La vida está básicamente hecha de despedidas; también, a veces, de regresos. Yo, que me he despedido de tanto a lo largo de tantos años; yo, que una tarde de noviembre de hace un lustro disparé al ángulo de una portería, oí un crack en mi rodilla y con eso terminé mi vida en el futbol; yo, que en 1997 renuncié sin tragedia a vivir en un lugar que no fuera La Laguna; yo, que en enero de 2011 bajé la cortina de esta columna, vuelvo hoy como quien anuncia una gran reapertura para beneficio de los clientes pero que, en el fondo, es una consecuencia de la nostalgia, esa nostalgia que semana tras semana me empujó a opinar sólo íntimamente sobre todo lo que se me atravesaba en la calle y en el alma.
Desde hace meses, o quizá desde el mismísimo día de la despedida que al final no ocurrió para siempre, como podemos ver, quedé sin degustar el placer de la adrenalina generada por los cierres de edición. Escribí cuanto pude para mi blog, y en él están esos testimonios de redacción apresurada y voluntariosa, pero no es lo mismo. El blog, pese a las bondades que le sigo viendo, no aguija, y la necesidad por alimentarlo sólo compromete a su administrador. Así, sin el azote de la mesa de edición ni la expectativa de los lectores que buenamente admiten esto, el impulso por opinar se evapora y queda reducido a intermitentes apariciones blogueras o bibliográficas.
Eso me pasó. Escribí mucho durante mi paréntesis periodístico, pero no tanto como lo hubiera deseado, y todo por la falta de presión, esa "carrilla" (como decimos aquí) que impone el trabajo cuando es obligatorio y conlleva plazos perentorios. Unos meses luego de dejar Ruta Norte descubrí tuiter y en esa pedacería amorfa volqué (en horas deliberadamente no laborales, pues nunca faltan los seguidores con lupa) mi inquietud tecleadora. Alguna vez calculé incluso que a diario escribí el equivalente a un artículo como el que aquí transcurre, sólo que en migajas, sin unidad, tuitero en suma.
Vuelvo pues ahora y espero reencontrar a los lectores que generosamente me acompañaron en el, digamos, primer periodo de Ruta Norte. No se aprende mucho en tres años de ausencia, así que este retorno ofrece casi lo mismo que ofrecí antes; a saber, pareceres sobre temas misceláneos, aunque la mayoría, sí, literarios; además, el deseo infatigable por generar en el lector el apetito por acudir a ciertos libros, a cuentos, a ensayos, es decir, que el camioncito rutanorteño conduzca a donde haya páginas que sean útiles para algo más que pasar el rato.
No reaparezco sin agradecer a quienes posibilitan esta vuelta. A Marcela Moreno, porque suspendimos el diálogo unos meses, aunque siempre, creo, con la idea secreta de que seguíamos conversando. A Heriberto Ramos Hernández, que con su buena memoria me hacía ver frecuentemente que no todo maquinazo anterior fue pasto del olvido. Y a los lectores y amigos que aquí y a allá, sin alharaca, sin ruido, de vez en cuando nomás, me preguntaban sobre un posible retorno de la columna. Bien, aquí está.