Una de las ideas más recurrentes sobre la Revolución que oficialmente comenzó un 20 de noviembre de hace un siglo exige por fuerza resultados incontrovertibles y perennes. Así, el quietismo de siempre observa que nada debemos celebrar, pues la situación de los mexicanos hoy es igual o peor, si es posible, que la detonante del movimiento armado contra el gobierno re-re-re-re-reelecto de Porfirio Díaz. Cierto que el panorama actual de México es oscuro, que todo pinta para complicarse más y por eso se ha instalado la impresión de que nada debemos celebrar. Estoy de acuerdo, quizá, en no celebrar; no en no recordar.
Pensar en una Revolución como fenómeno dinámico que luego, por razones de triunfo parcial o total, se inmoviliza y acarrea beneficios inmarcesibles para la población es partir de una premisa errada. Cierto que el discurso oficial que se adueñó del triunfo de la Revolución lo hizo a tal grado que la petrificó, la institucionalizó. La realidad de nuestra sociedad, y de cualquier otra, incluso de las que no experimentan ningún fenómeno revolucionario, es precisamente contraria a cualquier estancamiento: la realidad es movediza, cambiante y vive permanentemente atravesada por contradicciones políticas, sociales y sobre todo económicas. La Revolución no fue una panacea, el Remedio con mayúscula, sino un punto de arranque simbólico para articular las fuerzas de la nación con un sentido popular y no privilegiante, lo que al parecer no se dio pues caímos en una especie de monolitismo mítico: la Revolución, la nueva gran diosa del país, remedió de un sombrerazo, de una sola vez y para siempre, todos los males de los mexicanos. Falso.
Negar, por otra parte, que durante muchos años hubo avances sociales es un disparate. La distribución de todo mejoró, desde la educación a la salud, desde el empleo hasta la productividad. Paradójicamente, uno de los estancamientos más salientes del régimen, hasta la fecha, con todo y la transición simulada de 2000, fue el electoral, la bandera más importante que enarboló Madero y prendió la mecha de la inconformidad. Durante un siglo, con algunos mínimos oasis, las elecciones fueron/son controladas por los grupos dominantes, de suerte que esto ha impedido el desarrollo de nuestra acción política. Soy de los que sospecha, empero, la inevitabilidad del mal necesario y coyuntural de un partido fuerte que terminó por calmar al México alebrestado de 1910 a 1930. Para frenar las asonadas, los golpes bajos, las traiciones y los maximatos que alimentaron la nota roja de aquellos años, era necesario sentar bases firmes. Es verdad que se pasaron de rosca sobre todo en el control corporativo, pero fue, despejado todo idealismo, la única forma de encerrar al tigre que había soltado la lucha armada, como dijo, lacrimoso por la prematura nostalgia, Díaz en la escalerilla del Ipiranga.
Recuerdo y no celebración, entonces, si es que en eso hay un matiz, es lo que en mi caso haré o vengo haciendo en este año de lecturas relacionadas con el tema revolucionario en nuestra espléndida literatura. El descubrimiento de la complejidad que tuvo aquella gesta me ha obligado a mirar héroes de bronce como humanos, a comprender su falibilidad, una falibilidad más marcada en el fragor de los acontecimientos, en el momento en el que las decisiones de ruptura, ataque, alianza, fuga, negociación debían tomarse en caliente, con la pistola del enemigo en la espalda o con la desconfianza del correligionario ante los medias tintas.
Petrificar la Revolución, entenderla como un fenómeno inmóvil, es hacer poco, nulo caso a Heráclito. Si algo se mueve, si algo exige una permanente acción popular y compromiso, es el cambio. No culpemos por nuestro quietismo a quienes dieron los primeros pasos para que este país mejorara. Todavía es tiempo de sumarse a algo, a lo que sea. Las revoluciones, las verdaderas, nunca terminan, por eso debemos recordar (re-cor-dar, verbo que etimológicamente significa “volver a pasar por el corazón”) que la nuestra alguna vez comenzó y que somos sus herederos.
Hoy, conferencia de Carlos Flores Revuelta
Hoy a las 12 del mediodía será ofrecida una conferencia sobre danza y Revolución en el Cinart, en la antigua estación del ferrocarril de Torreón. El expositor será Carlos Flores Revuelta. La entrada es libre. Organizan el Icocult y la Dirección Municipal de Cultura.
Hoy a las 12 del mediodía será ofrecida una conferencia sobre danza y Revolución en el Cinart, en la antigua estación del ferrocarril de Torreón. El expositor será Carlos Flores Revuelta. La entrada es libre. Organizan el Icocult y la Dirección Municipal de Cultura.