El
escritor —y más precisamente el narrador, el creador de relatos— es un animal
habitado por fantasmas, un aposento por el que deambulan seres incorpóreos de
la más variada catadura. Quien padece de manía cuentística o novelística sabe,
por ello, que escribir es el único recurso que tiene para apaciguar en su
interior el hervidero de espectros que lo enfebrecen, de suerte que construir
historias es un autoexorcismo, una especie de liberación.
¿Y
qué tipo de seres son los que pueblan el alma del narrador? La respuesta es
simple: todos. Un creador de esta naturaleza no discrimina edad, sexo,
temperamento, aspecto y costumbres de los bichos concernientes a su obra. Lo
mismo puede, por esto, indagar en la personalidad de un asesino que en la de un
santo sin que en ninguno de los casos se tome esto como diatriba o como
apología. Me refiero, claro, a los textos que saben borrar o esconder, si lo
tienen, su intención moral o edificante, panfletaria en suma.
Sobre
este tema y sus alrededores leí dos artículos en la semana que cerró 2019. Uno
de ellos, publicado en Milenio, fue
escrito por Arturo Pérez Reverte. Su título es agresivo: “Déjennos escribir,
idiotas”, y en él se calza los guantes contra cierta crítica inclinada a
considerar como indefectible la necesidad de que el escritor sea a la vez un
sujeto responsable desde el punto de vista ético y se abstenga en lo posible de
crear obras que puedan ser interpretadas como atentatorias contra algún valor
social, sea cual sea. El autor de La
carta esférica arremete contra esos árbitros (los llama “inquisidores,
perdonavidas puritanos, esbirros”) y defiende el derecho del escritor a
escribir lo que guste.
El
otro artículo es “Las dos caras de Vargas Llosa”, de Fernando D’Addario,
publicado en Página 12, y de alguna
manera se vincula con el de Pérez Reverte. D’Addario muestra un detalle algo
anómalo entre la vida y la obra del novelista peruano. Por un lado, evidencia que para MVL el golpe en Bolivia tuvo como fin deponer al tirano Evo Morales, y por otro, que MVL exhibe en Tiempos recios, su más reciente libro,
la terrible realidad vivida por la Guatemala de Jacobo Arbenz, una realidad nada
ajena, como la de Bolivia hoy, a la intromisión gringa. Se puede decir, por
esto, que Vargas Llosa es un señor que opina públicamente de una manera y con total libertad escribe ficciones como si fuera otro, como si sus fantasmas lo obligaran
todavía a ser algo progre.