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miércoles, septiembre 09, 2020

Ansia de lucha lagunera




















La cuarentena, elásticamente extendida ya a seis meses, ha golpeado un montón de economías grandes, medianas y pequeñas. Una de ellas se relaciona con la lucha libre. Como adicto a este espectáculo tengo mis contactos y sé que en este periodo los luchadores la han pasado muy, muy mal, sin el ingreso por goteo que cada fin de semana se suma al de sus jales más convencionales. Con esto quiero decir que la lucha que sigo no es la vinculada a las grandes carteleras, a la triple A, sino aquella desplegada por compitas del barrio en arenas populares, sin glamour, sin  marketing, sin bolsas millonarias, a punta de voluntad, sacrificio y riesgo.
Sabido es que La Laguna es un semillero inagotable de luchadores. Por esta razón hay tantas funciones de lucha popular desde el jueves hasta el domingo. Con la pandemia todas quedaron suspendidas, para mala suerte de los aficionados que en este momento vamos para medio año sin la entrañable gritería, las semillas, la cerveza y el zigzagueo permanente entre la risa y el peligro. Como las carteleras se multiplican allende y aquende el lecho del Nazas, no las conozco en su totalidad, pero puedo hacer una breve descripción de las cuatro arenas que me gustaría visitar apenas vuelva a verse la luz verde en los pancracios. En orden según mi preferencia, va la breve lista:
4. Plaza de Toros de la colonia Moderna, en Torreón. La función dominical, que comienza cerca de las ocho, no suele ser muy concurrida. Presenta cuatro pleitos, todos con luchadores de la localidad. El espacio disponible es tan grande, sobre todo en la parte de arriba, que es casi imposible el tumulto. El ring es montado sobre el redondel de la plaza y las localidades más caras son ubicadas sobre la arena real, así que es como ver una lucha en el desierto.
3. Arena de la colonia Aviación, en Torreón. No apta para modosos. Es una especie de taller mecánico habilitado con un ring donde los gladiadores luchan casi a ras de público. Todo se oye como si se desarrollara en el patio de nuestra casa, sin eufemismos ni mesuras. Aquí la lucha alcanza la sima de la autenticidad más populosa. Su cartel es programado para los domingos a las ocho.
2. Arena Azteca de la colonia San Marcos, en Torreón. Con estacionamiento algo complicado, esta arena ha sido muy bien montada por dentro, con excelente ring, buen audio y juego de luces y una dulcería que da para no parar de consumir golosinas durante toda la función. Tiene un elenco de excelente nivel, tal vez el mejor de su tipo en La Laguna. Igual, su cartel suele ser programado para los domingos a las ocho.
1. Arena Olímpico Laguna, en Gómez Palacio. Tal vez la más vieja y tradicional de La Laguna. Su función insignia se da todos los jueves a partir de las nueve de la noche y dura hasta las doce. Tiene un cartel casi monolítico, pero increíblemente propicio para la gritería. Su acústica y su aspecto vetusto la hacen muy especial, casi un sitio turístico al modo de las pirámides o algo así. No recomiendo las primeras filas, demasiado cercanas al ring. Es, por mucho y pese a todo, mi favorita.

miércoles, marzo 25, 2015

Hacer la lucha












Tengo 45 años afectivamente cerca de la lucha libre, desde que con mi hermano Luis Rogelio asistía a todas las matinés del cine Elba casi exclusivamente para ver las del Santo. Junto con eso, fui a muchas funciones en mi niñez y con los años el gusto por este espectáculo me sobrevivió a tal grado que desde hace dos décadas casi no pasa semana sin que me apersone en alguna de las muchas arenitas de La Laguna. Sé, pues, lo que es, y aquí no voy a ponerme pesado y explicar que es esto o aquello, que teatro o deporte y todo lo que suele decirse al abordar el tema. Sé lo que es, insisto, y sólo añadiré esto: como anulé el televisor desde hace mucho, voy a la lucha porque es económica y se trata de la única salida más o menos social que tengo. Lo demás es trabajo frente a la computadora, encierro vinculado a la escritura, la edición y la docencia.
Dados esos largos años viendo lucha en La Laguna, me queda claro que doy total preferencia a la lucha lagunera practicada en algunos casos de manera casi amateur. Esta es la razón por la que trato con algo de indiferencia la llamada triple A, un espectáculo que por lo general goza de mayor proyección comercial y por ello de mejores bolsas para los luchadores. A ésa no asisto, así que ignoro qué tanta seguridad hay en todos los sentidos: para el público y para los deportistas.
De la otra lucha puedo opinar que se desarrolla casi con las uñas, sin grandes dividendos para nadie. Eso es, quizá, lo que me atrae de ella: noto que quienes contienden están allí por una mezcla genuina e irregular de gusto por el deporte, afán lúdico y necesidad económica. Son, casi todos, compas que uno puede tratar en la ferretería o en la miscelánea, que uno puede toparse en cualquier sitio porque son choferes, obreros, raza de trabajo. En la lucha ganan un pesito extra y aunque el asunto conlleva riesgo, se divierten y se ven obligados a entrenar, a no soltar las pesas y a seguir fatigando lona.
Así entonces, en las funciones, por ejemplo, de la Plaza de Toros Torreón y de la Arena Olímpico Laguna de Gómez Palacio jamás he visto, porque costaría contratarlos, policías en los pasillos o servicios médicos con ambulancia a la puerta. Como quien dice, es un espectáculo que se autorregula, y aunque básicamente se trata de un juego, he visto incontables golpes y lesiones que en general no llegan a tener consecuencias fatales.
Lo que ocurrió en Tijuana el viernes es una tragedia, sin duda. Queda a las autoridades indagar si en esas funciones, por el cartel y el alto precio de las entradas, debe exigirse atención médica inmediata y profesional, y tomar medidas. Lo que en definitiva no puede hacerse es atribuir culpa al luchador oponente. Eso es absurdo en este caso.

Nota: Tomé la foto que acompaña este post el domingo 22 de marzo a las nueve de la noche, un día después de la muerte del Perro Aguayo hijo. En la imagen se aprecia la reunión de luchadores para rendir un minuto de aplausos al colega recién fallecido en Tijuana. Al lado del ring aparece mi amigo Beto Rubio tomando video del momento.

martes, octubre 16, 2012

Las máscaras de mi catarsis















Mi gusto por la lucha libre se pierde, nebuloso, en los orígenes de mi memoria. Puedo asegurar que desde siempre la he tenido cerca, como una sombra juguetona en mi vida y en mi memoria. Nací en Gómez Palacio y viví allí, sospecho, la edad más importante: mi niñez. Exactamente en la adolescencia, a los 13 años, di el salto a Torreón, un salto en apariencia pequeño pero en realidad muy grande si consideramos que casi desde siempre el desarrollo económico, deportivo y cultural de Torreón ha sido el más saliente de La Laguna. Pero decía que mi infancia fue gomezpalatina, y que la casa de la avenida Madero que me vio pasar de bebé a puberto estaba ubicada a media cuadra de un cine. Sí, a media cuadra de mi casa había un cine, y eso fue determinante en mi adicción por la fantasía, por la narración de historias en cualquier soporte.
El cine Elba, así se llamaba el bodegón que fue casi parte de mi primer hogar, pasaba sin excepción películas de luchadores. Imaginen esto: el cine de Santo estaba en su momento de mayor difusión y yo tenía una sala a pocos metros de mi casa, así que sin remedio pude ver todas las hazañas fílmicas del Enmascarado de Plata, su delirante lucha por la justicia en un mundo lleno de seres tan malévolos como disparatados. Confieso que de mocoso no advertí las exuberantes anomalías y los atropellos a la lógica de esas películas. Eso lo descubrí después, así que fui uno más entre los miles de niños alelados y suspensos ante la atlética bondad del encapuchado frente a la ojetez sin orillas de unos villanos que con toda razón recibían su sistemático merecido al final de cada enredo.
Yo era adolescente cuando Santo comenzó a filmar todo en color, así que junto con la decadencia del cine luchalibrístico se dieron mis primeras muestras de escepticismo en todos los sentidos. Por ejemplo, y luego de un breve tránsito por la fe, descreí de dios. Otros asuntos atraparon mi atención (el futbol, los libros, la vagancia con los amigos y el deseo siempre trastabillante de agenciarme alguna chica), pero el gusto por la lucha en vivo o en película se mantuvo allí, en una parte infantil y oculta de mi corazón. Durante muchos años, de los quince a los 35, digamos, fui un fan intermitente de la lucha. El tema me interesaba por su flanco cultural, y en sobremesas siempre hice lo que pude para defenderlo, para decir, así o de cualquier otra manera, que es el deporte-teatro más arraigado en el imaginario mexicano. En ese largo paréntesis pude haber ido muy de vez en cuando a la arena, a ver luchas en vivo, pero nunca lo hice con regularidad de aficionado contumaz.
A mis treinta y tantos, cuando yo ya estaba cerca de los cuarenta, estreché mi amistad con Raymundo Tuda, analista político y productor de televisión, quien se convirtió en mi cómplice como fan intransigente de la lucha. A Ray lo conozco desde 1982, pues él iba uno o dos años antes que yo en la carrera de comunicación dentro de la misma escuela, el ya desaparecido Iscytac; desde entonces nos hablamos bien, pero nuestra verdadera amistad se fortaleció allá por el 2000 o 2001, cuando comenzamos, sin premeditarlo, a llamarnos cada jueves para acordar una visita al mejor pancracio de la comarca lagunera: la Arena Olímpico Laguna de Gómez Palacio, Durango.
Ray y yo tenemos intereses y visiones muy distintos, pero también algunas gratas afinidades: a ambos nos gusta la política nacional (no tanto la local), la música pop en español de los setenta, poca literatura, el gusto casi enfermizo por la gastronomía callejera de la región y, lo supimos in situ, la lucha libre como espacio ideal para el relajo. Sin falta, jueves tras jueves durante al menos una década nos apersonamos con boleto pagado en la arenita de Gómez Palacio para ver luchas, para cenar y para gritar misceláneas tonterías que muchas veces se relacionaban menos con los combates en el cuadrilátero que con la política y la información coyuntural. La lucha era pues el pretexto para conversar y mostrar acervo noticioso, malicia literaria, destreza para el albur y otras tantas variadas habilidades en materia de estentórea ramplonería. El caso es que no fallábamos y cuando por alguna razón no se daba la visita, creo que ambos resentíamos la falta.
Hacia 2010 todo se puso no mal, sino muy mal en nuestra comunidad. Antes, durante noches y noches, o a cualquier hora, La Laguna era una arcadia asombrosa por su tranquilidad. En muy pocos sitios de la comarca había sensación de verdadero peligro, tanto que me recuerdo en lugares que hoy no pueden ser visitados por la sencilla razón de que ya los cerraron a punta de balazos o por la obvia y asustada falta de clientela. Mis libros Leyenda Morgan y Parábola del moribundo, ambos harto noctámbulos, dan una idea, mi idea, de lo relativamente edénico que era la noche lagunera hasta que comenzaron los arponazos de la violencia sin patas ni cabeza.
El nuevo escenario limitó toda andanza callejera a ciertos sitios y en ciertos horarios. Zonas antes muy socorridas se convirtieron de golpe en franjas ajenas a toda noción de paz. A las nueve de la noche, muchos lugares de la comarca, por no decir todos, acusaron un toque de queda tácito y la sensación cortazariana de que la casa estaba tomada por desconocidas y fatídicas presencias. Tal fue la razón por la que, pese a nuestro mutuo interés por el tema de la violencia y la política, Ray y yo comenzamos a ausentarnos de la lucha. Asistíamos tres jueves de cada mes, luego dos, luego uno, luego cada dos meses, y así hasta que un jueves fuimos por última vez, hace como cinco meses. Junto con eso, a ambos nos cayeron chambas de las que devoran todo el tiempo, y eso agudizó nuestro ausentismo de la querida Arena Olímpico Laguna.
En las semanas recientes he vuelto solo y en la butaquería me topo con amigos creados en ese espacio (Saúl Bonilla, Juan Carlos Cárdenas, Enrique Diosdado, el Tulín Dajda…), pero sé que en este momento no es prudente salir a medianoche de la función en Gómez Palacio y atravesar su lóbrega zona industrial para llegar a Torreón. Hay algo de desafío en eso, pero también, para mí, el deseo de no abandonar uno de los pocos gustos multitudinarios que conservo intacto.
Ahora bien: dije “multitudinarios” y la verdad no es para tanto. Toda actividad nocturna celebrada en La Laguna, entre las pocas que sobreviven, ha perdido público. La lucha de la AOL no es la excepción, y si ya de por sí muy pocas veces la arena se llenaba, con la nueva situación se han dado allí funciones con menos de cincuenta espectadores en la gradería. No me gusta, es cierto, que luzca tan sola, pues eso significa pocas ganancias para quienes viven del negocio, pero tampoco me agrada que esté a tronar, pues así todo es más incómodo, se atesta de villamelones y hasta ir al baño se torna complicado. La arenita me gusta como la he visto casi todos los jueves: a medio gas, con un número regular de público dividido entre los asiduos y los recién llegados.
¿Y qué demonios me atrae de esa farsa? No sé bien qué, sólo sospecho que allí me siento a gusto, me tomo un par de cervezas y grito dos o tres sandeces que parecen tuits sonoros, lo que me desahoga. Alguna vez fui a la lucha triple A, pero confieso que no me gustó, que para mí la lucha más eficaz desde el punto de vista cultural es la que parte del barrio, la que ejercen jóvenes que viven permanentemente a medio camino entre el amateurismo y un conato de profesionalidad. Esa lucha está plagada de pifias, de tropiezos, de malas actuaciones, pero también me parece auténtica, digna de ser mirada con simpatía por lo que tiene de amor al arte y no al dinero.
No sé cuánto tiempo más seguiré yendo, pero sé que ese humilde espectáculo ya es parte de mi experiencia vital. En el polvoriento ring, en esas butacas de doloroso acero, entre risas y gritos desaforados, frente a máscaras con poca o nula historia y cabelleras que se ganan la vida no en el cuadrilátero sino en oficios simples, he hallado una especie de sosiego, la necesaria ración de drama histriónico que todo buen espíritu requiere para sentirse, creo, semanalmente equilibrado.

Comarca Lagunera, 16, octubre y 2012

jueves, marzo 12, 2009

Costalazos universitarios



La Laguna es tierra de universidades. Así pues, polvorienta y todo, nuestra región es una Hélade, un faro del conocimiento para la nación. Hace años, cuando vi que en Pachuca creaban la Universidad del Futbol, soñé con la idea de proponer a los empresarios del terruño una Universidad de Lucha Libre. Tenemos buena mata, pensé, y lo que falta sólo es crear las condiciones para el desarrollo académico de tan hermoso deporte. Diseñé un plan de estudios, y esta es la primera vez que lo hago público:
De niño escuché muchas veces que los luchadores debían prepararse muy bien antes de subir al ring. Eso es totalmente cierto. El riesgo de la profesión obliga a respetar, en principio, una regla de oro ineludible: nadie que no se haya preparado a fondo será capaz de actuar con solvencia sobre la lona. Quien decida trepar al cuadrilátero sin conocer los rudimentos esenciales de la profesión, lo sabemos, corre el albur de salir herido, de perder la vida y/o de hacer por lo menos el ridiculazo.
Pasaron los años y por lo visto aquella idea sobrevivió como tatuaje en mi cerebro: los luchadores requieren preparación, harta preparación. Una madrugada, entre sueños, imaginé borrosamente cierta carrera consagrada al dominio de la lucha. Imaginé objetivos, imaginé materias, imaginé docentes, imaginé bibliografía. Todo fue un sueño delirante, pero hermoso. Esa carrera no existe, pero estoy seguro que ningún buen aficionado afirmará que es innecesaria. Si en México tenemos ya la Universidad del Futbol, ¿por qué no especular con la Universidad de Lucha Libre? ¿Acaso no somos los mejores del mundo en esta disciplina histriónico-muscular?
He aquí el programa que soñé.
o
PROGRAMA
Licenciado en Ciencias y Técnicas de la Lucha Libre (LCTLL)
o
Objetivo general
El alumno aprenderá de manera científica todas las técnicas relacionadas con el arte-espectáculo de la lucha libre encaminadas a convertirlo en un especialista solvente para desenvolverse en esta profesión con absoluto dominio de todas y cada una de las habilidades luchalibrísticas.
o
Objetivo específico
La LCTLL tiene como fin formar luchadores capaces de ofrecer un excelente espectáculo cuando suban al cuadrilátero, de tal manera que cada gladiador del pancracio sepa usar pormenorizadamente el arte de combatir, la historia y la técnica del bellísimo deporte de los costalazos.
o
PLAN DE MATERIAS
Primer semestre
1. Introducción a la lucha libre
Docente: René Copetes Guajardo
2. La lucha libre en la edad ateniense
Docente: El Bello Greco
3. La lucha en los pueblos bárbaros
Docente: Atila
4. ¿Fantasía o realidad? Una ontología de la lucha libre
Docente: Coloso Colosetti
5. La lucha como aritmética del cuerpo
Docente: El Matemático
6. Taller de quebradoras I
Instructor: Blue Panther
7. Taller de elaboración de máscaras
Instructor: Mil Máscaras
8. Ética y estética del luchador amateur
Instructor: El Ángel Blanco
9. Laboratorio de mañas
Instructor: El Médico Asesino
o
Segundo semestre
1. Conceptos elementales de lucha libre profesional
Docente: Lizmark
2. Historia de la lucha libre en la Edad Media
Docente: El Fúnebre
3. Principios del luchador técnico
Docente: Tinieblas
4. Teoría de los rudos
Docente: El Perro Aguayo
5. Psicología del luchador sobre el ring
Docente: Psicosis
6. Taller de elaboración de botas II
Instructor: Atlantis
7. Taller de quebradoras II
Instructor: El Negro Casas
8. Laboratorio de quiropráctica post-lucha
Instructor: Dr. Wagner

Tercer semestre
1. La lucha, ¿para qué? Una aproximación a la fenomenología del combate cuerpo a cuerpo y cara a cara
Docente: Octagón
2. La imparcialidad del réferi
Docente: Tirantes
3. Historia de la lucha en el Renacimiento
Docente: Sergio el Hermoso
4. La lucha como voluntad y representación
Docente: Konán el Bárbaro
5. Introducción al sillazo en la cabeza
Docente: Ringo Mendoza
6. Taller de elaboración de mallas
Docente: Super Muñeco
7. Taller de manipulación de sangre falsa
Docente: Jerry Estrada
8. Laboratorio de patadas voladoras
Docente: Super Astro
9. Seis propuestas para la lucha del próximo sexenio
Docente: Latin Lover

Cuarto semestre
1. La mentada de madre: una poética del insulto
Docente: Bocazas Pierrot
2. La lucha y la reivindicación de género
Docente: La Tetona Mendoza
3. Historia de la lucha en México
Docente: El Rayo de Jalisco
4. La lucha según el esquema de la tercera vía
Docente: Rudy Reyna
5. Lucha y minorías: gente pequeña en el pancracio
Docente: Mascarita Sagrada
6. La magia de la lucha
Docente: Wolf Rubinskis
7. Taller de utilización de corcholatas de cerveza para tallar los ojos
Docente: Carmelo Reyes Cien Caras
8. Taller de masa muscular
Instructor: André El Gigante
9. Laboratorio de tope volador desde las cuerdas a ring side
Instructor: El Satánico

Quinto semestre
1. La lucha como herencia familiar
Docente: Ciclón Ramírez
2. Vida, pasión y muerte del Enmascarado de Plata
Docente: El Hijo del Santo
3. Las grandes lecciones de Blue Demon
Docente: Camorra
4. La lucha libre, una síntesis filmográfica
Docente: Dr. Alfonso Morales
4. Grandeza y decadencia de los álbumes de estampitas con luchadores
Docente: Jaime Muñoz Vargas
5. Lucha y mercado
Docente: El Vampiro Canadiense
6. Taller de llaves y de contrallaves
Docente: Espanto III
7. Taller de maniobras sobre las cuerdas
Docente: Máscara Sagrada
8. Laboratorio de golpes en el pecho para imponer temor
Instructor: Emilio Charles
9. El perfil de la lucha y la cultura en México
Docente: Carlos Monsiváis

Sexto semestre
1. Lucha libre y sindicalismo: por un espectáculo sin promotores gandallas
Docente: Joe Marquina
2. Seminario de titulación a tres caídas de tres sin límite de tiempo
Docente: El Reptil
3. Didáctica de edecanes en la lucha libre
Docente: Rosa Gloria Chagoyán
4. Psicoterapéutica del público borracho y agresivo
Docente: Sexi Pisis
5. Decálogo del perfecto luchador
Docente: Stuka
6. Prolegómenos para toda metafísica de la lucha libre
Docente: La Parka
7. Taller de desafío “máscara contra caballera”
Docente: Rafael Sebastián Guillén Vicente
8. Laboratorio de teatralidad
Instructor: Ignacio López Tarso
9. Taller de candados
Instructor: Brazo de Oro

Bibliografía básica
La lucha en la prehistoria, El Cavernario Galindo, Editorial Cromagnon, Altamira, 1953, 324 pp.
La lucha clásica: un periplo historiográfico, El Bello Greco, Sócrates Editores, Tlahualilo, 1967, 233 pp.
ABC sobre la lona, Pedro Aguayo, Grupo Editorial Doberman, Zacatecas, 1978, 334 pp.
La lucha: ¿teatro popular o lacerante realidad?, Rogelio Guerra, Editorial anda, México, 1985, 256 pp.
¡Lucha, lucha, lucha, no dejes de luchar!, Piloto Suicida, FCE, México, 1998, 130 pp.
Espectacular de lucha libre, Lourdes Grobet, Trilce-unam, México, 2005, 296 pp.

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