciado; entonces se relajaron. Vino luego el segundo tiempo: Los Gordos hicieron lo que nunca: a trompicones, sin forma, caricaturales, empataron el cotejo. Hielera se fue con todo, pero Los Gordos sellaron su portería y en un contragolpe accidentado se hizo realidad el cuento de hadas. Robusto, Nacho El Tanque Nava tomó el balón, se quitó a un hombre con un quiebre “de cintura” y quedó solo frente al arquero. Trochote pegó un calcetinazo y el balón se fue dando tumbos hacia el gol. A veinte años, todavía hay muchos que siguen sin creer aquel resultado. Da la impresión de que fue un sueño, el sueño de Los Gordos.

sábado, enero 19, 2008

“&/ $(/+%¨^]%”: Ana Guevara



Con una oratoria que ni Demóstenes ni Cicerón envidiarían, Ana Gabriela Guevara radiografió a nuestro deporte en unas cuantas pinceladas notablemente influidas por la picardía mexicana. Mandó al gallito inglés, es decir, a navegar en un velero bergantín a los funcionarios disfuncionales que se encargan de regentear los destinos atléticos de la patria. Florida, Guevara echó pestes sobre todo contra Carlangas Hermosillo, el Grandote de Cerro Azul cuyo mejor gol fue anotado en el calderonismo gracias a un excelente remate de lambisconería.
No es necesario ser barón de Coubertain para advertir que la Saeta de Sonora, pese al ex abrupto, tiene razón. Años, sexenios han pasado y siguen pasando sin que nuestro deporte haga verdadero ruido internacional. Claro, de repente salen figuras como el Sargento Pedraza o Daniel Zaragoza (nuestro famoso bulldog de Tacubaya) o Soraya Jiménez o la misma Guevara, pero siempre han sido llamaradas de petatiux, esfuerzos que parecen más individuales que apoyados en estructuras deportivas institucionales. Si eso no fuera cierto, habría medallas constantes en alguna disciplina, lo que jamás ha ocurrido, salvo en el caso, un poco, de la marcha hasta que en años recientes los jueces, como si fueran tránsitos de Gómez, asediaron a nuestros andarines por no traer las pisadas en regla.
China está a la puerta y de nuevo podemos encender una ilusión guajira de preseas. ¿Cómo las vamos a ganar si los países que se preparan en serio para la competición olímpica montan equipos de profesionales y hacen de la ciencia un complemento indefectible para el triunfo? No se puede contra lo que no se puede, y perdón por el fatalismo rulfiano. Esperaremos, eso sí, a que algún indígena superdotado y riñonudo gane plata o bronce en canotaje luego de recibir, desde su infancia, una dieta consistente en maíz, frijol y cocas, todo complementado con nutritivos nopalitos; o que algún clavadista logre hacer sombra a los chinos que caen como dagas en la piscina y no les gana ni Acuamán; si eso pasa, ya sabemos que la tele los devorará para, bien masticados, mostrarlos como ejemplos a seguir por la juventud de la nación y para medio justificar el trabajo de los dirigentes. De esas migajas —una medallita por aquí, otra por allá— a organizar el atletismo con visión se abre el mismo abismo que hay entre la fortaleza física de Fabiruchis comparada con la de Teófilo Stevenson, el imbatible Bombardero de Las Tunas, Cuba.
Después del periodo gris de Nelson Vargas, tan pobre en resultados como todo el foxismo, llegó al changarro Carlos Hermosillo, personaje dotado de una experiencia nula en administración del deporte. El ex goleador es al deporte olímpico, toda proporción, lo que Sari Bermúdez fue el sexenio pasado para la cultura: nada, pero aún así el veracruzano ocupa un despacho de alto rango en el actual gobierno. Esa improvisación, aunada a la corrupción que carcome atávicamente las instancias deportivas mexicanas, es la que mantiene fritos a nuestros atletas, de ahí que lo expresado por Guevara con retórica verdulera no fue nada afortunado en su forma, pero vaya que es cierto en su fondo.
Mientras Ana Gabriela mienta madres al más prístino estilo de Chatanooga en La Pulquería II, ya me preparo el segundo caguamón del día. En eso sí pocos nos ganan. Somos medallistas en levantamiento de pomos. Y lo más asombroso: sin entrenar.

viernes, enero 18, 2008

El síndrome Garcés



Cómo olvidar a Mauricio Garcés, aquel galán trompudo que en Technicolor se la pasaba afirmando “¡Las traigo muertas!”. Pues bien, gracias a ese arquetípico actor de “cine” se me antoja bautizar así al síndrome que ataca desde ahora, todavía prematuramente pero ya con fuerza, a las preprepreprecandidaturas hacia la presidencial del 2012. Para llegar a la competencia por La Grande, es posible que los requisitos sean básicamente dos: 1) Estar cerca del presupuesto; y 2) Tener facha de hombre blanco más o menos (más que menos) bien hecho, tirándole lo más que se pueda a carilindo. Por eso, se dice, Mouriño (¡Kafka, socórrenos!) es el candidato natural del PAN si en los bandos oponentes Enrique Peña y Marcelo Ebrard hacen la chica. Si eso es verdad, y esto nada más lo saben los mercadólogos de la política, quiere decir que muchos quedarán fuera sólo porque dios no se tomó la molestia de maquilarlos de acuerdo a un canon más occidental.
En tal escenario (escenario en el sentido broadwayano del término), quedarían fuera Beltrones y su rostro de Corleone sonorense, AMLO y su figura de señor común y corriente, Germán Martínez y su facha de vendedor de biblias y un largo etcétera que incluye casi a la totalidad de los mexicanos en edad de ser presidenciables. Pero como es temprano, aún hay margen para buscarles alguna nómina a los más connotados galanazos del espectáculo actual, a ver si de allí salen candidatos menos cuestionables que EPN, JCM y MEC del PRI, del PAN y del PRD, respectivamente.
Sin ser conocedor, estas son algunas propuestas para competir en igualdad de condiciones contra la trinidad de papuchos enfilados hacia el 2012. Cabe decir que el factor Peña Nieto —latin lover del priísmo resurrecto— ha provocado que los aspirantes a la presidencia consideren que el requisito básico sea la cara; todo lo demás importa poco. Vengan algunos posibles candidatos.
Ernesto Laguardia. De apariencia siempre juvenil y voz bien timbrada, este actor y conductor sin duda ganaría el voto de la población identificada con la espontaneidad de trato y la sonrisa amable. Ha tenido una vida sana y parece padre de familia asentado. No hay que descuidarlo.
Bobby Larios. Aunque el niurkagate lo marginó un poco de los reflectores y le dejó una mácula de padrote que muchos envidiamos, este ¿cantante, actor y bailarín? tiene cascarón como para atraer el sufragio de muchas jóvenes acostumbradas a soñar con garañones. El gran Bobby podría ser un hit.
Saúl Lisazo. No importa que sea argentino, pues, como a Mouriño, se le puede cocinar la nacionalidad mexicana en una taquería. De apolínea estampa, este actor de telenovelas arrasaría con el grueso de la población madura, sobre todo con las innumerables esposas desesperadas por falta de candela.
Ana de la Reguera. Este destape —lástima que sólo sea preelectoral— es el mejor, porque de paso entraña el elemento genérico en busca de “empoderamiento”. Se trata, como sabemos, de un pedazo de hembra, de un bizcocho delicatessen. Por ella votaríamos todos los hombres sensatos y bien politizados del país.
Luego seguimos con nuestro ejercicio de futurología.

jueves, enero 17, 2008

Ser totalmente Mouriño



Ya era hora de que termináramos con la naquez azteca. Ya era hora. Por el bien de la patria, por el bien de nuestra paz social y de nuestro convivir armónico, gracias a dios y a la virgen de la Macarena (la virgen más santa y más buena) tenemos ya instalado a un hombre de clase en, tal vez, la secretaría más importante en la actual coyuntura del país. Gobernación siempre ha sido una de las carteras con más peso, y en la circunstancia que vivimos era impensable que permaneciera allí el cantante nada fino de la Sonora Santanera y eximio representante del paleolítico tardío en la polaca contemporánea de México. De ahí, pues, el gusto que sentimos los verdaderos hijos de la (madre) patria con la llegada de Juan Camilo el niño Mouriño a la instancia encargada de velar por la tranquilidad política del masiosare territorio que un esclavo en cada hijo nos dio.
Estemos de fiesta. No todos los países pueden presumir un ministro del interior tan, cómo decirlo, tan acá, tan chic, tan de buenas maneras y con una fulgurante trayectoria política. A sus gentiles 36 añitos Mouriño es secretario de Gobernación, y no cabe duda que la frescura de su trato aterciopelará (lindo verbo para recibirlo como merece) las ásperas maneras que exhibe tanto pinche pelatunas a la hora de hacer política en nuestro país. Con el joven Juan Camilo está garantizada, entonces, la más calificada finura en el trato a los conflictos nacionales, toda vez que desde su nacimiento el nuevo ungido de Gobernación ha tenido roce de altura y no conoce siquiera lo que es echarse un pedúnculo cerebeloso, tirar un gargajo, ir a un plantón, organizar una marcha y otras bajezas de similar plebeyaje.
Todo lo que se diga en elogio de nuestro neocortesiano conquistador es poco. Habrá, claro que habrá otomíes que golpearán sus atabales para hacerle guerra al nuevo marqués de Bucareli e hijo predilecto de la céltica ciudad de Vigo. Esos pintarrajeados idólatras que abominan de la verdadera fe, ignorantes de todo cuanto se debe saber sobre política con pedigrí quedarán fritos cuando vean en acción a este cirujano de la realidad, a este virtuoso del arte que empotró a Maquiavelo en los pedestales de la fama.
Por fin, entonces, tenemos a alguien que no se dejará arrastrar, como otros cavernícolas que lo precedieron en el cargo, hacia las tormentas de la política salvaje, que no incurrirá en la declaración soez y que usará métodos importados de la culta Europa para poner en orden el avispero nacional, ese avispero que desde ya ha comenzado a sacar trapitos del brazo derecho presidencial: que nació en España, que es un virrey (más precisamente debería ser birrey, o sea, dos veces rey: jefe de la oficina de la presidencia y ahora secre de Gob), que su familia se ha enriquecido escandalosamente, que su padre tiene muchos negocios ensombrecidos por sospechas de agandalle, que esto y lo otro. Pamplinas, embustes de ardidos que desde su patrioterismo naco no alcanzan a columbrar el valor y la profundidad de miras del joven Juan Camilo, este amante de la marca Ermenegildo Zegna que es capaz de vestir cerca de treinta mil pesos (entre el traje, los zapatos y la corbata) sin que se vea trepador. De ahí nuestra alegría, pues no cualquier país tiene a un ministro tan joven y tan chulo, de tan buen vestir y de tan sabio comer. Basta de pobrezas. Para ser torero, decía Belmonte, primero hay que parecerlo, y el niño Mouriño sí parece secretario de Gobernación, un político fino y de pilón europeo. Con eso es suficiente. Que se mueran los feos.

miércoles, enero 16, 2008

Carta de un polecía



Llegó a mis oficinas secretas ubicadas en algún Oxxo de Torreón una carta redactada a macanazos por un policía. Me parece reveladora. La transcribo sin alterar su peculiar sintaxis; retoco, eso sí, su lamentavle y pegajoza hortografía:
Apreciable conciudadano: Los acontecimientos difundidos hace poco, dados a conocer la semana pasada, en los que en un video se ve a nuestros jefes en una fiesta donde bailó una bailarina desnuda, es decir, ni siquiera en paños menores, es un poco difícil de digerir dentro de la misma corporación, pese a que por nuestra actividad no nos asustamos tan fácilmente de nada, mucho menos de una bailarina que baila desnuda, no deja de ser una pena y una mancha para todo el cuerpo de policía, pues sabido es que cuando la cabeza anda mal, el cuerpo suele andar en iguales proporciones. Por ello, como le vengo diciendo, nuestros superiores han dado un ejemplo digno de la molestia ciudadana, pues no es fácil aceptar que una bailarina baile desnuda ante la alegría de nuestros superiores, quienes en lugar de haberse dado a respetar, gozan y disfrutan y se deleitan con la bailarina que baila desnuda ante sus ojos. Eso, para el ciudadano de la ciudad, es molesto, dado que causa irritación, al grado de molestarnos también a nosotros, oficiales de rango menor pero no por ello insensibles ante el sensible error de nuestros superiores de rango más alto.
Junto con la molestia de los ciudadanos que ahora están molestos por el baile de la bailarina frente a nuestros superiores (con justa razón están molestos los ciudadanos, es decir, los torreonenses en este caso), pero al interior de la corporación también hay inquietud, habida cuenta de que el respeto se gana, y cuando no se gana, se pierde. No voy a negar que no todo mundo estamos molestos, porque hay compañeros que hasta festejan lo de la bailarina y más admiración sienten por nuestros superiores agarrados con las manos en las masas dentro del video difundido, pero la mayoría de quienes formamos parte de esta dependencia sin duda sentimos que es un duro golpe a la imagen del ayuntamiento encabezado por quien usted sabe, pero más duro lo resentimos los oficiales que patrullamos la ciudad.
Le doy un ejemplo. Como usted sabe, una de las faltas a la moral más frecuentes es sorprender a las parejas en un coche en flagrante ejecución de actos ilícitos en plena noche en parques y en vía pública. Aunque algunos piensan que esto es una tontería, pues nadie en verdad ve lo que ocurre dentro de un coche con novios en su interior, hemos sorprendido últimamente a muchas parejas, como ocurre frecuentemente, y ellos sorprendidos nos critican y nos dicen que con qué autoridad moral los lampareamos si nuestros jefes son tan de cascos ligeros. No sabemos qué hacer al respecto, pero esto se lo comento porque no deja de ser una realidad que mancha la imagen de nuestra policía, ya que deseamos ser la mejor de México.

viernes, enero 11, 2008

Mamarracho sin castigo (un guion)



La huelga de guionistas en Hollywood ha provocado que una horda de aspirantes a sucederlos envíen sus propuestas a la llamada Meca del cine. Yo mandé uno, y ya estoy entre los finalistas. De ganar, mi guión puede ser rodado en 2008. El film llevaría como título Mamarracho sin castigo, y sería algo así como el Titánic, pero haciendo agua en la estepa lagunera. Entrego aquí un adelanto. Ojo: fue necesario meter, aunque sea en dosis pequeña, el ingrediente amoroso, pues ninguna cinta de Hollywood puede prescindir de él.
FADE IN
1. EXT. — CALLE — DÍA
Amanece y se ve a un grupo de trabajadores conversar, ver planos, echarse unas gorditas y café. Todos sonríen. Más lejos, al fondo, se ve maquinaria pesada, retroexcavadoras, aplanadoras. En segundo plano, un tránsito panzón desvía el tráfico.
2. EXT. — JARDÍN — TARDE
En un bello jardín y al lado de una fuente, tres hombres conversan animadamente, sonríen, chocan sus vasos con whisky. En la mesa lucen papeles, planos semienrollados.
José Vega (VO)
(Después de una carcajada) Ya, está hecho el trato. Es un buen negocio. La durabilidad del distribuidor no será la óptima, pero al menos aguantará cinco, diez años. En ese lapso, asunto olvidado (otra carcajada).
Emilio Morales y Morales
Nomás ten cuidado, Pelón, asegúrate de que en realidad dure de perdida cinco años. Si no puede haber líos. Es mucha lana la que está en juego y esa construcción es fundamental para Torreón. Aguas, Pelón.
José Vega
No te preocupes, Emilio. Los cinco años los aguanta porque los aguanta. Es material chafa el que le vamos a meter, y la constructora también está en el enjuague, como bien sabes. Ninguno de nosotros saldrá perjudicado, no te apures. Cuando esa cosa comience a dar problemas, nosotros ya estaremos fuera del escenario, incluso fuera del país, si queremos. No te preocupes, Emilio…
3. EXT. — CALLE — DÍA
Equipo pesado en movimiento, acercamientos a trabajadores, esfuerzo y sudor. Poco a poco se ve que levantan un gran pilar. Polvo, mucho polvo en el ambiente. Al fondo, un tránsito panzón no deja de desviar el tráfico.
4. INT. — HABITACIÓN — NOCHE
En un lujoso cuarto de hotel, José Vega charla con Chantall, su amante. Ambos están sobre la cama, tapados hasta el pecho con la sábana. En sus manos destacan dos copas de champaña.
José Vega
Mi amor, tú sabes que eres mi vida. Pronto, cuando terminemos de construir el distribuidor y pasen unos cuantos meses, nos largaremos de este cochino lugar y le daremos la vuelta al mundo. Tendrás todo lo que has soñado, no lo dudes. Este es el proyecto de mi vida, Chantall, y te lo dedico a ti, porque eres la mujer más hermosa que ha nacido en el universo. Tú lo mereces, amor, lo mereces, y no me importa que en cinco años se caiga esa basura que estamos construyendo, si con ello te hago feliz a ti, Chantall amada.
Chantall
¿De veras, Pepe? Ande no, qué chido. Eres a toda madre, papito. Véngache pa’ca (se dan un beso frenético y tienen una escena que saca jugo al poderío sexual de la actriz).
5. EXT. — CALLE — DÍA
Aplanadoras, polvo, camiones de carga y decenas de trabajadores levantan escombros. Toneladas y toneladas de piedra son subidos con palas mecánicas a cajas de trocas materialistas. Sudor, esfuerzo. Mientras, en segundo plano, un tránsito panzón desvía el tráfico.
6. EXT. — MAR — DÍA
En una lancha lujosa, José Vega y Chantall, abrazados, ven la inmensidad y la hermosura del mar hawaiano. José recibe una llamada en su celular.
Voz telefónica
Pepe, amigo, ya lo están tumbando. Date una vuelta a Torreón, no seas ojete. Te vas a divertir viendo cómo se hacen garras estos pendejos y nadie te puede hacer nada…

Coahuila editorial



Aunque suele ser planteado de manera harto general en los planes de gobierno, el simple hecho de que sea explícito el deseo de publicar libros da pauta para imaginar no la creación de un proyecto nuevo, sino la continuación y el mejoramiento de lo que ya se ha hecho y pueda ser cimiento de los emprendimientos sobre el rubro en el sexenio que corre.
Para empezar, hay que distinguir entre la edición literaria propiamente dicha y la no literaria. En la primera, que se relaciona estrechamente con la instancia cultural del gobierno estatal, los libros, las revistas y las publicaciones virtuales abrazan aquellas obras de creación que evidencian un claro propósito artístico; cabrían aquí, sin embargo, los textos de carácter crítico que tienen por empeño reflexionar sobre alguna de las artes, sobre el lenguaje, sobre historia de autores o generaciones y en suma los que examinen algún fleco, cualquiera que sea, del fenómeno literario. La segunda, la que llamo, a falta de otro rótulo, no literaria, tiene que ver con obras de carácter administrativo (códigos, reglamentos, planes, informes) y con trabajos científicos. Me ocupo aquí sólo del primer tipo de edición.
Ya hay, apreciable o no, un trabajo editorial continuo al menos en los dos sexenios anteriores, y no sería lógico, a mi parecer, olvidar la experiencia de aquellos periodos. Más bien yo plantearía, como insinué líneas arriba, retomar las mejores ideas de pasadas administraciones y añadir lo que deba ser cambiado. La experiencia anterior, por ejemplo, insistía sobremanera en el número de títulos y de autores publicados, y ponía menor énfasis en el punto de la distribución. He aquí, creo, un elemento central del proyecto de ediciones que, según sé, se contempla en el presente, y nada mejor que en verdad cristalice: publicar tal vez a menos autores, pero garantizar que quienes gocen este privilegio tengan una resonancia que vaya más allá de las fronteras estatales.
Para lograrlo, la coedición es una espléndida idea, y tiene, como todo, ventajas y desventajas. Las ventaja ostensible tienen que ver, sobre todo, con la difusión de la obra, esto si se pretende coeditar con sellos de renombre y ya perfectamente, como se dice en el argot de la mercadotecnia, posicionados. Nada más estimulante para un autor local que advertir la circulación de su obra por todo el territorio nacional, que recibir críticas de lectores lejanos, que presentar su trabajo ante públicos que lo desafíen de otra manera. Sin embargo, eso cuesta un tiempo y un dinero que por lo regular inhibe a las instancias oficiales de provincia con intereses de edición.
Digo tiempo en función de los ritmos generalmente largos que suele tomarse una editorial para dictaminar la calidad de un trabajo; y digo dinero porque, autorizada la publicación, los montos por edición, impresión y distribución no son los más bajos. Sin embargo, este proyecto deriva en estupenda oportunidad para que los autores de un estado como Coahuila se midan en espacios editoriales que posibiliten un acceso seguro a los lectores y, por ello, tengan un mayor grado de exigencia.
Coahuila tiene autores de sobra para buscar la coedición estado-sello comercial, pero también hay que ser realistas: poco (o nada, más bien) se animaría una editorial privada a publicar poesía, ensayo, cuento o dramaturgia de un autor local, así que también hay que buscar los caminos habituales de la coedición entre dos instancias oficiales (gobierno del estado-universidad, por ejemplo) y, en el caso extremo, la edición con recursos exclusivos de la pura administración estatal, que pese a su limitada distribución es un marco ideal, sobre todo, para difundir el trabajo de autores jóvenes.
Los caminos son muchos, y amplias las combinaciones que es posible imaginar. El caso es dar insistente salida al trabajo literario que en Coahuila es hoy, acaso más que nunca, numeroso y en algunos casos (Saúl Rosales, Jesús de León, Jesús Cedillo, Gerardo Segura, Alfredo García, Gilberto Prado, Vicente Alfonso, Gerardo García, Miguel Ángel Morales, Pablo Arredondo, Fernando Fabio Sánchez, Édgar Valencia, Paco Amparán, Julián Herbert, Alejandro Pérez Cervantes, Jesús Almonte, Luis Jorge Boone, Carlos Velázquez, Carlos Reyes, Marco Jiménez, entre otros) ya bastante maduro. Nada tendría de baldío compartirlo con los demás estados del país.

miércoles, enero 09, 2008

Las cartas sobre la téibol



Es verdaderamente indignante lo que acaba de ocurrir en el caso del video que circuló con alto rating gracias al combustible del morbo y al periódico de Carlos Salinas de Gortari. En él, como bien sabemos quienes lo hemos visto nada más unas doscientas veces, es posible apreciar a dos autoridades policíacas de Torreón, entre ellas al mero jefe, y a otros sonrientes comensales en un animado guateque al aire libre. Sin previo aviso, a la fiesta acude una chica que de inmediato se despoja de cuanto trapo la cubre e incluso echa a tierra las prendas más elementales, aquellas que sirven para ocultar las pudendas partes del humano continente. Queda, para decirlo en el mejor y más original castellano posible, como dios la trajo al inframundo, aunque de mayor edad. Voluptuosa, sicalíptica y curviforme, la chica del atuendo color carne se mueve cual anguila frente a las dos autoridades susomentadas, y llega un momento en el que, trepada a una mesa barata de cervecería, untada con aceitito que resalta ciertos brillos de foca en su piel, baila y deleita a la ya de por sí jubilosa concurrencia al ritmo de “La camisa negra”, tema que debemos a la vigorosa inspiración del colombiano Juanes. El escenario es una especie de tendajón, de palapa, color naranja con franja azul en la cenefa (dos colores bellamente representativos de la actual administración municipal), y el piso parece de cemento, de puro “firme”.
Durante el candente paseíllo de la chamaca, joven como de 23 o 25 años, de pelo corto y rojizo, no fea aunque sin mucho patrimonio en la región nálguica y de zona pectoral que pronto reclamará el socorro de un bisturí, vemos que los convidados no son de piedra: sonríen, aplauden, gritan. Hay incluso, al lado de nuestro director de policía, una dama que se nota seria, acaso no muy agradada por la sorpresiva aparición. Por allí, las tomas del video-teléfono, entrecortadas todas, enfocan latas de cerveza, botellas de whisky y otros pistachos, incluso parece verse un rústico crucifijo de madera colgado en la pared del fondo. El caso es que la chica hace su trabajo con incuestionable profesionalismo, agita a las masas (las suyas de ella) mientras nuestras autoridades no dejan de mostrar sonrisas envidiables.
Indigna, como digo, que esto esté pasando en Torreón, que se estén celebrando tales fiestas y no seamos invitados. ¿Qué les pasa? Llegan incluso al cinismo de no convidar al alcalde, lo cual me parece una grosería digna de la más severa reprobación. ¿Qué no es él, precisamente, quien los ha puesto en el puesto? ¿No merece ir, al menos, a echarse un taco de ojo en una de esas pachangazas tan bien orgianizadas por nuestros encargados de seguridad? Injusticia pura.
Se ha hablado de líneas de investigación en este caso que ha estremecido a la opinión pública, sobre todo a aquella parte de la sociedad que frecuenta los innumerables espacios laguneros donde la calentura está directamente asociada con la pérdida de liquidez (léase dinero, no confundir con equis líquidos). Comparto la inquietud de esos ciudadanos alarmados por la ocultación de datos fundamentales para llegar al merititito meollo del asunto. Varias preguntas vuelan con alas propias, y sólo su respuesta inmediata dejará satisfecha a la parte de la comunidad que exige el finiquito de los enigmas. Estas son las preguntas que deja como herencia la anterior y muy sonada historia de la vida real:
¿Cuál es el teléfono en el que es posible contratar a la chica del video?
¿Cuánto cobra por su desempeño?
¿Tiene algunos paquetes que puedan ser atractivos para la clientela?
¿Hay posibilidades de desarrollar “privados” o el baile es necesariamente colectivo y evidente para los demás?
¿Acepta tarjetas de crédito o todo es al chaschás?
Además de “La camisa negra”, ¿sabe moverse al ritmo de otras sabrosas melodías?
Son, como podemos apreciar, muchas preguntas sin respuesta. La ciudadanía exige transparencia, y es prudente que las autoridades atiendan esa demanda popular. Si no van a convidar, al menos que suelten la información, que pongan todas las cartas sobre la téibol.

domingo, enero 06, 2008

Blanco crítico



Piglia asegura que detrás de toda biblioteca se esconde una biografía. Algo así, no tengo Crítica y ficción a la mano (me lo consiguió Vicente Alfonso en la capirucha, dedicado por el autor de Plata quemada) y supongo que estoy adulterando la brillante afirmación. Pero el espíritu es ése: nuestras lecturas informan quiénes somos, de dónde venimos y, fatalmente, hacia dónde vamos. Así, cuando echo un vistazo a mi pasado de lector mozalbete, veo un caos. El dibujo retrospectivo me lleva al desorden, a la elección arbitraria, sin programa ninguno, de lecturas. ¿Qué podía hacer el yo que fui, de quince años, sin una sola guía en el mundo de los libros? Lógico: errar como perro callejero de aquí hacia allá, olisqueando y mordiendo el libro que pareciera más apetecible, y ya sabemos que eso es tan riesgoso como jugar con las pistolas sin haber pasado ni por las resorteras.
Eso cambió hacia 1982, cuando gracias (lo he dicho hasta el cansancio, pues no es magro el favor recibido) a mis clases con Saúl Rosales. Por primera vez tenía una clase formal y un maestro ídem para no elegir libros a mansalva. En una lejana cátedra de periodismo recibí la orden de leer Función de medianoche, obra reciente, en aquel amanecer de los ochenta, escrita por José Joaquín Blanco (DF, 1951). Eran crónicas, las que Blanco había publicado en el primer unomásuno, el unomásuno de los tiempos épicos. Se trataba de textos escritos con inquietante malicia, maquinazos que no por serlo dejaban de ostentar una prosa periodística filosamente literaria, la que yo jamás hubiera imaginado hasta aquel momento de mi ya luenga pubertad literaria.
¿Y qué pasó? Sencillo: que gracias a las crónicas de Blanco (“Mercado sobre ruedas”, “Panorama bajo el puente”, “Plaza Satélite”, “Desayuno con Carlos Hank”, “Ojos que da pánico soñar”…, cito los títulos de memoria) decidí que yo también podía ser periodista, aunque nunca fuera a conseguirlo plenamente, pues soy de esos cabrones que se han quedado a medio camino en casi todo, salvo en fracasar, que eso sí lo he logrado al cien por ciento. Despachadas tales crónicas, como impulsado por la herencia de un tío remoto me lancé a las calles de Torreón para escribir “a lo Blanco”; trabé relatos sobre varios puntos de la ciudad (he perdido, por suerte, muchos ejemplares de aquellas publicaciones que de seguro ahora me sonrojarían) como el hoy occiso cine Variedades, el mercado Juárez o la lucha libre de Gómez Palacio. Todavía en este momento, lo sé por cierto cosquilleo en el alma, me dan ganas de hacer crónica a la menor provocación de la realidad, y eso se debe al gravitar de Función de medianoche.
Leo y respeto, pues, a José Joaquín Blanco desde 1982. Pasé, entre otros libros, por su novela Las púberes canéforas, por Crónica de la poesía mexicana, por Un chavo bien helado (más “crónicas de vida cotidiana”). Leí con sumo gusto su erudito ensayo sobre novela mexicana contemporánea en el ejemplar de Nexos donde Noticias del imperio ganó una encuesta en 2007. Hace algunas semanas hallé Veinte aventuras de la literatura mexicana (Conaculta, 2006) y de nuevo doy con el JJB culto, frescote, trucha como él solo para escribir. Dice bien su advertencia: son ensayos y artículos en lo genérico, todos aparecidos alguna vez en publicaciones periódicas.
Veinte aventuras… es un libro atractivo por la enormidad de referencias que contiene, sí, pero más porque su erudición llega al lector sin el armatoste academicista que en no pocas ocasiones estorba la mejor inteligencia de los textos. Uno fluye entonces por los párrafos e ingresa a Lizardi. Alamán, Payno, Nervo, Guzmán, Valle-Arizpe, Pellicer, Novo, Garibay, López Páez, Poniatowska y a varios escritores más con genuino gusto, agradado por una prosa tan bien peinada que es una alegría ponerle el ojo encima.
Blanco ha logrado en este libro, otra vez, una feliz conciliación de lo periodístico y lo literario. En todo momento se siente que conversa con el lector, que no se cree el cuento de que los estudios literarios (eso también se lo he notado a don Antonio Alatorre) deben ser escritos con sequedad de yeso, y en más de un momento recurre a expresiones que agradan al oído popular (como cuando se refiere al gusto de Novo por las artes, sin albur, culinarias: “¿La estufa de gas, los hornos y los refrigeradores tienen razones que no comprende la filosofía de los seriesotes?”).
A muchos les podrá parecer poco que alguien confiese admiración por la obra de un coetáneo. Ni modo. Le tengo ley a José Joaquín Blanco y, como ya forman parte de mi modesta biografía, recomiendo sus libros.

El rarísimo Dolina



No sé qué estatus tenga en la Argentina el trabajo literario de Alejandro Dolina (Baigorrita, Partido de General Viamonte, provincia de Buenos Aires, 1945). Quiero suponer que, en algo, la fama de este autor se asemeja, toda proporción, a la de nuestro recordado Negro Fontanarrosa. En efecto, puede ser un personaje querido, leído por miles, pero visto con cierta risilla desdeñosa por los núcleos “serios” de la intelectualidad pampera. Creo que no supongo tan mal en este caso, pues así como a Roberto Fontanarrosa muchos no lo aceptan como escritor (aunque lo sea, y de los mejores) porque se dedicó también a la historieta, es seguro que Dolina difícilmente será aceptado como estupendo creador literario simplemente por el éxito de su programa radiofónico “La venganza será terrible”.
Pero es lo de menos. Lo que cuenta es la obra en sí, más allá o más acá de cualquier otra consideración aledaña, como ocurre con los premios, que muchas veces sólo esmaltan falacias o talentos infinitamente mirmidónicos. Y la obra en sí de Dolina, para quienes no lo conocen en México (léase todos los mexicanos, salvo seis o siete), es valiosa o al menos, para mí, atendible. Tanto en Crónicas de Ángel Gris como en El libro del fantasma, Dolina hace gala (y esto es cierto, no un lugar común) de un humor y una imaginación que ya quisieran muchos escritores no contaminados por las artes menores de la radiofonía o por la mala suerte del éxito comercial.
Deudor inocultable de Borges (quién no lo es de alguna forma, me pregunto), Dolina casi le calca algunos tics formales y temáticos; por ejemplo, el vaivén entre la mitología del barrio y la mitología erudita, la búsqueda de frases aparentemente serias pero siempre irónicas, el placer en afirmar como ciertas las referencias históricas más descabelladas y la costumbre de extraviarse deliberadamente entre el cuento, el ensayo y la poesía. Dolina no tiene, por supuesto, el enfoque inusitado que Borges le daba siempre a cualquiera de sus aventuras literarias, pero enseña garra, encanto, imaginación y humor a pasto, todo adornado con una prosa que nunca batalla para golpear en el adjetivo ideal, ése que debe ser ése y ningún otro más.
Los libros anteriores de Dolina se parecen a Bar del infierno (2004, Planeta), que es una colección heterogénea de “momentos”, de textos breves y del más colorido pelaje. Son y no son, a la vez, cuentos, ensayos, artículos, apuntes, notas; son, en suma, como alebrijes (que no centauros) de palabras. Pasa entonces que de pieza a pieza nos hallamos frente a criaturas endemoniadas, con rostro malicioso y sangre ligera. Para los amantes de la literatura fantástica es un archipiélago de tentaciones, un deleite que nos aleja del mundo cercano y a la vez nos acerca, paradojas del genio artístico, al meollo de la sinrazón humana más contemporánea.
Si el humor de Dolina cansa un poco en la radio, en el libro alienta permanentes expectativas. Es disfrutable en todo, principalmente en las estampas dedicadas, como experto aparente, un rasgo borgesiano más, a la milenaria cultura china. Sinólogo de barrio bravo porteño, Dolina pasea a sus lectores por un pasado que de tan remoto en el tiempo y el espacio termina por ser, da lo mismo, cierto o falso a los ojos de un lector occidental más bien preocupado por las rutinas de la urbe sin otro mito que el de la felicidad a precio de esclavitud y débitos bancarios.
Lo descubrí, porque el azar a veces es dadivoso, en 2002. Desde entonces lo he leído con frecuencia e interés, y quiero sospechar que otros en México lo encontrarán digno de búsqueda y lectura. Tímidamente, esta es la primera vez que digo algo sobre él en público. Pero Dolina puede presentarse solo. Basta leerlo para saber de golpe que es un autor raro y valioso. Puedo decir rarísimo y valiosísimo, pero no quiero sonar hiperbólico en mi elogio. No hay necesidad de exagerar en un caso tan evidente de buena calidad.

viernes, enero 04, 2008

Norteños frente al cinematógrafo



De pocos, creo, es conocida la faceta de Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-México, 1959) y Martín Luis Guzmán (Chihuahua, 1987-México, 1976) como críticos de cine. Yo tenía vagas, muy vagas referencias sobre ella hasta que hace poco me topé con Fósforo, crónicas cinematográficas, librito ya no muy reciente, del 2000, publicado en coedición por el Conaculta e Imcine. No estoy cerca del cine, y de hecho me inmiscuyo poco en él, pero cuando se puede, antes que ver cine, me place leer lo que han escrito expertos como Jorge Ayala Blanco, mi favorito pese (o quizá por ello) al calcinante amargor de sus afirmaciones siempre expresadas con una prosa tan barroca y elástica y vital que vale por sí misma.
En Fósforo, crónicas cinematográficas (otro de los cinco libros con brevedades que despacho fuera del claustro lagunero) los dos famosos escritores norteños inauguran, o casi inauguran, la crítica de cine en lengua española. Como lo señala Héctor Perea en su prólogo, algún europeo comenzó a opinar sobre filmes antes que Reyes y Guzmán, pero son el regiomontano y el chihuahuense los que sin duda pican piedra en esa mina por primera vez entre los latinoamericanos. Lo hacen en Madrid, cuando ambos se hallaban exiliados debido al bochinche revolucionario de nuestro país, es decir, allá por 1915. Sus comentarios aparecen en el semanario España, fundado por iniciativa de Ortega y Gasset. La invitación a escribir sobre ese arte todavía embrionario la reciben de Federico de Onís, quien escribió allí algunas reseñas de cine hasta que salió de Madrid y cedió su espacio a Reyes y a Guzmán.
Los dos mexicanos rebautizaron el espacio de crítica cinematográfica; le quitaron “El Espectador” (como lo había denominado De Onís) y lo recabecearon, con un nombre más preciso, “Frente a la pantalla”. Asimismo, crearon un seudónimo con el que firmarían los dos: Fósforo. Así, el 28 de octubre de 1915 comenzaron a aparecer los comentarios que, suponemos alternadamente, escribían Reyes y Guzmán para los lectores madrileños, y lo asombroso hoy, me parece, no sólo es la apertura que mostraron a esa fresca manifestación de la creatividad llamada todavía “cinematógrafo”, tan golpeada por quienes la consideraban espectáculo corruptor y/o infantil, sino la numerosa cuota de juicios atinados no nada más sobre los argumentos de las cintas, sino sobre la técnica y, en sí, sobre los detalles finos de la naciente “industria”.
“Más nos interesa lo que promete que lo que ya lleva realizado”, dicen Reyes y Guzmán para atajar a los que, con mirada retrógrada, veían en el cinematógrafo un cáncer de aquellos tiempos. Visionarios, los dos mexicanos, y sobre todo Reyes, considerado hoy por algunos como el rancio viejito encapsulado en la Grecia antigua, examinan cintas de la época y lo hacen mejor que muchos críticos de la actualidad. El asunto no tenía referentes, así que todo lo que dijeran parecía riesgoso; no se arrugaron ante la empresa y dieron con un montón de pareceres que aún hoy siguen sirviendo para aproximarnos al examen de películas. Es de veras un ejemplo de acercamiento crítico, sobre todo si consideramos que cada paso estaba siendo dado sobre terreno movedizo, sobre la frágil estructura de un arte que apenas amagaba con ser eso, arte. Reyes y Guzmán, ni siquiera treintañeros, explican con ejemplos la importancia de las tramas literarias, el valor de la fotografía, la trascendencia de las actuaciones, el peso del montaje (aunque todavía no le llamaran de esa forma) e incluso vislumbran el futuro poder de Hollywood. En nota al pie, Reyes apunta años después que en las colaboraciones de Fósforo él no le dio el peso debido al director (quien “hace buenos actores de gente muchas veces mediocre”), aunque eso supo apreciarlo más delante.
El 4 de noviembre de 1915, al comentar el film Las luces de Londres, Fósforo señala: “Tres principios son necesarios para producir una buena cinta: 1º) buen fotógrafo; 2º) buenos actores, y 3º) buena literatura. Es esencial el primero, indispensable el segundo y excelente el último. Porque sin literatura, o con muy poca literatura, puede darse una buena cinta; pero, en cambio, si la literatura es mala, todo se ha perdido. El espectador lucha entonces entre el atractivo de la buena fotografía o de los buenos actores y la repulsión que el asunto le inspira”. Creámoslo o no, eso fue publicado hace casi cien años y tiene tanta validez que parece dicho ayer. Para los devotos del cine, entonces, Fósforo Reyes-Guzmán imparte una gran lección. Lo recomiendo con cinco estrellitas.

jueves, enero 03, 2008

Viaje con Brasca



El género literario que acostumbramos, ignoro por qué, para viajar y leer es la novela. Hay, incluso, novelones que llaman “de aeropuerto”, libros gordos, escritos con estilo muy bajo en calorías, impresos en papel económico y forros con relieves dorados y algún cintillo que escandalosamente señala “chorrocientos mil ejemplares vendidos”. Como muchos, yo también cargaba con mamotretos (aunque no tan chafas) y los iba consumiendo en los ratos muertos que deja todo itinerario de viaje. Un buen día, como Lupita D’Alessio en plan méndigo, dije “hoy voy a cambiar” y ahora que lejos estoy del suelo donde he nacido y una leve nostalgia invade mi pensamiento he decidido cargar con puros libros de brevedades. Cargué cinco, tantos como colaboraciones de Ruta Norte tengo que escribir por semana, aunque ésta es atípica, de cuatro entregas, dado el descanso de año nuevo.
El resultado es, si no me engaño, óptimo: son libros con pedacería de textos, lo que permite leerlos cómodamente, en cualquier parte y en cualquier mendrugo de tiempo. A diferencia de las novelas, las obras con breverías permiten que el viajero se desentienda del separador, que olvide sin ninguna preocupación el “continuará” habitual en toda lectura de largo recorrido. Propongo a los viajeros que lo intenten, que tomen un libro con “ficciones súbitas” (como también le llaman al microrrelato) y vaya despachándolas mientras pasan las horas y/o los kilómetros.
El primero que leí, como bocado delicioso y muy digesto, es Todo tiempo futuro fue peor, de Raúl Brasca (Marcos Paz, provincia de Buenos Aires, 1948). Él es, aunque quizá exagero, lo cual no me produce ninguna culpa, el más famoso microrrelatista vivo de la Argentina. Sé que allí andan, por ejemplo, Luisa Valenzuela y Ana María Shua para hacerle sombra con sus enormes microficciones, pero Brasca se ha colocado poco a poco como un excepcional, infatigable y consumado hacedor, teórico y promotor de cuentos brevísimos, como se puede advertir en Todo tiempo futuro fue peor publicado por Mondadori.
Obra sin divisiones temáticas, las 104 piezas que la componen son una sorpresa a cada salto de página. Hay, como en todo libro de valía, textos o momentos excepcionales y otros no tanto, pero aquí aseguro que los primeros destacan por su singularidad. Es como si el microrrelator se hubiera propuesto publicar sólo piezas de estupenda hechura, esto a sabiendas de que un libro de naturaleza miscelánea, como éste, no se puede permitir caídas o puntos flácidos. Entre otros atributos, luce el cuidado de la prosa, la afilada cuchilla del humor y el buen hábito de construir cuentos con principio, medio y fin así sea sobre la cabeza de un alfiler, como se podrá apreciar en los tres que cito:
“Todo tiempo futuro fue peor”
Anoche se sobrepuso a las balas que lo acribillaron y huyó de la policía entre la multitud.
Se escondió en la copa de un árbol, se le rompió la rama y terminó ensartado en una verja de hierro. Se desprendió del hierro, se durmió en un basural y lo aprisionó una pala mecánica. La pala lo liberó, cayó sobre una cinta transportadora y lo aplastaron toneladas de basura. La cinta lo enfrentó a un horno, él no quiso entrar y empezó a retroceder. Dejó la cinta y pasó a la pala, dejó la pala y fue al basural, dejó el basural y se ensartó en la verja, dejó la verja y se escondió en el árbol, dejó el árbol y buscó a la policía.
Anoche puso el pecho a las balas que lo acribillaron y se derrumbó como cualquiera cuando lo llenan de plomo: completamente muerto.
“Unión excelsa”
Ante la evidencia de su gravidez, una admiradora de Ben Jonson confesó su unión con el Espíritu Santo. Aseguró que si hijo sería mitad ángel y mitad humano. En efecto, dio a luz un ángel que carecía de alas y que, en lo demás, no difería de un niño común y corriente.
“Negación”
Cuando ella se le negaba, él se mostraba comprensivo; cuando ella provocaba a otros hombres, él fingía divertirse; cuando lo engañaba con descaro, miraba hacia otro lado. Finalmente, ella se cansó y le pidió el divorcio.