Hace casi diez años publiqué una novela a la que definí, sin eco, como neopicaresca. Ni mi novela ni mi etiqueta importan, pero creo que sí es atendible la noción que esconden: que la picaresca, esa forma de vida que tan bien fue retratada por el Lazarillo y el Buscón, está en la esencia de los países que, como el nuestro, cierran oportunidades y no dejan más destino al hombre que la vida de lazarillos y buscones, de pícaros en el sentido no jocosito de la palabra.
He dicho además, y he aquí una propuesta que puede sonar agresiva o peregrina, que la picaresca no es privativa, en México, de la población más desfavorecida en lo económico, dicho esto con un eufemismo de los que tanto gustan para no hablar demagógicamente de pobres. En efecto, hay pícaros por doquier, y si algo heredamos del coloniaje español, además de la lengua y el credo mayoritario, fue esa esencia de buscones que desde cualquier clase social nos movemos como cucarachas para ver en dónde hay. Es una noción, claro, pero sospecho que no anda muy lejos de la verdad. Si es así, los hombres y mujeres de lazarillesca vida están en todas partes, no nomás abajo. Hay Lazarillos no sólo en Tormes, sino también arriba, y a veces muy arriba. Basta ver lo que hacen los partidos y los grupos empresariales: se mueven con instinto de buscones cada que asoma una elección, para ver qué ruñen. Pensemos, por ejemplo, en cualquiera de los líderes de los partidos en la Cámara: ¿a poco no los imaginamos siempre con una cara (la de las entrevistas) y otra muy distinta en el espacio privado, donde todo el día se las ingenian, como buenos pícaros de Quevedo, para ver cómo se van haciendo del hueso que les depara el porvenir electoral? En el fondo, abundamos los pícaros, por no decir que todos lo somos en este país atiborrado de guzmanes alfaraches.
Tuve que echarme toda la prefación anterior por lo delicado del asunto que describe la nota que leí ayer, esa que trata de cómo los mendigos, los discapacitados y otros pobres de semejante ralea tienen ya oficialmente prohibido ofrecer sus nada elegantes servicios a riesgo de ser arrestados y multados por la autoridad, todo “legalmente” asentado en el Bando de Policía y Buen Gobierno de la ciudad de Cuernavaca gobernada por Jesús Giles Sánchez, de extracción panista.
Con la mano en la cintura, es decir, muy lejos del corazón y más lejos todavía de la mente, los regidores de aquel ayuntamiento decidieron cortar de raíz el problema de la fauna pobretona que hace de las calles y de los trabajitos rústicos un modo de vida. Así, franeleros, chicleros, limpiabrisas, maromeros, similares y conexos serán “invitados” por la autoridad a que abandonen esas prácticas horribles y a veces intimidantes. Si no lo hicieren, la patria no se los demandará, pero sí irán al botellón y deberán pagar una multa, para lo cual tendrán que trabajar en algo digno. En síntesis, el ayuntamiento de Cuernavaca ha dado un paso histórico: acabar con el subsubsubempleo y la mendicidad por medio de un bando. Sin duda son muy inteligentes.
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He dicho además, y he aquí una propuesta que puede sonar agresiva o peregrina, que la picaresca no es privativa, en México, de la población más desfavorecida en lo económico, dicho esto con un eufemismo de los que tanto gustan para no hablar demagógicamente de pobres. En efecto, hay pícaros por doquier, y si algo heredamos del coloniaje español, además de la lengua y el credo mayoritario, fue esa esencia de buscones que desde cualquier clase social nos movemos como cucarachas para ver en dónde hay. Es una noción, claro, pero sospecho que no anda muy lejos de la verdad. Si es así, los hombres y mujeres de lazarillesca vida están en todas partes, no nomás abajo. Hay Lazarillos no sólo en Tormes, sino también arriba, y a veces muy arriba. Basta ver lo que hacen los partidos y los grupos empresariales: se mueven con instinto de buscones cada que asoma una elección, para ver qué ruñen. Pensemos, por ejemplo, en cualquiera de los líderes de los partidos en la Cámara: ¿a poco no los imaginamos siempre con una cara (la de las entrevistas) y otra muy distinta en el espacio privado, donde todo el día se las ingenian, como buenos pícaros de Quevedo, para ver cómo se van haciendo del hueso que les depara el porvenir electoral? En el fondo, abundamos los pícaros, por no decir que todos lo somos en este país atiborrado de guzmanes alfaraches.
Tuve que echarme toda la prefación anterior por lo delicado del asunto que describe la nota que leí ayer, esa que trata de cómo los mendigos, los discapacitados y otros pobres de semejante ralea tienen ya oficialmente prohibido ofrecer sus nada elegantes servicios a riesgo de ser arrestados y multados por la autoridad, todo “legalmente” asentado en el Bando de Policía y Buen Gobierno de la ciudad de Cuernavaca gobernada por Jesús Giles Sánchez, de extracción panista.
Con la mano en la cintura, es decir, muy lejos del corazón y más lejos todavía de la mente, los regidores de aquel ayuntamiento decidieron cortar de raíz el problema de la fauna pobretona que hace de las calles y de los trabajitos rústicos un modo de vida. Así, franeleros, chicleros, limpiabrisas, maromeros, similares y conexos serán “invitados” por la autoridad a que abandonen esas prácticas horribles y a veces intimidantes. Si no lo hicieren, la patria no se los demandará, pero sí irán al botellón y deberán pagar una multa, para lo cual tendrán que trabajar en algo digno. En síntesis, el ayuntamiento de Cuernavaca ha dado un paso histórico: acabar con el subsubsubempleo y la mendicidad por medio de un bando. Sin duda son muy inteligentes.
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Terminal
En nuestra gustada sección “Atrocidades lingüísticas”, va: Los políticos y los administradores son pozos de creatividad. En un noticiero matutino oí que algunos personajes relacionados con el mundo financiero hablaban de “bancarizar”; se referían con ese monstruoso neologismo, creo, a la apertura de más sucursales. Siempre que oigo un verbo de esa calaña (fotocredencializar, implementar…) pienso en su conjugación: yo bancarizo, tú bancarizas… vosotros bancarizáis. Espantoso. Otro caso es el de la palabra “tema”. Los políticos ahora abusan de ella, y dicen disparates: “Hemos puesto mucha atención al tema de la salud y de la seguridad”, y eso significa que no les importa ni la salud ni la educación, sino la discusión en abstracto de esos asuntos, es decir, los “temas”.
En nuestra gustada sección “Atrocidades lingüísticas”, va: Los políticos y los administradores son pozos de creatividad. En un noticiero matutino oí que algunos personajes relacionados con el mundo financiero hablaban de “bancarizar”; se referían con ese monstruoso neologismo, creo, a la apertura de más sucursales. Siempre que oigo un verbo de esa calaña (fotocredencializar, implementar…) pienso en su conjugación: yo bancarizo, tú bancarizas… vosotros bancarizáis. Espantoso. Otro caso es el de la palabra “tema”. Los políticos ahora abusan de ella, y dicen disparates: “Hemos puesto mucha atención al tema de la salud y de la seguridad”, y eso significa que no les importa ni la salud ni la educación, sino la discusión en abstracto de esos asuntos, es decir, los “temas”.