A propósito de un texto publicado hace pocos días recibí esta
pregunta: ¿qué libros pueden servir para hacernos una idea sobre la polis que
encontraron los españoles y ahora llamamos Ciudad de México? No dudé en
responder que la bibliografía sobre el tema es apabullante, pero puede
resumirse en estos tres títulos fundamentales: las Cartas de relación, la Historia verdadera sobre la conquista de la
Nueva España y la Historia general de
las cosas de la Nueva España de, respectivamente, Hernán Cortés, Bernal
Díaz y fray Bernardino de Sahagún, todos asequibles en ediciones populares como
las de Porrúa en su colección Sepan cuantos…
Al tercero de los libros mencionados le tengo especial afecto
porque se trata de un pormenorizado recuento de lo que había en México antes y
durante la conquista. Sahagún dice “las cosas” para significar “todo”, lo
material y lo inmaterial, lo concreto y lo simbólico, es decir, que su libro
abarca todo aquello que pudo acopiar sobre la cultura azteca. La edición de
este libro fue preparada para Porrúa por Ángel María Garibay Kintana (Toluca,
1892-Ciudad de México, 1967), uno de los más importantes sabios del siglo XX
mexicano.
Gracias pues a la edición de la Historia… sahaguneana tuve noticia sobre el padre Garibay, de quien
Porrúa también tiene a la mano otros libros que nos muestran el saber del
mexiquense, quien, mientras atendía su misión religiosa, supo arar en un vasto
territorio de intereses intelectuales. Uno de ellos fue el lingüístico, en el
que destacó por su hondo conocimiento de varias lenguas como el griego, el
hebreo y el náhuatl, por mencionar sólo tres. Otra de las lenguas que lo
apasionó fue, claro, el castellano, como puede verse en En torno al español hablado en México (UNAM, 2015, 146 pp.). Hasta
antes de conseguirlo, yo ignoraba que el padre Garibay había colaborado con la
prensa como lo hizo entre las décadas del cincuenta y sesenta para Excélsior, El Universal y Novedades,
diarios a los que acudió para compartir, sobre todo, inquietudes de carácter
lingüístico.
Estas antologías ofrecen pues “minucias del lenguaje”, curiosidades
sobre el uso de ciertas palabras, precisiones etimológicas y asedios similares.
El padre desplegó sus opiniones con una prosa algo arcaizante ya para su época
y con un tono regañón en el que, molestia aparte, resalta la importancia de
estar siempre atentos a nuestra expresión cotidiana.
No me parece innecesario sumar este libro del padre Garibay
al que preparó de fray Bernardino. La erudición del toluqueño nunca será
desdeñable.