Viajé
a la Ciudad de México el 29 de julio de 2019. Vine a despachar un asunto
laboral relativamente breve y de paso ver a mi hija aunque fuera algunas horas.
La salida de Torreón tuvo una demora de dos horas, y la llegada al aeropuerto
Benito Juárez nos retuvo en la pista al menos una hora.
La estancia en la capital fue tranquila, fluida y feliz. Mi regreso estaba programado para el martes 30 a las 5 pm. Llegué a las 3, con tiempo suficiente, y vi que el aeropuerto estaba congestionado de turistas en la zona de Interjet. Para documentar, allí se hacía una cola como de 200 metros. Por suerte, yo ya había impreso mi pase de abordar, así que podía evitar la documentación de mi pequeño equipaje.
La estancia en la capital fue tranquila, fluida y feliz. Mi regreso estaba programado para el martes 30 a las 5 pm. Llegué a las 3, con tiempo suficiente, y vi que el aeropuerto estaba congestionado de turistas en la zona de Interjet. Para documentar, allí se hacía una cola como de 200 metros. Por suerte, yo ya había impreso mi pase de abordar, así que podía evitar la documentación de mi pequeño equipaje.
Pasé
el filtro de seguridad y esperé. Conforme se daba la hora, en las pantallas vi
que el vuelo a Torreón no aparecía. También vi que Interjet tenía con demora
más de diez vuelos, y oí que la empresa carecía de tripulaciones suficientes
para tantos vuelos. Sea por lo que hubiera sido, mi vuelo no apareció nunca en
la pantalla. Entonces fui al módulo de Interjet y el espectáculo que se me
presentó fue, perdón por el manoseado adjetivo, dantesco: los tumultos de
clientes airados hacían imposible ver que me dieran una explicación y que me resarcieran
con hotel y comidas.
Gracias
a mi contacto en Torreón logré saber que mi vuelo se había suspendido y que me
habían asignado otro para el miércoles 31 de julio a las 6 am. Busqué un hotel
para pasar la noche, y luego de descartar el Fiesta Inn (más de 5 mil la
noche), hallé un pulguero de 800. En esa mazmorra, donde me sentí secuestrado,
me levanté a las 3 am y fui al aeropuerto, atravesé por segunda vez los filtros
de seguridad y ya dentro me dijeron que no, que mi vuelo sería el de
las 6 am pero del jueves 1 de agosto. Les menté la madre. Fui
a una ventanilla milagrosamente no muy concurrida, expuse mi caso y me pusieron
en el vuelo de las 6 pm del 31 de julio. Regresé entonces al hotel dispuesto a
pagar otro día, pues tengo en este momento un problema lumbar que me exige
precauciones, y por fortuna el joven de la recepción me dijo que podía volver a
la misma habitación hasta el “check” del mediodía. En suma, mi regreso resultó
un desastre y perdí más de 24 horas y parte de mis escasas vacaciones, todo por
viajar en temporada alta.
Al final volví a Torreón y hoy sigo sin saber qué pasó en ese negro y kafkiano hoyo.
Al final volví a Torreón y hoy sigo sin saber qué pasó en ese negro y kafkiano hoyo.