jueves, septiembre 12, 2013

Admirable Lemebel




















En 2005 publiqué, y no estaba integrada al blog Ruta Norte Laguna, esta reseña sobre la primera novela del chileno Pedro Lemebel. Creo que readquiere algo de vigencia en el 40 aniversario del golpe de 1973.

Admirable Lemebel

Nada, ningún libro de Pedro Lemebel puede ser hallado en La Laguna. Tuve que esperar un año para que algún amigo cercano viajara a Chile y me trajera un libro más de aquel autor insólito en las letras latinoamericanas. El amigo cercano fue mi alumno Diego Iván Pérez, quien a finales de noviembre estuvo en Santiago y allí detectó el encargo que le hice: Tengo miedo torero, la primera novela del cronista Lemebel.
Supe de este autor gracias a Juan Pablo Neyret, quien no sólo me lo mencionó insistentes veces en nuestras conversaciones argentinas, sino que una y otra vez dejaba caer el apellido “Lemebel” en nuestra charla emílica. Tanta y tan profunda es la admiración de Neyret por el chileno que hasta a propuesta mía le publicamos un ensayo sobre el tema en Acequias, revista de la UIA Laguna. Neyret, lo cito abreviadamente, dice allí de este escritor gay que es “uno de los mejores prosistas contemporáneos de la lengua castellana. Lengua que él le saca al idioma, lengua que retuerce y que menea obsceno desde su condición de roto, marica, izquierdista, antipinochetista...”. Todo eso, las charlas y el ensayo, me obligaron a encender la linterna para buscar lo que fuera de Lemebel. En mayo encontré Loco afán. Crónicas de sidario, volumen publicado por Anagrama. No pensaba que los elogios fueran para tanto, pero mi primera reacción resultó similar a la que puede tener un adolescente cuando le compran la motocicleta de sus sueños: me invadió la alegría de recorrer las pistas de la literatura en un par de llantas nuevas, en una prosa que fluía barroca, desenfadada y al alimón comprometida, hiriente y tierna a la vez, cínica y grave en todo renglón. Entendí así, de golpe, el merecido éxito de Lemebel, su gran cauda de lectores, el nervio electrizante de su palabra.
Cierto: leí sus crónicas y me dejaron hundido en la fascinación, pero yo esperaba la novela. Así, varios meses luego, Tengo miedo torero me cayó en las palmas y la insumí de tres fumadas, casi ajeno al respiro y al alimento. ¿Y qué hechiza de Lemebel en Tengo miedo torero? La respuesta es tan simple como vaga: todo, hasta sus muy humanas imperfecciones. El chileno encontró en este relato el tono perfecto para narrar la emotiva historia de la Loca del Frente, un joto que, como dice la contratapa, “sin saber sabiendo” ayuda en 1986 a una escuadra de guerrilleros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Fue tal el impacto que me causó el ingreso al libro que durante las primeras cuarenta páginas no reparé en tomar una sola nota ni en hacer un solo subrayado. Nada. La narración se dejó venir como avalancha hacia mis ojos y entré en la vida de esa loca con una facilidad sólo comparable a la del polluelo que ingresa feliz a la jaula.
Básicamente, la novela de Lemebel presenta cuatro personajes: la Loca del Frente, Carlos —el joven universitario que milita con ese seudónimo en el FPMR—, el tirano chileno por antonomasia y su incallable y estólida esposa. Con esos protagonistas, y con el Chile de la monstruosidad pinochetista, el autor de Tengo miedo torero arma un fresco que va más allá, infinitamente más allá, de la mera anécdota: el país narrado es un país preso por el dolor que le inflige diariamente, desde el 11 de septiembre de 1973, esa bestia irrefrenable apellidada Pinochet Ugarte. A través de la loca enamorada de un Carlos frentista que sólo le corresponde con miraditas y fugaces abrazos, entramos en la preparación del atentado que en septiembre del 86 organizó el FPMR contra el déspota. El resultado ya lo sabemos: Pinochet salvó el cochino pellejo pero en el mundo, y sobre todo en Chile, quedó la marca del odio que la libertad y la justicia le profesaban, le profesan, a ese extraordinario criminal, a ese record man de la muerte.
No era para menos. Desde el golpe contra Allende el tirano y sus secuaces inundaron de cadáveres el suelo chileno e incluso cometieron atrocidades fuera del país, como el asesinato, perpetrado hacia 1976, de Orlando Letelier en Washington. Chile fue durante esos años de tiniebla un gran campo de concentración, un imperio de pánico que tuvo su mayor emblema en la horrendamente célebre Villa Grimaldi, fábrica de tortura que las 24 del día no dejaba de producir brutalidad. Allí, los esbirros del gorila aplicaban toda suerte de vejámenes: abusos sexuales, amedrentamiento a familiares, apaleos, aplicación de alcohol y corrientes eléctricas a las heridas producidas por la tortura,  aplicación de electricidad con picana en diversas partes del cuerpo, arrancamiento de uñas, cejas, pelo y otras partes del cuerpo, arrojamiento de excrementos e inmundicias y un etcétera aterrador y kilométrico.
En esa porquería de régimen vive la Loca del Frente, quien sin hacer preguntas asila en su pintoresco hogar a los jóvenes del FPMR para que allí, en voz baja durante toda la novela, organicen el ataque contra el generalote. Mientras eso ocurre, el marica sigue ensimismado en su mundo de boleros radiofónicos (muchos de ellos mexicanos, por cierto), en sus bordados de sábanas para vender, en su enculamiento platónico de Carlos. La historia no se derrumba en el chantaje de crear una heroicidad apócrifa para la Loca. Su heroicidad radica precisamente en no ser heroica, en ser una mariposa ordinaria y enamorada, sin estudios ni deseos de luchar más allá de lo que garantice su supervivencia. He ahí parte de la genialidad en este relato: si un ser convencional, adrede marcado por un pasado cuasilumpen, cursi y apolítico es capaz de sentir rabia ante la barbarie de los milicos, en qué condiciones podemos imaginar que estaba Chile. La Loca entonces es solidaria aunque no lo apetezca, es sensible ante el horror padecido por su pueblo y jamás usa su condición de gay para decirnos que “hasta él” es capaz de aborrecer al régimen, lo que le da a Tengo miedo torero un aroma profundo de autenticidad.
Aunque a veces no se note, el aire irrespirable e invasivo del ultraje cubre todos los espacios de la novela. Esa opresión es contada por medio de una prosa que al mismo tiempo nos hechiza y nos golpea con su candente novedad. Cuando parece que el español ha dado todo su jugo a punta de exprimidas y exprimidas, Lemebel le extrae resonancias inéditas, ritmos que son como piruetas barrocas inencontrables en otras páginas. Hay en Lemebel, como escribió el también chileno Bolaño sobre Horacio Castellanos Moya, una “voluntad de estilo” insólita, o una preocupación por crear un extraño y deslumbrante “sistema de metáforas”, como dijo Paz sobre Lezama.
Neyret apunta con tino que el de Lemebel “Es un barroco de acá, del Sur, barroco de barro arrastrado por el río Mapocho. Se trata, en principio, de la emergencia (en el doble sentido del término) de la escritura homosexual, siempre bord(e)ando el kitsch pero, y eso es lo que lo diferencia de aquella oscilación entre el ‘talento’ y la ‘vulgaridad’, con conciencia del artificio. Lo que parece fluir como la conversación de una pajarraca parlanchina (para usar comparaciones lemebelianas) es en realidad un apretado trabajo de redacción y, más aún, de corrección, que no deja palabra ni puntuación libradas al azar. La alternancia entre el género femenino y masculino al momento de referirse a la Loca del Frente, la interminable cadena de sinónimos que se utilizan para nombrarla, dan cuenta de un estilo envidiablemente encabalgado entre la espontaneidad y la elaboración, ya conocido en las crónicas, pero al que quien lee debe habituarse a lo largo de páginas y páginas, y cuando se vence el recelo inicial —que lo hay—, la prosa se desliza, Cortázar dixit, ‘como un río de serpientes’”. Yo agregaría que en términos formales, y alguna vez trataré de comentarlo más a fondo, el adjetivo lemebeliano es la joya de su barroquismo.
Ahora que el genocida hijo de perra sigue en la tormenta de la expectativa para que pague con algo la prolongada noche de su crimen, haber leído Tengo miedo torero es uno de los ejercicios más estimulantes que pude tener al cierre de 2005. Es un orgullo haber convivido con estas páginas del admirable Lemebel.

Tengo miedo torero, Pedro Lemebel, Seix Barral, Santiago de Chile, 2004, 217 pp.

sábado, septiembre 07, 2013

Más allá del sueño y de la piel




















El amor, quién no lo sabe, es inagotable como tema literario. De hecho, si me apuran a opinar, es el tema que más páginas ha suscitado y seguirá suscitando, pues no hay pasión que se le pueda comparar en poderío como motor de combustión interna. A estas alturas, por ello, parece una osadía arrimarse a ese bocado, pues se corre el riesgo de repetir y repetir lo mil veces repetido en todas las literaturas.
Pero es inevitable: el amor detiene los sentidos del artista y no tiene más remedio que aceptarlo, y escribe (o pinta, o filma, o canta) sobre el tema infinitamente escudriñado. Es aquí, creo, cuando se hace necesaria una condición: que el creador, para que no suene hueco, sea movido por una pasión profunda y genuina, tan fuerte como sea posible. De lo contrario, creo, su exhibición del amor será poco atractiva y por tanto prescindible. El amor, pues, es el único tema que exige incluso hasta cierta irracionalidad, la misma que, si nos fijamos bien, ponemos en práctica cuando practicamos el amor no sobre la cuartilla, sino sobre algún lecho más o menos cómodo, aunque también pueda ser desahogado en el asiento trasero de un Volkswagen.
Los poemas de Miguel Amaranto, arracimados en el título Más allá del sueño, me confirman esta hipótesis. Podrá uno reclamarles lo que sea, menos intensidad, fervor, entrega. A cada tranco, este poeta peruano cuya radicación lagunera ya va para una década, nos pincela una instantánea de su emoción íntima. Verso a verso vemos que la llama doble (que a decir de Paz es el encuentro amoroso) se mantiene  anudada y arde como constancia de una realización más allá de la hoja.
Amaranto se vuelca en imágenes que celebran la incandescencia de la carne. Sabe que el amor humano pasa necesariamente por la piel, pero también que la carnalidad es apenas un pasaje hacia el misterio. Hay algo más allá del cuerpo, entonces, algo que se cubre de misterio y es inefable. Por eso expresa:

Mirar tu desnudez no sólo
satisface todas estas emociones:
me invita a descubrir
que la naturaleza halla una madre en ti:
que Dios tiene cuerpo de mujer.

Ese poder del magnetismo físico de la carne es lo que lleva al poeta a la estupefacción. La carne tiene tal gravitación en la consciencia que trasciende su puro ser material y se convierte, dentro del amor, en un motivo para el éxtasis, en un espacio con características de santuario, de espacio en el que habrá algo de sacrílego cuando llegamos al contacto:

Quisiera saberte desnuda en el vacío,
que nada te roce,
ni siquiera mis ojos te roben luz.

Esa mirada que se rinde a la mujer deriva, claro, en la veneración. El amante se admite, así, esclavo de su pasión, como en el poema que da título al libro:

Quiero tomarte de la mano y llevarte a tientas sin saber a dónde
caminar sin medir el temor de hallarnos perdidos en luces ajenas a nuestra sombra.
Y desnudar, al fin, tu voz en el rincón del mundo que nos acoja.

Saberte poderosa frente a todo lo que obstruya el flujo de tu fuerza
y sumisa ante aquello que nos tienda en el deseo.
Entonces consagrarte diosa de mi reino y ofrecerme esclavo a tus anhelos.

Con gusto he leído estos poemas. Su desnudez es sincera y nos invita a celebrar dos ritos: el de leer y emocionarnos, y el de amar y percibir el aroma de la eternidad en ese trance.

Texto leído en la presentación de la plaqueta Más allá del sueño que se celebró en centro cultural El Xamán el 3 de julio de 2013. Participamos Gerardo Monroy, el autor y yo.

miércoles, septiembre 04, 2013

Entrevista de hace diez años




















Mi hermano Luis Rogelio me hace ver que El Siglo de Torreón publicó esta entrevista hace diez años, el 4 de septiembre de 2003, cuando el Santos Laguna cumplió veinte. Ahora que la releo noto que contiene algunas afirmaciones todavía válidas y otras ya rebasadas por la realidad, como el declive del boxeo (que repuntó tras decaer el "pago por evento") o mi trabajo en la UIA Laguna. Sea como sea, aquí está:

Jaime Muñoz Vargas explica el contexto
en el que nacieron los “Guerreros”, hace 20 años

Ni en sus mejores años la Morelos estuvo tan repleta de niños, jóvenes y adultos que gritaban al unísono “Santos, Santos, Santos”. Eran los tiempos en que “el equipo de todos” ganaba los partidos, aunque tuviera un marcador en contra. Llegó a la final ante Tecos, la perdió, pero para los laguneros fue el mayor de los triunfos.
Por 90 minutos reinaba la calma. Uno que otro coche se atrevía a cruzar las calles, porque seguramente se le había hecho tarde para la transmisión del partido. De vez en cuando, el silencio era interrumpido por un prolongado ¡gooooool! Y a los minutos siguientes venía la angustia por las amonestaciones, expulsiones y anotaciones en contra.
Santos Laguna cumple hoy 20 años de vida en el futbol profesional de México, y hasta el momento no ha habido otra campaña tan gloriosa para la afición, como la inolvidable 1993-94.
Pero, ¿qué llevó a los laguneros a dormir desde una noche antes en el Estadio Corona para conseguir un boleto? ¿O a saciar la codicia de los revendedores, comprando contraseñas y boletos a elevadísimos precios? ¿A faltar al trabajo, salirse de clases y dejar cualquier otra actividad para sentarse frente al televisor cuando jugaban los “Guerreros”?
Sin lugar a dudas, a partir de esas muchas victorias y también derrotas, el Santos Laguna se convirtió en todo un fenómeno sociocultural, símbolo de identidad entre los laguneros como en su momento lo fueron el algodón y la uva, el puente que une las ciudades hermanas o el Puente de Ojuela.
Jaime Muñoz Vargas reunió en su libro La ruta de los Guerreros. Vida, pasión y suerte del Santos Laguna, aspectos trascendentes en la historia del equipo de casa.
El escritor lagunero y catedrático de la Universidad Iberoamericana (UIA) Torreón habló sobre el papel que “juega” el Santos en la vida social y cultural de Torreón, Gómez Palacio, Ciudad Lerdo, San Pedro, Matamoros y demás municipios que integran la Comarca Lagunera de Coahuila y de Durango.

¿Cuál era el contexto que enfrentaba la Comarca Lagunera cuando el Santos Laguna llegó a su primera final, en la campaña 1993-94 que le llevó al subcampeonato?
El Santos Laguna es un equipo nacido en plena crisis. 1983 —año en el que jugó su primer partido en aquel momento auspiciado por el IMSS— es apenas el segundo año del sexenio de Miguel de la Madrid y para entonces la palabra “crisis” era la más socorrida en el vocabulario de los mexicanos.
Las devaluaciones nos golpeaban cada mes y, como es obvio, La Laguna no pudo estar al margen de aquella coyuntura. Con las uñas, las primeras autoridades del Santos armaron un equipo que desde el principio fue bien recibido por la afición. Puede decirse incluso que el Santos Laguna nació con carisma y eso ayudó a que, pese a la terrible situación económica del país, la gente no abandonara su posición en la tribuna.
Con tropiezos, con descalabros de todos los colores, el equipo se mantuvo en pie y logró incluso sobrevivir al criminal sexenio de Salinas, lo cual ya es mucho decir. Así llegó aquel subcampeonato contra los Tecos y con ello la primera irrupción de fervor social en torno al club. Atrevo una hipótesis para tratar de explicar aquel fenómeno: La Laguna fue muy golpeada por Salinas, nuestra región padeció años terribles con aquel presidente, nuestra economía se estancó dolorosamente y los laguneros encontraron en el Santos subcampeón una especie de válvula a la asfixia provocada por el torniquete salinista a La Laguna. Tal vez eso ocurrió.

De alguna manera, ¿esta situación influyó para que el equipo se convirtiera en todo un fenómeno?
A partir de 1993-94 comienza el despegue real del Santos Laguna, es cierto, pero debemos recordar que la primera etapa, aunque traumática, sirvió para definir, para afianzar la mentalidad del aficionado. Todos recordamos al Santos del Choque Galindo, del Puma Rodríguez, de Dolmo, de Armendáriz, de Juan Flores, esos sí fueron años heroicos para el club.
El equipo logró sobrevivir pese a su modestia y lo más importante: creó afición. Luego, con los nuevos dueños, las condiciones evolucionaron. Con la inyección de recursos, el Santos pasó al protagonismo y desde entonces el fenómeno pasó de la efervescencia a la estabilidad, al éxito sostenido. Si siguen así las cosas, difícilmente volverá a darse la santosmanía de 1993-94.
En mi libro afirmo que a La Laguna le hacía falta un icono que lo identificara en todo el país, y el Santos, junto con el poder de los medios de comunicación, pasó a ser una especie de representante de la región en todo México. Quizá exagero, pero a La Laguna la ubican hoy de Sonora a Yucatán gracias a que aquí juega el Santos. La tele llega a todas partes.

¿Por qué antes no se había desatado tanta euforia?
Los más viejos que yo saben que antes de la santosmanía aquí hubo conatos de euforia deportiva con el fut y con el beis. La celebración no fue muy aparatosa, nunca se desbordó en las calles, pero sí se dio algún ruido. Supongo que este fenómeno tiene mucho de mediático.
El desarrollo de los medios nacionales y de los locales provocó que el futbol fuera convertido en una prioridad social y, por ese hecho, tras los triunfos, se desató la efervescencia, la catarsis. Antes eso no ocurría porque no había tanta cobertura mediática ni un equipo que dejara suficientes números negros sobre la libreta.

¿Consideras que el equipo ha crecido junto con los laguneros, es decir, con el desarrollo de esta región?
Sí, La Laguna no cesa de crecer y ya estamos arrimándonos peligrosamente a la condición de urbe ingobernable, caótica e inequitativa. La Laguna se ha desarrollado, pero debemos preguntarnos si las oportunidades son parejas para todos. He allí la clave del verdadero desarrollo. ¿Por qué hay tanta afición del Santos en Ciudad Juárez, en Tijuana? Por la pobreza, nuestros ranchos se han vaciado de mano de obra barata para la maquila fronteriza y hasta allá se van esos desheredados de la comarca. Se van y lo único que se llevan es su identificación con el Santos. Supongo que los triunfos del equipo son sus pequeños triunfos allá, donde a ellos los exprimen.

¿Cuál es el papel que han jugado los medios de comunicación?
Como tantos otros en la actualidad, el fenómeno de la querencia por el Santos tiene mucho que ver con los medios. El futbol es un gran negocio mundial. Si el producto es ubicuo (el futbol), el consumo es también omnipresente, y La Laguna no está al margen de esa situación.

Y actualmente, ¿cómo es la relación del equipo con su entorno?, ¿hasta dónde ha llegado?
La imagen del Santos ha permeado a todas las clases sociales por igual. Si a la presencia mediática sumamos el hecho de que el fut sigue y seguirá siendo el deporte más popular — “la venganza del pie contra la mano”, como dice el poeta—, el más barato y el más sencillo de entender, es de suponer que la feligresía santista seguirá creciendo en La Laguna como lo ha hecho desde hace veinte años.

¿Habrá nuevos fenómenos con los Vaqueros Laguna o con los Algodoneros de la Comarca?
Lamento mucho lo que ocurre con el beis y con el basquet. Son deportes espléndidos y deberían penetrar más en el gusto de la gente, pero no tienen ni por asomo la difusión mediática de la que goza el futbol. Durante un tiempo el box tuvo mucho arrastre popular, pero lo perdió debido sobre todo al pago por evento inventado en Estados Unidos por el gangsterismo de Don King. Eso mató al pugilismo como deporte de arrastre masivo.
Mientras se esperan nuevas glorias, con la ilusión de llegar una vez más a la liguilla y conseguir el máximo trofeo del futbol nacional, el Club Santos Laguna soplará hoy las 20 velas del pastel de aniversario.

El primer partido
El domingo cuatro de septiembre de 1983 La Laguna amanece con la buena nueva del cartel publicitario que pregona el acontecimiento: “Futbol-Futbol/ Hoy domingo/ Renace el futbol profesional para la afición lagunera”, decía el anuncio, y agregaba: “Inauguración de la Temporada/ 1983-1984/ 15:30 de la tarde/ Santos-IMSS Laguna/ Vs./ Bachilleres de la U. de G./ Numerados $250.00/ Sol $100.00/ Sombra Gral. $200.00/ Niños Sombra $50.00/ Niños Sol $20.00/ ¡Asiste y apoya a tu nuevo equipo de La Laguna!”
Aquella tarde canicular el Sol pegaba como suele pegar en el desierto irritila, pero no impidió que una buena cuota de aficionados asistiera a la apertura del torneo y al bautizo del club local. Acaso para simbolizar que el nuevo equipo no representaba a un solo municipio, sino a toda una región, el acto inaugural fue concelebrado por los alcaldes de las ciudades-ombligo laguneras: Braulio Fernández Aguirre, de Torreón; Manuel Gamboa Cano, de Gómez Palacio y Vicente García Ramírez, de Lerdo; en la ceremonia también participó Salvador Franco Morones, delegado del IMSS en Durango.
Eran las 15:45 horas cuando los equipos entraron a la cancha; Santos Laguna, uniformado todo de blanco, pisaba por primera vez, oficialmente, la gramilla de su estadio. Se oyó el Himno Nacional; después, el presidente de Torreón pronunció las palabras inaugurales y de inmediato varios niños desfilaron con los nombres de los equipos que integraban la Segunda División “B”. Para hacer un énfasis de profundo cariz simbólico, los tres alcaldes patearon un saque inicial. Eran ya las cuatro de la tarde, la hora de la hora.
Este pequeño fragmento de la crónica del libro de Jaime Muñoz Vargas, ilustra cómo inició la tradición santista, que hoy es todo un fenómeno.

Sobre el libro
Jaime Muñoz Vargas publicó hace cuatro años el texto con la historia del equipo local.
La ruta de los Guerreros. Vida, pasión y suerte del Santos Laguna se publicó a finales de 1999, cuando el equipo cumplió 17 años.
—Es un texto de más de 300 páginas, producto de una investigación de cinco meses en periódicos.
—Durante este tiempo el autor escribió con el fin de retribuirle algo al único deporte que pudo practicar en su niñez, dado que el lugar donde nació, en Gómez Palacio, no dejaba otra alternativa: o jugaba fut o no jugaba nada.
—El libro fue publicado gracias al apoyo del impresor lagunero Alfonso Amador Salazar.
—Aunque agotado, pudiera existir la posibilidad de reeditarlo en una versión más sintética y con el apéndice de los últimos tres años de historia santista.