Hace casi exactamente tres años (el 18 de enero de 2017) se
dio el primer caso de esta índole en nuestro país, y Acequias, revista bajo mi cargo en la Ibero Torreón, recogió sobre
este drama cuatro opiniones antes expuestas en una mesa redonda. El editorial
de aquel número 72 planteó de esta forma su propósito:
“Aquella inolvidable mañana el acontecimiento nos
estremeció: en Monterrey, Nuevo León, un joven disparó a su maestra y a varios
de sus compañeros en el salón de clases, y luego se suicidó. Inmediatamente
después de pasada la primera conmoción, vinieron el morbo, el deseo de obtener
más datos sobre el suceso y las especulaciones de sobremesa. En México, sobre
todo en los ambientes estudiantiles, no dábamos crédito al hecho que —como casi
todo lo que ahora se viraliza en internet— quedó registrado en un video.
¿Qué sucedió, por qué un adolescente pudo atentar así contra la vida de sus cercanos
en un aula de secundaria?
Pasados pocos días, el terrible acto pasó al olvido. Otros
mil acontecimientos lo opacaron y lo convirtieron en anécdota, en ‘algo’ que
ocurrió en una escuela regiomontana. En la Ibero Torreón, sin embargo, fue
pensada una mesa redonda para dialogar no tanto sobre lo que pasó aquella
mañana aciaga, sino en sus posibles resortes, en las implicaciones de las
conductas de alto riesgo en las escuelas y en lo que estamos haciendo mal como
sociedad para encarar tales situaciones y, fundamentalmente, para prevenirlas.
Los maestros e investigadores Sergio Garza, Francisco Rodríguez, Laura Orellana
y Javier Ramírez escribieron un resumen de sus exposiciones y aquí, en esta
edición de Acequias,
los ofrecemos al lector como punto de partida para nuevas reflexiones”.
Pasma la simetría que tiene la tragedia de Monterrey con lo
sucedido ayer en Torreón. Otra vez nos pasará el asombro, el dolor, y otras miles
de noticias sepultarán la urgencia de pensar y repensar el destino de los niños
expuestos hoy al olvido y a miles y miles de situaciones que, por su edad,
muchos no pueden procesar. Si a la podredumbre informativa a la que pueden
acceder con total descuido se suma el deterioro de los lazos comunitarios
(entre ellos el familiar), pocas esperanzas tenemos de no volver a recibir
noticias de tan lamentable naturaleza. ¿Cuánto tiempo durarán los golpes de
pecho y las acusaciones abstractas? ¿Cuánto durará nuestra “plomiza
consternación”? Ojalá pudiéramos hacer algo.