“México sólo plantó (sic), en 2007, 251 millones de árboles, la cuarta parte de la meta mundial. Y, por cierto, en 2008 llegamos a 286 millones de árboles”. Estas son palabras de Felipe Calderón, fanfarronadas dichas hace una semana frente a embajadores y cónsules a quienes también les presumió que en el rubro medioambiental nuestro país había asumido un papel protagónico, lo que derivó en el Reconocimiento al Liderazgo Global que le entregó la ONU a México en junio del año pasado. Aplausos. Lo que vino después fue, es, un escándalo de corrupción que amenaza con convertir a ProÁrbol en el nuevo programa hazmerreír del actual gobierno.
Como si fuera una maldición egipcia, o azteca (para sentirnos más en casa con la maldición) muchos programas de esa índole topan con la pared ora de la ineficiencia, ora de la corrupción, ora de la ineficiencia y la corrupción juntas. El caso es hacer de las tareas de gobierno una especie de escenografía que atraiga reflectores, que arroje algunas cifras más o menos aparatosas (“creamos chorrocientos mil empleos”, “construimos un bestiamadral de viviendas…”) para medio maquillar la realidad y salir airosos ante la crítica ciudadana, que en general es poca y laxa, pero que de todos modos debe ser atendida no para mejorar servicios o renglones prioritarios, sino para no perder votos en la próxima elección.
Así ProÁrbol, que por un lado sirvió para el discurso fachendoso y, por otro, enseña cada vez más y más evidencias de putrefacción. Ya el 12 de julio de 2008 comenté en este mismo espacio (“Reforestación en ruinas”) que un grupo de activistas se plantaron en el Zócalo para denunciar la mentira del programa reforestador estrella del calderonato. Dije exactamente: “No tan estrepitoso en términos mediáticos, el arrasamiento de nuestros bosques es uno de los más grandes peligros que encara el México actual, pues ello deviene cambios radicales en ecosistemas. El impacto de la tala inmoderada y de la reforestación errabunda es, entonces, brutal, pues aniquila cadenas de vida animal y vegetal vinculadas durante miles de años. Los cálculos de la organización internacional son tan lamentables que colocan este problema entre los más delicados del país; cuestionan: ‘a menos de un año del proceso [se refiere a la reforestación emprendida por el régimen actual], 90 por ciento de las plantas murieron, de modo que la tasa de supervivencia no rebasa el diez por ciento’ de los ejemplares plantados”.
Ahora, menos de un año después, la liebre salta de la chistera para derramar el tepache y dar el quemón quizá definitivo a ProÁrbol. “Miles de hectáreas no han sido plantadas con arbolitos; beneficiarios del programa nunca recibieron los apoyos públicos a cambio de trabajar en las labores de reforestación de un programa que absorbe más de la mitad de los seis mil 500 millones de pesos del presupuesto de la Conafor [Comisión Nacional Forestal]”.
El escenario no puede ser más desolador, si es verdad lo que consigna la crónica de El Universal: “Una granja atestada de árboles secos y sin plantar, en el ejido Dr. Domingo Chanona muestra con claridad lo sucedido con el programa federal ProÁrbol. Pueden verse al menos tres centenas de árboles muertos, arrumbados. A decir de los habitantes, aquellos llevaban más de mes y medio así, porque no hubo reforestación”.
Incuria, corrupción, falta de coordinación e inconciencia aisladas o en armoniosa mezcolanza colapsaron un programa que no dio para más. Ya veremos ahora quién es el responsable de todo eso. No podemos esperar que haya castigo, pues en México no existe tal conclusión cuando fracasan los programas de gobierno y se pierden millones en la nada. El castigo sólo es para los pobres que se roban una bici.
Como si fuera una maldición egipcia, o azteca (para sentirnos más en casa con la maldición) muchos programas de esa índole topan con la pared ora de la ineficiencia, ora de la corrupción, ora de la ineficiencia y la corrupción juntas. El caso es hacer de las tareas de gobierno una especie de escenografía que atraiga reflectores, que arroje algunas cifras más o menos aparatosas (“creamos chorrocientos mil empleos”, “construimos un bestiamadral de viviendas…”) para medio maquillar la realidad y salir airosos ante la crítica ciudadana, que en general es poca y laxa, pero que de todos modos debe ser atendida no para mejorar servicios o renglones prioritarios, sino para no perder votos en la próxima elección.
Así ProÁrbol, que por un lado sirvió para el discurso fachendoso y, por otro, enseña cada vez más y más evidencias de putrefacción. Ya el 12 de julio de 2008 comenté en este mismo espacio (“Reforestación en ruinas”) que un grupo de activistas se plantaron en el Zócalo para denunciar la mentira del programa reforestador estrella del calderonato. Dije exactamente: “No tan estrepitoso en términos mediáticos, el arrasamiento de nuestros bosques es uno de los más grandes peligros que encara el México actual, pues ello deviene cambios radicales en ecosistemas. El impacto de la tala inmoderada y de la reforestación errabunda es, entonces, brutal, pues aniquila cadenas de vida animal y vegetal vinculadas durante miles de años. Los cálculos de la organización internacional son tan lamentables que colocan este problema entre los más delicados del país; cuestionan: ‘a menos de un año del proceso [se refiere a la reforestación emprendida por el régimen actual], 90 por ciento de las plantas murieron, de modo que la tasa de supervivencia no rebasa el diez por ciento’ de los ejemplares plantados”.
Ahora, menos de un año después, la liebre salta de la chistera para derramar el tepache y dar el quemón quizá definitivo a ProÁrbol. “Miles de hectáreas no han sido plantadas con arbolitos; beneficiarios del programa nunca recibieron los apoyos públicos a cambio de trabajar en las labores de reforestación de un programa que absorbe más de la mitad de los seis mil 500 millones de pesos del presupuesto de la Conafor [Comisión Nacional Forestal]”.
El escenario no puede ser más desolador, si es verdad lo que consigna la crónica de El Universal: “Una granja atestada de árboles secos y sin plantar, en el ejido Dr. Domingo Chanona muestra con claridad lo sucedido con el programa federal ProÁrbol. Pueden verse al menos tres centenas de árboles muertos, arrumbados. A decir de los habitantes, aquellos llevaban más de mes y medio así, porque no hubo reforestación”.
Incuria, corrupción, falta de coordinación e inconciencia aisladas o en armoniosa mezcolanza colapsaron un programa que no dio para más. Ya veremos ahora quién es el responsable de todo eso. No podemos esperar que haya castigo, pues en México no existe tal conclusión cuando fracasan los programas de gobierno y se pierden millones en la nada. El castigo sólo es para los pobres que se roban una bici.