miércoles, abril 30, 2025

Por qué algunos poemas

 








Quizá el único espacio que me queda como lector hedónico es el de la poesía. Todo lo demás, así sea placentero, tiene algo de utilitario, de pragmático: los cuentos para escribir cuentos, las novelas para aprender a escribir novelas, los ensayos para aprender a observar mejor tal o cual asunto, los artículos y las columnas para obtener información. Esto es aproximadamente así, supongo, para quien escribe: que en todo o casi todo lo que lee hay un tufillo a búsqueda de dividendos que van más allá del mero gusto.

La poesía, digo, no presupone en mi caso una necesidad de nada, salvo la de obtener el mayor placer estético posible. Creo incluso que esto debe ser así, aunque también debo suponer que los poetas leen poesía para hacerse de herramientas que les puedan ser útiles a la hora de escribir. Como mi aspiración al leer poesía es casi virginal, leo poemas para encontrar semejanzas con mi propia experiencia de ser humano. En otras palabras, cuando cruzo un poema me agrada hallar en él la sencillez de una vivencia que me roce, un eco de mi propia circunstancia, la sensación de que yo ya lo había intuido y por ello debí escribirlo.

Esto se me ocurrió pensar a propósito de Islas a la deriva (Siglo XXI, México, 1976), libro de José Emilio Pacheco. Como siempre, el azar me deparó algunas piezas que de inmediato establecieron un nexo con mi experiencia. Doy sólo un ejemplo: este poema me trajo a la memoria un viejo recuerdo, aquel en el que me juré jamás sentir aburrimiento ante un juguete amado. Como se lee: de niño me juré no abandonar nunca un juguete. Me lo había comprado mi padre como regalo para la navidad de 1971. Lo usé y lo guardé a diario durante meses, siempre azorado por su funcionamiento y los detalles de su diseño. No sé cuándo ni dónde lo abandoné. El título del poema de JEP es “Los juguetes”, y es breve: “Cuando la infancia pasa / los juguetes se vuelven tristes / Una melancolía sorda aparece / en sus desgarradores ojos de vidrio // Sienten su muerte / Saben que los espera en un desván / su infinito destierro de cadáveres / y con ellos han muerto para siempre / los días del niño // Oso conejo ardilla de un bosque antiguo / hecho ceniza / Ni ahora ni nunca volverán a los brazos / que acompañaron”.

¿Por qué algunos poemas? Porque son, quizá, un espejo de la memoria.