sábado, julio 26, 2008

Visitar a Benedetti



Mucho de lo que podemos encontrar de él no es del todo apreciable. Buena parte de su poesía, por ejemplo, colinda demasiado peligrosamente con lo que llamamos cursi y parece haber sido escrito para lectores sin malicia. Su narrativa y su crítica, y una considerable parte de su poesía, claro, merecen a mi juicio, sin embargo, el frecuente homenaje de la relectura. Cuando me preguntan sobre él, la tengo fácil, pues conservo buen recuerdo de La tregua, La borra en el café, Montevideanos, La muerte y otras sorpresas, El ejercicio del criterio, El recurso del supremo patriarca y El escritor latinoamericano y la revolución posible, libros con los que conviví en una época de formación y que todavía me comunican con la literatura.
Al merodear por nuestras librerías, las pocas y mal surtidas que tenemos, he visto que hay suficiente Beneddeti, que es de quien hablo. En ediciones relativamente económicas, la colección Punto de lectura ofrece al menos cinco de los títulos que al uruguayo le debemos. Son buenos libros para convivir en vacaciones con obras bien escritas, humanas, aptas para zambullirnos en el alma de personajes vivos, pese a que estén hechos de palabras.
Sirvan de brújula hacia él estas palabras de Mario Benedetti; sobre el paso del tiempo: “Puede ser también que los años le regalen a uno más lucidez, porque las cosas empiezan a verse no sólo con los ojos del presente sino también con los del pasado, y entonces uno puede tener una visión más aproximada del futuro. Pero también, cuando uno se hace más viejo, el cuerpo se va deteriorando y la energía cambia, aunque el cuerpo es la meseta donde se apoyan las cosas del espíritu, ¿no? El espejo no miente —continúa—; ahí uno va viendo las nuevas arrugas, las bolsas de los ojos... y sin embargo, a veces, a pesar de los años que se tengan, el espíritu de un cuento o de un poema puede seguir siendo joven. Un poema que tiene alegría, que tiene una cosa vital, lo rejuvenece a uno. Lo mismo sucede muchas veces al escribir una historia de amor, aunque sea inventada: uno vuelve a sentir otra vez una cantidad de sentimientos que creía olvidados”. Sobre la supervivencia dentro de la literatura: “Tenía la esperanza de un destino que tuviera que ver más con la escritura. Lo que pasa es que en Uruguay era muy difícil que alguien viviera de lo que escribía; ni siquiera Juan Carlos Onetti, que era el mejor, el que estaba en la cumbre, vivía de lo que escribía. Se podía vivir del periodismo, como hice yo, pero eso es otra cosa, no literatura. Recuerdo que de mis dos primeros libros no vendí ni un ejemplar, nada, y las ediciones me las había pagado yo. Mi primer libro de éxito —un éxito relativo, en realidad, porque la edición era muy limitada— fue Poemas de oficina. Ese fue el primer título mío que se vendió más o menos bien”. Sobre los géneros: “Siempre digo que soy un poeta que además escribe cuentos y novelas. También me siento cómodo con el cuento, aunque me da mucho más trabajo. Un poema lo puedo escribir en un avión, durante un fin de semana o mientras espero al destino, en cambio un cuento me puede llevar años. El volumen de Montevideanos, por ejemplo, demoré dieciocho años en terminarlo, y sin embargo es un género que me gusta mucho. El cuento no admite fallas, se construye palabra por palabra, cada una tiene que tener su rol, y los finales son muy importantes. Pero a mí las ideas y los temas ya me vienen con la etiqueta del género, aunque a veces me equivoco. Me pasó con El cumpleaños de Juan Angel: empecé a escribirlo en prosa, como todo novelista que se precie, pero a las 50 páginas no podía avanzar más, estaba estancado, cosa que generalmente no me ocurre. Hasta que me di cuenta de que el tema tenía una carga poética muy fuerte y lo retomé como una novela en verso. Ahí cambió todo y la terminé rápidamente”.