miércoles, septiembre 18, 2024

Henríquez Ureña, erudito

 











El Fondo de Cultura Económica recién ha cumplido 90 años. Ya es un lugar común decir que lo fundó Daniel Cosío Villegas para difundir libros sobre Economía, de ahí su nombre original: el adjetivo “económica” no significa “de bajo precio”, sino “sobre Economía”. Luego, lo sabemos, el tema se fue ampliando hasta abarcar, hoy, prácticamente todas las vertientes del saber y la imaginación humanos. Es, por mucho, una de las instituciones culturales más importantes de México y la más importante, sin pizca de duda, en materia editorial.

Varios directores ha tenido en su nonagenaria vida. Uno de ellos es inolvidable: el argentino Arnaldo Orfila Reynal, quien ocupó el cargo de 1948 a 1965; en ese periodo dio impulso a varias colecciones que hasta la fecha sobreviven, como los Breviarios y la Colección Popular, de las cuales he sido viajero frecuente a lo largo ya de cuatro décadas. Son, bien lo sabemos, libros de divulgación, todos impresos en formato de bolsillo.

Uno de los muchísimos que tenía pendiente de lectura es Historia de la cultura en la América hispánica (México, 171 pp.), de Pedro Henríquez Ureña (1884-1946). La edición que tengo y leí es de 1973, aunque su primera salida se dio en 1947, un año después de que murió su autor. Veo en el catálogo del Fondo que su más reciente impresión data de 2021, así que es asequible (y por menos de cien pesos). Se trata de un libro de pequeño volumen y de corte enciclopédico, tupido sobre todo de nombres propios, topónimos y fechas. Junto con estos datos, de los que ahora llamamos “duros”, aparecen los puntuales y veloces juicios del erudito nacido en la República Dominicana.

El libro es útil para hacerse de un panorama sobre los logros más salientes de la cultura latinoamericana (por esto los jóvenes deberían leerlo). Henríquez Ureña comienza su periplo con los pueblos originarios de lo que luego sería Latinoamérica, pasa por la Conquista, luego la Colonia, después por la etapa de nuestras independencias y al final con el cierre del siglo XIX hasta llegar a la primera mitad del XX. La revisión de los frutos culturales de esta inmensa zona del planeta se desarrolla pues cronológicamente, y con rápido zigzag describe lo que ha pasado con la historia, la literatura, la arquitectura, la pintura y la música de nuestros países y de Brasil (la aparición de este país desconcierta un poco, dado el título del libro).

Del FCE también recuerdo haber leído la correspondencia entre Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, con edición de José Luis Martínez. Leer al dominicano es una forma de tenerlo presente como siempre lo tuvieron Borges y Reyes, de quien puede decirse que fue casi preceptor. Reyes lo quiso y lo respetó mucho, y Borges no se diga, tanto que llegó a lamentar la situación algo marginal en la que se tuvo a Henríquez Ureña durante su radicación en Buenos Aires (“creo que no le perdonamos el ser dominicano, el ser quizás mulato”). Pudo tener razón, y por eso con más ganas celebro haber cruzado, gustoso, Historia de la cultura en la América hispánica, un cuadro abarcador del maestro Pedro Henríquez Ureña.