Un
hombre conduce con placer su coche del año. Deja que la tarde termine por
consumirse y comience la oscuridad. Viene de regreso, va ahora a su casa luego
de comprar un par de chácharas en la refaccionaria. En un semáforo ve que un
conocido levanta el cuello como en busca de taxi. Le lanza el claxonazo y su
conocido se aproxima. Dice que va para cierto rumbo y el hombre que conduce se
anima a ofrecerle un aventón. El tipo
acepta, tira un silbido y detrás de un poste sale una mujer. El hombre que
conduce no hace preguntas, deja que ambos suban y platica con su amigo. Por el
retrovisor echa una ojeada sin curiosidad a la mujer, una cuarentona sin
chiste, desmaquillada y con una liga en el pelo. Bajan como veinte cuadras
después y el hombre que conduce sigue su camino. Disfruta de su auto, enciende
el estéreo y busca la señal de su radiodifusora favorita. Está una canción que
le gusta, la canta a gritos, feliz, y con ella llega a casa. Baja, deja el
llavero en la mesita de la entrada y corre al baño. Allí, sentado, toca la
bolsa de su camisa: no está su celular. Termina y va al auto: sabe que en la
antebracera deja siempre su teléfono. Pero esta vez no aparece. Se asoma a los
tapetes, debajo de los asientos, y nada. Piensa en su amigo. Él fue. Lo busca,
lo encuentra y el tipo jura que al subir vio el celular en la antebracera, pero
no más. Fue entonces la mujer. Lamentablemente no tiene su dirección exacta.
Era una conocida que esperaba taxi hacia el mismo rumbo, y sólo sabe que se llama
Esther. Dos días después da con ella. Le exige su celular, la amenaza con una
denuncia. “Usted no conoce los contactos que tengo con la policía”. Ella acepta
que robó el celular y dice que ya lo vendió. Se engalla. Él pregunta cuánto le
pagaron. “Setecientos”, dice ella. “Recupérelo y le doy mil”. La mujer acepta.
Se aleja hacia un laberinto de su barrio y vuelve diez minutos después. “Aquí
está, suelte mi dinero”. Él duda: “Déjeme revisarlo”. Lo revisa, falta la
memoria, lo más importante. “Le quitaron la tarjeta”, alcanza a decir. “Los mil
o de aquí no sale el carro. Tuve que deshacer una venta, usted me metió en un
problema”, amenaza la mujer. Él saca los mil pesos y se va antes de que todo
termine en la tercera guerra mundial.