miércoles, septiembre 11, 2024

Recuerdos por una foto


 







Pesqué hace como quince días una foto en internet y de inmediato la guardé para conservarla y quizá para escribir en el futuro sobre ella. Ese futuro llegó ahora, en estos veloces y melancólicos renglones. La imagen no tiene mucha calidad, como que es foto de foto, pero da igual. Retiene un edificio ubicado en la esquina nororiente del cruce que forman la avenida Morelos con la calle Treviño, exactamente allí donde hoy se encuentra la terminal abajeña del teleférico, en Torreón.

La foto puede datar de los setenta, así que la esquina luce despejada, sin la edificación contigua de la terminal norte del teleférico. La parte inferior —el primer piso— del edificio fotografiado contenía la farmacia Benavides, que además de ese servicio relacionado con la venta de medicamentos, al lado administraba un restaurante-cafetería. Ignoro si en la parte alta había oficinas o también era un espacio de la farmacia.

Tuve una etapa de cinco años como habitué de la cafetería, y creo que fue allí donde practiqué por primera vez el bello deporte de la ociosidad literaria, del cual ya vivo retirado. Me refiero a la conversación con amigos escritores que, como yo, muchas tardes de la semana nos apostábamos en una mesa para hablar sobre libros y autores, para compartir ideas siempre revueltas por la ventisca del azar, que es el mejor modo de la conversación. Lo bueno de esos cafés estaba en la tranquilidad que ofrecían, es verdad, pero más en la costumbre casi inaudita y anticapitalista de permitir que tres, cuatro o cinco comensales consumieran y pagarán cada uno una modesta taza de café “americano” con infatigables rellenos (refills), y aguantarlos allí, sin malas caras de nadie, dos o tres horas de permanencia y diálogo. Ahora que lo pienso, quizá por eso quebró.

Dos recuerdos fijos tengo del café de Benavides. Uno de ellos, aquel en el que Gilberto Prado y Héctor Matuk me enseñaron el arte de la palindromía, arte que sé ejercer, aunque sin obsesión y por ello tampoco grandes hallazgos. El otro recuerdo es la entrevista que allí nos hizo un periodista a Ricardo Serna y a mí luego de que ambos ganamos, por la música y la letra, respectivamente, el concurso nacional para componer el himno del IMSS.

De ese pasado ya no queda casi nada, salvo frágiles recuerdos como los que por ahora aquí, en la palabra concluyen, concluyen.