Mi vocación es llegar tarde a casi todo, y por eso así aterricé,
cuatro años después de su aparición, en Cinco Esquinas, novela de Mario Vargas Llosa. Cuando salió no fue un macanazo
editorial ni nada parecido, sino un título más entre los demasiados que el
peruano ha venido apurando en su ya octogenaria vida. Da la impresión de que en
el crepúsculo de su existencia el autor de La
casa verde no declina en el deseo de hacerse visible con novedades en los
anaqueles, casi como si quisiera demostrar que su vista y su imaginación, pese
a los años, gozan de cabal salud.
Recuerdo que cuando Cinco Esquinas recién había sido impreso, en Gonvill de Torreón me regalaron una
especie de folletito con el primer capítulo. Lo leí y no puedo mentir: me
gustó. La larga descripción de las dos señoras jóvenes y burguesas en franco
encontronazo lésbico con el telón de fondo de la violencia senderista/fujimorista/montesinista
me dejó intrigado. Sentí que en cualquier otro momento debía leer lo que
seguía, y ese momento llegó la semana pasada.
Es poco original decir que Cinco Esquinas no es uno de los libros señeros de Vargas Llosa. Si
uno ya pasó por Conversación en La
Catedral o La fiesta del Chivo, libros
como el que aquí comento parecen una pequeñez. Sin embargo, como lo he dicho
muchas veces, una novela regular del peruano podría pasar como notable novela
para casi cualquier otro narrador. Pero ya sabemos que la crítica es así: a
Vargas Llosa no se le perdonan los libros que no son La guerra del fin del mundo, y poco se toma en cuenta que, obvio,
lo mejor de su producción ha quedado atrás y que de él sólo podemos esperar
libros menores comparados con los que ya acuñó.
Cinco Esquinas exhibe, sin embargo, la envolvente agilidad
narrativa y los recursos en el manejo de los diálogos que conocemos en su
autor. Por ese lado nada se le puede reclamar. Es difícil, pues, que no
caigamos embrujados por la pintura de sus personajes y por el agudo tratamiento
de la atmósfera: la violencia política peruana y el manejo sinuoso de la prensa.
Subyuga la hechura de Rolando Garro, el periodista intrigante, y más todavía la
de su subordinada y discípula, La Retaquita. El final es algo débil y uno
percibe cierta simpatía del autor por Enrique Cárdenas y otros personajes
burgueses que sólo son “malos” en función de sus travesuras sexuales.
En la galaxia narrativa de Mario Vargas Llosa, Cinco Esquinas no es la estrella más brillante,
pero no son pocas las virtudes literarias que muestra de uno de los más
importantes novelistas latinoamericanos.