Todo comenzó con un
pantalón nuevo. Adrián lo recibió como regalo de su novia y se puso
contentísmo: “Es para la fiesta —le dijo Yosadara—, y luego ya sabes…”. El “ya
sabes” iba acompañado de un guiño y era la insinuación de la promesa,
largamente pospuesta, de entregarse en un hotel. Todos sus amigos ya habían
pasado por ese aro de lumbre y Adrián se sabía rezagado. En las charlas de
borrachos postadolescentes, por supuesto, no admitía su demora, desviaba el
tema cuanto podía y cuando debía encararlo no dejaba de fanfarronear con falsedades.
Creía ser convincente, pero en el fondo palpitaba su sospecha de que alguno de los
cuates podía descubrir la triste verdad. Así que al mismo tiempo recibió el
pantalón y el ofrecimiento de su novia: ahora sí, luego de la fiesta buscarían
el sitio y ya, por fin, terminaría el misterio más grande en sus largos 16 años
recién cumplidos. Sólo faltaban tres días y listo, sabría quién era
Yosadara en cuerpo y alma. Llegó a casa, entró a su cuarto, se tumbó el
pantalón viejo y por la prisa se le fue hasta el calzoncillo. Así, desnudo y
con apuro entró en el nuevo. Se vio en el espejo y lucía perfecto,
impecablemente negro. “Este será el pantalón de la victoria”, pensó. Sin perder
alegría, con innecesaria premura bajó el zipper y allí ocurrió el desaguisado.
La punta de su prepucio fue agarrada por los dientes de la cremallera y Adrián
quedó inmovilizado. Sintió un dolor que llegó hasta sus ojos, que de inmediato
se humedecieron. Quiso gritar, pero imaginó la entrada de su madre y sus
hermanas, la bochornosa revisión. Como pudo se tendió en la cama y allí,
inmóvil, esperó no sabía qué. Se fue la madrugada y en la mañana —ventajas de
las vacaciones— oyó el llamado de su madre tras la puerta. Fingió, le dijo que
quería seguir dormido, y así pasó todo el día. Aprovechó que la casa quedó sola
para arrastrarse como gusano a la cocina. Tenía hambre, pero evitó los líquidos
pues no quería orinar. Desesperado, un día y medio después dio un jalón al
zipper que cedió dejando una herida en el pellejo. Sin remedio, su madre lo
llevó al hospital y allí le pusieron cuatro puntos. Ya en casa, casi aliviado,
recibió a Yosadara y ella decidió darle un adelanto: se desabotonó la blusa, se
desabrochó el sostén y Adrián comenzó a gritar de dolor.