miércoles, noviembre 18, 2009

Camino a La Laguna



Hay, como sabemos, muchas vías de acceso a La Laguna. Podemos llegar por la carretera a Saltillo, a México o a Ciudad Juárez, entre las más importantes. También es posible hacerlo por la carretera a Cuatrociénegas, aunque es mucho menos transitada que las otras. Por aire hay dos caminos: el aeropuerto Francisco Sarabia de Torreón o el J. Agustín Castro de Ciudad Lerdo. En cuanto al tren, ignoro si todavía hay corridas de pasajeros. También podemos llegar por mar, dado que, como bien sabemos, Mazatlán es la playa de la Comarca Lagunera. Esos son, mencionados en tres patadas, los caminos físicos. Pero hay otros menos tangibles y, creo, igualmente importantes. Uno de ellos es el de la comida: podemos saber algo de La Laguna si nos echamos un lonche misto (misto con “s”, no con “x”, como lo he repetido hasta el hartazgo), si devoramos unas gorditas o si liquidamos un duro preparado con redundantes cueritos y una combinación bomba de verduras con crema, salsa y redilas para que no se caiga todo ese contenido. También podemos, desde hace poco más de 25 años, husmear lo que es esta región si de lejos vemos los partidos de futbol, ahora jugados en un nuevo escenario más lujoso, pero igualmente aterrado.
Esos caminos, que juzgo importantes, nos acercan a una región con características peculiares. Chambeadora, un tanto bárbara, tragona, bebedora, alegre, abierta, manirrota, bravera cuando se requiere, laxa en el manejo de las normas. Así, al menos, la percibo yo, que tengo viviendo una buena cantidad de años por estos andurriales, nada más 45. Pero, ¿cómo la perciben los demás? ¿Qué opina de sí mismo el lagunero? Estas preguntas generalmente no salen a relucir. Uno vive en la cultura, su cultura, como un pez en el agua, de suerte que eso que nos envuelve (la cultura que en el pez es el agua) nos parece tan natural que jamás reparamos en sus características, en sus rasgos más salientes.
Eso es, precisamente, lo que como fuereño ya bien aclimatado hace José Édgar Salinas Uribe en su más reciente libro: explorar el ser lagunero diseminado en textos narrativos escritos sobre todo por laguneros, indagar qué es el homo lagunensis y qué es para tal bicho el susodicho entorno, este pedazo de mundo donde el polvo nunca cesa y donde el sol no tiene casi nube para detener su candela.
Con una década entre nosotros, Salinas Uribe ha sido un meticuloso espectador de lo que somos. Ha podido serlo porque es observador, analítico y forastero, como se les decía en el lejano oeste a los recién llegados. Cuidadoso lector de los hábitos colectivos, lo es también de los libros, recipientes inmejorables de la personalidad comunitaria, de sus costumbres, de sus filias y sus fobias. Si el doctor Sergio Antonio Corona Páez indagó en fuentes documentales primarias para aclarar el origen histórico de esta región en La Comarca Lagunera. Constructo Cultural, Salinas Uribe ha hundido su mirada en relatos ficcionales, en las novelas y en los cuentos, más algunos otros trabajos de otros géneros, para trazar otro perfil de la laguneridad desde el flanco de la imaginación.
Desfilan, pues, por las páginas de Arqueología de un imaginario: La Laguna, los autores que de alguna u otra forma han navegado las aguas de nuestra idiosincrasia. En ellos, Salinas Uribe ha resaltado los tópicos comunes, ha rastrado las señas identitarias que pueden darle al no lagunero una idea de las preocupaciones configuradoras de “la fantasía que existe en los orígenes de la región”, como apunta Mauricio Beuchot en la bella cuarta que convida a la visita de esta obra.
Publicado con los sellos de Juan Pablos y del Ayuntamiento de Torreón, Arqueología de un imaginario: La Laguna, es un paso importante en la develación de una comarca ante los ojos locales y foráneos, además de permitirnos apreciar, por si hiciera falta, el valor de la literatura como vaso en el que confluyen las apetencias íntimas de toda comunidad. Bienvenido entonces este nuevo camino a La Laguna: la ruta que hoy nos traza José Édgar Salinas Uribe.