De pocos, creo, es conocida la faceta de Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-México, 1959) y Martín Luis Guzmán (Chihuahua, 1987-México, 1976) como críticos de cine. Yo tenía vagas, muy vagas referencias sobre ella hasta que hace poco me topé con Fósforo, crónicas cinematográficas, librito ya no muy reciente, del 2000, publicado en coedición por el Conaculta e Imcine. No estoy cerca del cine, y de hecho me inmiscuyo poco en él, pero cuando se puede, antes que ver cine, me place leer lo que han escrito expertos como Jorge Ayala Blanco, mi favorito pese (o quizá por ello) al calcinante amargor de sus afirmaciones siempre expresadas con una prosa tan barroca y elástica y vital que vale por sí misma.
En Fósforo, crónicas cinematográficas (otro de los cinco libros con brevedades que despacho fuera del claustro lagunero) los dos famosos escritores norteños inauguran, o casi inauguran, la crítica de cine en lengua española. Como lo señala Héctor Perea en su prólogo, algún europeo comenzó a opinar sobre filmes antes que Reyes y Guzmán, pero son el regiomontano y el chihuahuense los que sin duda pican piedra en esa mina por primera vez entre los latinoamericanos. Lo hacen en Madrid, cuando ambos se hallaban exiliados debido al bochinche revolucionario de nuestro país, es decir, allá por 1915. Sus comentarios aparecen en el semanario España, fundado por iniciativa de Ortega y Gasset. La invitación a escribir sobre ese arte todavía embrionario la reciben de Federico de Onís, quien escribió allí algunas reseñas de cine hasta que salió de Madrid y cedió su espacio a Reyes y a Guzmán.
Los dos mexicanos rebautizaron el espacio de crítica cinematográfica; le quitaron “El Espectador” (como lo había denominado De Onís) y lo recabecearon, con un nombre más preciso, “Frente a la pantalla”. Asimismo, crearon un seudónimo con el que firmarían los dos: Fósforo. Así, el 28 de octubre de 1915 comenzaron a aparecer los comentarios que, suponemos alternadamente, escribían Reyes y Guzmán para los lectores madrileños, y lo asombroso hoy, me parece, no sólo es la apertura que mostraron a esa fresca manifestación de la creatividad llamada todavía “cinematógrafo”, tan golpeada por quienes la consideraban espectáculo corruptor y/o infantil, sino la numerosa cuota de juicios atinados no nada más sobre los argumentos de las cintas, sino sobre la técnica y, en sí, sobre los detalles finos de la naciente “industria”.
“Más nos interesa lo que promete que lo que ya lleva realizado”, dicen Reyes y Guzmán para atajar a los que, con mirada retrógrada, veían en el cinematógrafo un cáncer de aquellos tiempos. Visionarios, los dos mexicanos, y sobre todo Reyes, considerado hoy por algunos como el rancio viejito encapsulado en la Grecia antigua, examinan cintas de la época y lo hacen mejor que muchos críticos de la actualidad. El asunto no tenía referentes, así que todo lo que dijeran parecía riesgoso; no se arrugaron ante la empresa y dieron con un montón de pareceres que aún hoy siguen sirviendo para aproximarnos al examen de películas. Es de veras un ejemplo de acercamiento crítico, sobre todo si consideramos que cada paso estaba siendo dado sobre terreno movedizo, sobre la frágil estructura de un arte que apenas amagaba con ser eso, arte. Reyes y Guzmán, ni siquiera treintañeros, explican con ejemplos la importancia de las tramas literarias, el valor de la fotografía, la trascendencia de las actuaciones, el peso del montaje (aunque todavía no le llamaran de esa forma) e incluso vislumbran el futuro poder de Hollywood. En nota al pie, Reyes apunta años después que en las colaboraciones de Fósforo él no le dio el peso debido al director (quien “hace buenos actores de gente muchas veces mediocre”), aunque eso supo apreciarlo más delante.
El 4 de noviembre de 1915, al comentar el film Las luces de Londres, Fósforo señala: “Tres principios son necesarios para producir una buena cinta: 1º) buen fotógrafo; 2º) buenos actores, y 3º) buena literatura. Es esencial el primero, indispensable el segundo y excelente el último. Porque sin literatura, o con muy poca literatura, puede darse una buena cinta; pero, en cambio, si la literatura es mala, todo se ha perdido. El espectador lucha entonces entre el atractivo de la buena fotografía o de los buenos actores y la repulsión que el asunto le inspira”. Creámoslo o no, eso fue publicado hace casi cien años y tiene tanta validez que parece dicho ayer. Para los devotos del cine, entonces, Fósforo Reyes-Guzmán imparte una gran lección. Lo recomiendo con cinco estrellitas.
En Fósforo, crónicas cinematográficas (otro de los cinco libros con brevedades que despacho fuera del claustro lagunero) los dos famosos escritores norteños inauguran, o casi inauguran, la crítica de cine en lengua española. Como lo señala Héctor Perea en su prólogo, algún europeo comenzó a opinar sobre filmes antes que Reyes y Guzmán, pero son el regiomontano y el chihuahuense los que sin duda pican piedra en esa mina por primera vez entre los latinoamericanos. Lo hacen en Madrid, cuando ambos se hallaban exiliados debido al bochinche revolucionario de nuestro país, es decir, allá por 1915. Sus comentarios aparecen en el semanario España, fundado por iniciativa de Ortega y Gasset. La invitación a escribir sobre ese arte todavía embrionario la reciben de Federico de Onís, quien escribió allí algunas reseñas de cine hasta que salió de Madrid y cedió su espacio a Reyes y a Guzmán.
Los dos mexicanos rebautizaron el espacio de crítica cinematográfica; le quitaron “El Espectador” (como lo había denominado De Onís) y lo recabecearon, con un nombre más preciso, “Frente a la pantalla”. Asimismo, crearon un seudónimo con el que firmarían los dos: Fósforo. Así, el 28 de octubre de 1915 comenzaron a aparecer los comentarios que, suponemos alternadamente, escribían Reyes y Guzmán para los lectores madrileños, y lo asombroso hoy, me parece, no sólo es la apertura que mostraron a esa fresca manifestación de la creatividad llamada todavía “cinematógrafo”, tan golpeada por quienes la consideraban espectáculo corruptor y/o infantil, sino la numerosa cuota de juicios atinados no nada más sobre los argumentos de las cintas, sino sobre la técnica y, en sí, sobre los detalles finos de la naciente “industria”.
“Más nos interesa lo que promete que lo que ya lleva realizado”, dicen Reyes y Guzmán para atajar a los que, con mirada retrógrada, veían en el cinematógrafo un cáncer de aquellos tiempos. Visionarios, los dos mexicanos, y sobre todo Reyes, considerado hoy por algunos como el rancio viejito encapsulado en la Grecia antigua, examinan cintas de la época y lo hacen mejor que muchos críticos de la actualidad. El asunto no tenía referentes, así que todo lo que dijeran parecía riesgoso; no se arrugaron ante la empresa y dieron con un montón de pareceres que aún hoy siguen sirviendo para aproximarnos al examen de películas. Es de veras un ejemplo de acercamiento crítico, sobre todo si consideramos que cada paso estaba siendo dado sobre terreno movedizo, sobre la frágil estructura de un arte que apenas amagaba con ser eso, arte. Reyes y Guzmán, ni siquiera treintañeros, explican con ejemplos la importancia de las tramas literarias, el valor de la fotografía, la trascendencia de las actuaciones, el peso del montaje (aunque todavía no le llamaran de esa forma) e incluso vislumbran el futuro poder de Hollywood. En nota al pie, Reyes apunta años después que en las colaboraciones de Fósforo él no le dio el peso debido al director (quien “hace buenos actores de gente muchas veces mediocre”), aunque eso supo apreciarlo más delante.
El 4 de noviembre de 1915, al comentar el film Las luces de Londres, Fósforo señala: “Tres principios son necesarios para producir una buena cinta: 1º) buen fotógrafo; 2º) buenos actores, y 3º) buena literatura. Es esencial el primero, indispensable el segundo y excelente el último. Porque sin literatura, o con muy poca literatura, puede darse una buena cinta; pero, en cambio, si la literatura es mala, todo se ha perdido. El espectador lucha entonces entre el atractivo de la buena fotografía o de los buenos actores y la repulsión que el asunto le inspira”. Creámoslo o no, eso fue publicado hace casi cien años y tiene tanta validez que parece dicho ayer. Para los devotos del cine, entonces, Fósforo Reyes-Guzmán imparte una gran lección. Lo recomiendo con cinco estrellitas.