He tratado de explicarme por qué comencé a leer, y sospecho
que eso se debió a mi flanco tímido. No soy antisocial, pero tampoco me he
considerado nunca el alma de las fiestas. Tiendo entonces a la soledad, al
aislamiento, zonas de la vida en las que no me siento nada mal. La timidez y la
soledad en general tienen mala prensa, suelen ser etiquetadas como negativas en
el mundo del exitismo, pero a mí me sirvieron para comenzar a leer. Un día
descubrí que tener libros y leerlos me complacía, y repetí y repetí
freudeanamente ese placer. Poco después de quedar asombrado ante los libros, di
el siguiente paso: escribir. Por supuesto, desde entonces hasta la fecha leer
me gusta más, y escribo como una consecuencia casi obligatoria de lo
estimulante que ha sido para mí pasar los ojos por los libros.
Leer siempre es un viaje, como lo descubrí en el libro Maravillas del mundo. Un viaje
imaginario, pero viaje al fin. Es decir, se trata de un desplazamiento, de una
salida de nuestra circunstancia. Gracias a la lectura he podido saciar una
necesidad que muchos resuelven con viajes reales, con el alcohol o las drogas,
con el cine, con la música, con la locura o el suicidio. Leer me ha permitido
conocer otras geografías, moverme en otros periodos de la historia, vagabundear
en el alma de muchos hombres, turistear azoradamente en nuestra lengua,
enterarme de conflictos que se libran sobre el papel, clavar la mirada en
dichas y desdichas ajenas. Todo esto, en la noción vargaslloseana, ha
enriquecido mi pobre experiencia individual y me ha granjeado diversas
alegrías, como descubrir a Borges y releerlo o saber que Quevedo o Cervantes
siempre estarán al alcance de la mano. No quiero decir que la lectura haya
tenido, para mí, sólo fines utilitarios o terapéuticos, sino que gracias a la
alegría que leer me produce he lidiado mejor con las miserias de la vida que,
como cualquiera, enfrento. Esto significa que leer es para mí, en primer
término, un acto estético, un ejercicio hedónico, y en segundo lugar todo lo
demás.
No tengo hábitos de lectura, salvo quizá el de leer donde se
pueda y a la hora en que se pueda, e igual pasa cuando se trata de escribir.
Dado que soy padre de tres hijas, la situación material siempre me ha exigido
trabajar mucho en lo que sé hacer, que es dar clases, editar, escribir para la
prensa, coordinar talleres y cursos, dictaminar en concursos, todo eso, oficios
que pueden dar para vivir pero no para hacer rico. El tiempo que me queda libre
lo aprovecho esté donde esté para leer y escribir.