Enrique Macías recién me ha compartido un artículo que en
efecto aguijó mi interés. En él, Arturo Pérez-Reverte despotrica contra las
editoriales y los autores que en asociación ilícita revientan el mercado con
libros sin mérito alguno. El alegato es general, abierto, casi para que
cualquier empresa productora de libros se sienta parte del problema. Es
difícil, imposible más bien, no coincidir con el escritor español, aunque el
riesgo de abrir tanto el abanico es que en él quepan libros como los del mismo
crítico: novelas y sagas diseñadas para el éxito de ventas, que al parecer es
el único éxito que hoy importa.
Afirma el padre del capitán Alatriste: “Dense una vuelta por
las mesas de novedades y comprobarán que lo de Jeosm [un fotógrafo amigo suyo
que fue invitado a escribir una novela de lo que sea con tal de venderla] no es
anécdota suelta, sino indicio de una estrategia editorial sin escrúpulos que
como una mancha infame envilece lo que aún llamamos literatura. Cada año, cada
mes, cada semana, una cantidad enorme de novelas aparece en librerías,
plataformas digitales y redes sociales. Algunos de sus autores son mediocres o
innecesarios, publicados por sus editores a ver si suena la flauta”.
¿No es este fenómeno similar al que se da en todas las
artes? ¿Acaso no sobreabundan las propuestas de todos los pelajes? ¿Es posible frenar la avalancha de objetos
culturales cuya única razón de ser es el propósito de lucro? Más adelante, observa: “No hay presentador de
televisión, youtuber, influencer o famoso que, por iniciativa propia o
inducida, en sus ratos libres, que por lo visto son muchos, no pruebe suerte
con la tecla”. Particularizar, decir que los youtubers y los influencers son
quienes infestan el mercado del libro es casi improcedente, pues en realidad el
tumulto de los que hoy producen libros no se restringe a un tipo específico de
persona. Es más fácil decir “cualquiera”, o al menos “cualquier famoso”.
Tampoco es un mal sólo atañedero a la literatura, al libro.
Hoy, tras el boom de la comunicación
digital, cualquiera que tenga un celular y una cuenta de red social puede ser
actor, cantante, fotógrafo, estrella porno, politólogo, orientador vocacional,
conferencista, científico, mago, cómico, chef... Un poco de fama previa y algo
de suerte pueden facilitar cierto éxito, como pasa con los exfutbolistas que
ahora se han autohabilitado de entrevistadores en streaming o perpetradores de tik toks.
En este mundo revuelto nos movemos ahora: el de los “creadores de contenido” que se reproducen como chancros. Lo que debemos invocar no es que desaparezcan equis o zeta productos, aspiración hoy imposible de satisfacer, sino alentar en los consumidores la procura de un cedazo con la cuadrícula más cerrada; es decir, lo de siempre. Quien lo logre al final terminará encontrando que lo bueno, lo meritorio, lo atendible, es lo mismo que ya había antes de que fuera tan fácil la multiplicación/exhibición de la estupidez.