La Feria Internacional del Libro
de Guadalajara ya arroja puros numerotes, valga el aumentativo. Este año
desfilaron en ella 792 mil personas, un cinco por ciento más que el año pasado;
dado, entonces, que permanece abierta nueve días, 88 mil personas caminaron
diariamente sus pasillos, lo que equivale, dicho esto para darnos una mejor
idea de su tamaño, a casi el cupo del estadio Azteca movido en este caso no por
el futbol, sino por los libros y toda la paleta de actividades que convoca.
Desde 2001 he asistido a diez u
once de sus ediciones y siempre, año tras año, he sentido que crece, que parece
un mutante al que le van saliendo extremidades: auditorios, pasillos,
estacionamientos, pabellones, vallas. No sé realmente a dónde irá a parar, pero
ya anticipo que el año próximo, cuando cumpla su aniversario treinta, batirá
sus propias marcas. Es de esperarse, pues ahora no habrá país invitado, sino
región: América Latina, lo que asegura un río de visitantes extranjeros y una
derrama económica asombrosa si subrayamos que se basa en un objeto en
apariencia apuñalado de muerte: el libro.
Contra todo lo que podemos
imaginar, la FIL ha hecho que al menos en su seno los libros tengan un
protagonismo indiscutible. Cierto que molestan ciertos detalles, como el hecho
de que muchos aprovechen ese descomunal foro para promover, por ejemplo,
libros-basura, mamarrachos “escritos” estrictamente para el mercado, como los
de algunos “youtubers” o “artistas” o “motivadores”, pero también es verdad que
al lado de esas inevitables lacras se visibilizan, muy bien movidos por la
publicidad actual, libros valiosos de todas las disciplinas y para todas las
edades.
Creo por esto que la FIL, espacio
que alguna vez tuvo un humilde comienzo y ahora es un océano de oportunidades
para la lectura, seguirá creciendo hasta llegar al millón de visitantes en la
suma de nueve días. No sé exactamente cómo se verá cuando eso ocurra, pero sin
duda hay que esperarlo y hay que asistir cuando se dé. Por lo pronto, tengo
como en otras ocasiones la impresión de haber estado, pasada su más reciente
convocatoria, en una especie de paraíso artificial, en una burbuja que coloca a
la palabra en una dimensión muy pocas veces vista en otros lugares.
Podrá uno plantear asegunes, pero
la FIL ya hace varios años que cuajó y se ha convertido en el acontecimiento
cultural más importante de nuestro país. Quien lo dude que vaya el año próximo:
no podrá ni caminar entre tanta gente vendiendo y comprando libros. Sí, aunque
suene extraño: libros.