Estoy en plan grande: cuatro meses sin ver más de media hora continua de televisión. Digamos que es mi récord, pero hago trampa, pues casi he sustituido la tele por el YouTube, aunque también veo esto a cuentagotas. Ayer, sin embargo, entré a una gordería de las miles que diseminan calorías en Torreón, y adrede me senté frente al televisor. El canal que estaba en la pantalla era de TV Azteca, y ofrecía uno de esos programas con chicas chamorrudas y sonrientes y galanes con facha de metrosexual, todos conversando sobre temas más baratos que una gordita sin guiso dentro. Despachaba pues mis gorducas cucas cuando, en comerciales, apareció a cuadro la figura de Ulises Ruiz Ortiz, el gobernador de Oaxaca. Confieso que me hizo mal el chicharrón tras escuchar a ese hombre oralmente emproblemado para expresar un mensaje al parecer escrito por un loco.
No tengo la redacción exacta, pues lo pesqué al vuelo y no lo hallé en internet, pero hay un pasaje en el que Ruiz asegura haber acabado con la corrupción y con los grupos que le hacían daño a Oaxaca. Al oír eso, sobre todo lo relacionado con la corrupción supuestamente ya extinta en aquella entidad, no pude no pensar en los límites de la propaganda. ¿Se puede decir lo que sea en los anuncios pagados con dinero público? Una posición radical y por ello utópica lleva a pensar que debería desaparecer toda propaganda que informe sobre los logros del gobierno. La lógica así lo dicta. O sea, difundir mensajes en los que se celebre (autocelebre) la construcción de carreteras, escuelas, hospitales, parques y demás no es lógico por dos razones: a) la obra de gobierno se hace con dinero ajeno, es decir, no con el dinero del gobierno, sino con el de los contribuyentes; b) la obligación del gobierno es administrar los recursos de tal forma que la población sea beneficiada, por lo tanto quien cumple con sus obligaciones no tiene por qué celebrarlo. Esa sería la posición de los radicales antipropagandistas.
Los moderados, en los que están incluidos todos los medios del país, aceptan que la propaganda exista e incluso que sea abundante, pues uno de los valores sobrentendidos de la política (a la) mexicana es que los gobiernos se chingan la lana (aquí el eufemismo es innecesario), por tanto hay que demostrar por todos los medios que en efecto hubo inversión en obra pública. Sé que en otros países la propaganda sobre obras de gobierno es escasa. En unos porque no hay tanto dinero para pagar anuncios y en otros porque la gente confía en el buen destino de sus impuestos, ergo el gobierno no tiene qué demostrar nada a nadie. En México, la cultura política y mediática deja ver claro que no hay gobierno sin fuertes presupuestos disponibles para propaganda, plata que debe ser gastada con habilidad pues mata dos pájaros de un tiro: establece un vínculo con los medios y permite que los ciudadanos vean que sus impuestos sí están trabajando, como decía un viejo eslogan de Hacienda.
Ahora bien, hay de mensajes a mensajes. La propaganda puede ser siempre cuestionada y cuestionable, pero es un hecho que no puede llegar a la mentira flagrante, sobre todo con las obras más visibles y costosas. No es posible afirmar en un anuncio, por ejemplo, que fue construido un megahospital en equis lugar sin que exista el edificio o en verdad sea una cliniquita con tres jeringas. La propaganda más eficaz, por ello, es la que autoaplaude las grandes obras, porque es la más creíble. Hay otra, la que da cifras escandalosas e incomprobables por la población (“fueron atendidos chorrocientos mil niños en nuestros hospitales”), que la gente ve y olvida de inmediato. Y hay otra, la peor: ésa que no destaca infraestructura nueva ni da cifras faraónicas. Precisamente como la de Ulises Ruiz, quien con toda desfachatez explica que acabó con la corrupción así nomás, de un soplido, en abstracto. En otras palabras, liquidó el peor defecto del que es acusado su gobierno. A esa propaganda le llamo, no sé si el símil sea feliz, “maquillaje de Hermelinda Linda”, cosmético que en vez de embellecer enfatiza la fealdad.
Hoy, libro sobre los centenarios
Hoy a las 8 pm será presentado el libro Pasos, repasos y tropiezos de dos centenarios, del escritor saltillense Jesús de León, quien será acompañado por el escritor Ramiro Rivera. La cita es en el Cinart-Icocult, antigua estación del ferrocarril, en Torreón. Este libro de 213 páginas será obsequiado a los asistentes de acuerdo a disponibilidad. La entrada es libre.
Hoy a las 8 pm será presentado el libro Pasos, repasos y tropiezos de dos centenarios, del escritor saltillense Jesús de León, quien será acompañado por el escritor Ramiro Rivera. La cita es en el Cinart-Icocult, antigua estación del ferrocarril, en Torreón. Este libro de 213 páginas será obsequiado a los asistentes de acuerdo a disponibilidad. La entrada es libre.