Heredamos del Romanticismo el estereotipo más recurrente del
escritor. Quien escribe, pensamos, suele ser un tipo sombrío, melancólico,
astroso, impráctico, inepto para trabajar en equipo y asiduo a los paraísos
artificiales del alcohol y sus adláteres. Puede ser que, mutatis mutandis, tal o cual escritor abrace alguna o algunas de
esas características estandarizadas, pero no escasean los casos de escritores
que son casi lo contrario. Uno de ellos es, fue, Alfonso Reyes.
Hace más de quince años reseñé Misión diplomática (FCE, 2001), un valioso par de tomos que reúne
textos escritos por el polígrafo regiomontano en su paso de dos décadas por el
Servicio Exterior mexicano. Antes y después de tales libros, he ido reuniendo
su correspondencia con diferentes personalidades, y ya voy para diez libros de
ese corte, el epistolar. Nunca, desde que comenzó mi admiración a Reyes, ha
dejado de asombrarme esa fabulosa combinación: con una mano atendía asuntos en
legaciones y embajadas, y con la otra escribía. ¿Cómo logró esto? ¿Fue fácil?
Podemos hallar una respuesta a las dos preguntas retóricas
—así son llamadas, y también “erotema” y “exsuscitatio”, las preguntas
que uno mismo se formula en un texto o en una conversación— en el libro Alfonso Reyes, diplomático (UANL, 2017,
Monterrey, 68 pp.), de Francisco Valdés Treviño. Es una obra breve pero muy
ilustrativa sobre el itinerario trazado por el autor de Visión de Anáhuac como representante de nuestro país en tierras
lejanas. Aunque ingrato a momentos, el trajín diplomático del escritor fue
ejemplar, y nos deja claro que esa labor no reviste el glamur que le suponemos. Al menos no en los tiempos de Reyes, de
1920 a 1940. Entre apreturas y sobresaltos, logró don Alfonso representar a
nuestro país con sobrada dignidad y al alimón armar, como sabemos, una de las
obras más importantes de la lengua castellana. Es, por todo, un librito muy
valioso, como lo evidencian estas palabras de Reyes citadas por Valdés Treviño:
“La labor del diplomático es toda de abnegación y sacrificio (…) llevan una
vida contra natura, de extranjería perpetúa hasta en su propio país (…) Si la
tierra es posada provisional para todos, para el diplomático lo es en grado
sumo”.