Brasil 2014 llega a la hora de los balances. Sin haber
sido espectacular, sin haber tenido un futbol de otro planeta, creo que nos
dejó mayoritariamente contentos. En la fase de grupos tuvo muchos goles y eso
sirvió para construir la sensación de que fue un torneo vistoso. Luego de ese
periodo vimos dos o tres choques reñidísimos en octavos y cuartos, algunos resueltos
en alargues o en penales, más el histórico derrumbe, en semifinales, del
anfitrión frente a Alemania. Todo esto ratificó que en general fue un torneo
mundialista digno de recuerdo.
Las sorpresas llegaron de lugares imprevistos. De
África se esperaba más, pero sólo Argelia ofreció un poco del futbol rápido,
fuerte y vertical que ha caracterizado sobre todo a equipos como Nigeria,
Camerún y Ghana. De Oceanía y Asia sólo vimos fantasmas, equipos como Australia
y Corea cuyo futbol no alcanzó ni para lo mínimo, e igual pasó con Japón.
Una de las sorpresas, y grandes, hay que decirlo, fue
colectiva. La dio, contra cualquier pronóstico, nuestra zona, la Concacaf.
Salvo Honduras, que tuvo un desempeño lamentable, los otros equipos, incluido
EU, lograron darse a respetar y ocurrió incluso que por momentos jugaron mejor
de lo que pudo anticipar cualquier especulación levantada antes del 12 de junio.
México y Costa Rica protagonizaron dos historias inesperadas para sus
respectivos países, uno porque participó sin crédito luego de un proceso
eliminatorio miserable y otro porque logró llegar hasta el quinto partido luego
de atravesar por un grupo horroroso, acaso el peor de todos.
En efecto, lo que hicieron los ticos ahí queda y será
recordado, nos guste o no. Haber competido contra Italia, Inglaterra y Uruguay,
y haber salido airoso, no cualquiera, pues más allá de su circunstancia
coyuntural esos rivales (o el peso de sus camisetas) no gravitó sobre la
escuadra costarricense que salió con todo para lograr lo inaudito: el primer
lugar de un grupo que antes de comenzar el Mundial le auguraba el último.
México reeditó el mito del ave Fénix. El seleccionado
tricolor llegó al Mundial, nadie lo ignora, después de la eliminatoria más
accidentada y traumática de su historia. De hecho, dos o tres minutos bastaron
para cambiar su destino, aquellos en los que EU dio la voltereta al marcador
frente a Panamá, en Panamá, y metió sin querer a México en el repechaje contra
Nueva Zelanda. Literalmente liquidado, fuera de Brasil 2014, nuestro país
revivió y se coló al torneo por el ojo de una aguja. Nadie esperaba pues que
México hiciera lo que hizo: dos triunfos convincentes y un empate frente al
anfitrión. Luego, la derrota frente a Holanda en octavos, una caída que
frustró, ciertamente, pero sin diluir del todo la buena imagen que generó en la
fase de grupos. El ave Fénix, entonces, no sólo revivió; también alimentó
esperanzas de quinto partido, lo que sin duda fue mucho más de lo que
imaginamos quienes vimos el desastre de la eliminatoria.
Europa no puede estar jamás al margen de los primeros
planos, obvio, pero también produjo su cuota de sorpresas negativas. Para
comenzar, España, selección a la que se auguraba la repetición de la gloria y
fue eliminada de manera fulminante, por nocaut. En el mismo tenor, Inglaterra
volvió a las andadas: mucho ruido en su liga y pocas nueces en los Mundiales.
En cuanto a Francia, acusó una sensible recuperación luego del ridículo que
hizo en Sudáfrica; es un equipo en transición y es fácil esperar que rinda
frutos en los años por venir. Italia y Portugal, por su parte, hicieron sendos
papelones, pero dado su historial es más lógico que se carguen las tintas al
seleccionado azul. Los otros europeos que deambularon con grisura fueron
Bosnia, Rusia y Croacia; cuadros fuertes y veloces, carecieron de solvencia
frente al arco. Por último, Suiza, un equipo también gris que se vio favorecido
por la debilidad de su grupo.
Holanda y Alemania son los dos europeos que salvaron
el prestigio de su continente. Otra vez los de color naranja fueron un gran
contrincante, otra vez en su estilo de buen toque, vertiginoso y contundente,
pero otra vez se quedaron en la orilla, como es costumbre de estos ya-merito
mundialistas. En nuestro país, dicho sea de paso, se convirtió en leyenda
exprés el choque contra los holandeses y el clavadazo de Robben. Ahora hasta
piñatas hay con este motivo.
Sudamérica presentó una baraja espectacular en la fase
de grupos. Sólo Ecuador desentonó, y es imposible saber por qué dado el
potencial de sus jugadores. Chile presentó un equipo sobrio, batallador, que se
fajó en uno de los llamados grupos “de la muerte”; se fue contra Brasil en
penales, pero a punto estuvo de ganar a los de casa y evitar el derrumbe que
esperaba a los cariocas en la semifinal contra Alemania. Uruguay sufrió otra
vez, entre lesiones y escándalos se colocó en el segundo de su grupo y llegó tan
mermado a octavos que de allí esta vez ya no pasó. Colombia fue un relámpago,
hizo muchos goles (incluidos los de James Rodríguez, el campeón goleador del
torneo) y caminó con marca perfecta la fase grupal; luego despachó al
desvencijado equipo charrúa para seguir con su ritmo invicto hasta cuartos. El
buen Mundial colombiano se debió a su futbol pero también, es innegable, a que
le tocó el grupo más flojo del torneo, el único con tres equipos con diferencia
negativa de goles.
Párrafo aparte merece Brasil. Ya es fácil decir que esta
selección lejos estuvo de haber usado dignamente la camiseta histórica, pero en
la primera fase del torneo, en octavos y en cuartos nadie se atrevía a
vaticinar sin titubeos que su pobre futbol, sus limitaciones y demás, iban a
terminar en un cataclismo. México, Chile y Colombia le dieron mucha lata, pero
Brasil salió adelante casi por el puro abolengo del jersey verde-amarillo. Todo
fue que perdieran a Neymar y, sobre todo, que encararan a Alemania para que las
debilidades quedaran al descubierto peor que en una cámara escondida. Esos
siete minutos inolvidables (del 23 al 30 del primer tiempo) en los que Alemania
los ametralló, sobrevivirán a los tiempos tanto o más, y mejor documentados,
que el mismísimo Maracanazo. Pobre Brasil. Ni el guionista más macabro pudo
escribirles por anticipado una película con tanto horror en el clímax.
Argentina, como Colombia, tuvo cuatro primeros
partidos con cierta comodidad. No mostró gran cosa (chispazos de Messi, Di
María o Higuaín), pero en esos duelos pudo armonizar su defensa, apretarla tan
bien que allí apoyó su pase a la final. Más que el brillo de Messi y compañía
en la delantera, Argentina llegó casi a la orilla gracias a Mascherano, Demichelis,
Garay, Zabaleta y, claro, Romero al fondo. Desde octavos sólo cometieron un
descuido en la zaga, el del gol en la final, lo que les costó el campeonato.
Alemania, por último, fue el equipo más parejo en sus
líneas y en su funcionamiento. Tiene estrellas, pero ninguna parece opacar a
los que no lo son. En los germanos no es disparatada la metáfora maquinística;
en efecto, su trabajo es ordenado, sistemático, equilibrado, y sus jugadores
son tipos que operan como engranes, de ahí que no se le noten las bajas por
lesión y los cambios siempre den resultado. Si se suma ese accionar matemático
a la fortaleza física y el deseo de triunfo, puede entenderse más fácilmente
por qué Alemania hizo historia al coronar por primera vez un seleccionado
europeo en América.
Mundial con pésimo arbitraje, Mundial con sorpresas tica
y colombiana, Mundial con mordida de Luis Suárez, Mundial con ojo electrónico
para ver los goles dudosos, Mundial con polémica por un grito mexicano, Mundial
(para nosotros) con clavado de Robben, Mundial con la peor humillación para
Brasil, Mundial con una Argentina que no termina por hallar a su nuevo
Maradona, Mundial con Alemania otra vez en la cima, Mundial, en suma, que ya es
historia y recordaremos con agrado porque tuvo mucho, muchísimo, de todo.