La capacidad digestiva de la novela es infinita. Todos los recursos
y todos los formatos le caben a la perfección siempre y cuando el escritor se
dé la maña para persuadirnos de que lo contado es pertinente. Es el caso de Grasa de marsopa (Eximia, México, 2018,
124 pp.), novela de Rodrigo Pámanes (Torreón, 1979), agudo viaje novelado sobre
el arte de escribir una novela.
El autor estudió Relaciones Internacionales en el Tec de
Monterrey, pero pronto derivó hacia la literatura; en la Universidad Carolina de Praga hizo un
curso de literatura e historia de Europa del Este, y arte y gastronomía en la
Universidad Pontificia de Madrid. Tras graduarse, estudió un máster en
Literatura Creativa en Madrid, y en 2007 el doctorado en literatura
hispanoamericana en la Universidad de Salamanca.
Grasa de marsopa comienza con una declaración de
extrañeza ante las albercas como espacios anómalos, ruidosos y caóticos; el
narrador luego describe que la obligación de nadar surge en su vida como
prescripción del psicólogo. Asume la receta como oportunidad para serenarse y
escribir en serio, ya que esto representa su principal obsesión: “Sé que lo he
mencionado más de una vez pero este relato no solo es sobre la natación, no es
sobre el poder curativo del agua; esta es la historia de una novela, de un héroe,
de muchos litros de agua golpeando a un ser vivo con todas sus coyunturas a
punto de tronar. Esta historia es la conjunción perfecta de literatura y
deporte, el fiel reflejo de dos de las tareas más inútiles del ser humano”.
Pronto advierte que la natación le acarrea el sosiego necesario que quizá le
permitirá anular el bloqueo de su escritura, de suerte que se trata de una novela
sobre la angustia del escritor amagado por la temible parálisis creativa.
Como Leopoldo, el personaje del cuento de Monterroso titulado
“Leopoldo (sus trabajos)”, del libro Obras
completas y otros cuentos (UNAM, 1959), el protagonista de Grasa de marsopa sabe que para escribir
hay que saber de lo que se escribe, no confiar todo a los azares de la imaginación,
así que, tras asumir el tema de su novela —la hazaña de Matthew Webb, primer
hombre que cruzó el canal de La Mancha a nado—, no hay nada que quede sin saber
sobre este personaje y sus méritos, sobre
su contexto, sobre todo.
La novela avanza, por ello, mientras nos narra los
preparativos de la novela, todo lo que es necesario ejecutar para que la
historia sea sólida. Grasa de marsopa
es un ejercicio metaliterario e ingenioso, inútil para demostrar cómo se sale
del bloqueo del escritor, pero sí cómo se puede escribir cuando escribir parece
un invencible desafío.
En tal trance, el de escribir, Gerardo Argüelles, el
personaje narrador, indaga todo lo que tiene que ver con el agua, con los mares
y los ríos, con los héroes del nado, y por supuesto con Matthew Webb, quien,
como ya quedó señalado, cruzó el canal de La Mancha y al intentar lo mismo en
las cataratas del Niágara, murió. “Todas mis preguntas iban orientadas a la
concepción del reto y no al reto mismo. Investigué, lo hice con seriedad y
dedicación, pude estudiar las mareas, el clima, la topografía submarina pero no
había diario que registrara los impulsos de Webb. Parecía que todo se
complicaba pero el reto de inventar los impulsos de Webb me animaba a seguir
con la empresa: tramar una novela maravillosa sobre el primer hombre que cruzó
a nado el canal de la Mancha”.
Por tanto, El narrador necesita ser Webb para construir la
historia de Webb, así como Pierre Manard tiene que ser Cervantes para
reescribir el Quijote. La obsesividad
del narrador llega entonces a extremos que aturden, al absurdo de calcar una
vida para escribir sobre esa vida. Para repetir la proeza natatoria, contrata a
Luis Tule, entrenador de nado, el hombre que lo capacitará para recorrer los 33
kilómetros de agua fría que alguna vez venció Webb. Es, claro, una idea
descabellada: el motor es literario, pero la actividad es deportiva y
peligrosa, todo para vivir en carne propia lo que significaba esencialmente vencer
al canal de La Mancha, reiterar al héroe inglés que fue elegido como personaje
de la novela escrita dentro de la novela.
Las sutilezas rayan en el delirio: “Hoy en día existe una grasa
llamada Swimmer’s Grease que solamente se vende en una farmacia en Dover, pero
el gran Webb utilizó grasa de marsopa y por eso yo planeo hacer exactamente lo
mismo. No sé si comprar grasa de marsopa sea ilegal pero seguro es menos
riesgoso que comprar colmillos de elefante o vesícula de tigre”. El plan ha
sido diseñado con el apego más ceñido posible a la andanza original del héroe:
Fecha y hora de salida: 24 de agosto 10:41 (ni un minuto
más).
Lugar exacto de salida: Shakespeare Beach (Dover,
Inglaterra).
Lugar aproximado de llegada: Cap Gris Nez (entre Calais y
Boulogne, Francia).
Distancia aproximada: 18.2 millas náuticas (33 km.).
Velocidad aproximada del viento: 5 nudos, dirección Norte
Tiempo de nado Entre 13 y 21 horas.
Número de brazadas aproximadas: 35,000.
Alimentación (cada hora): Mezcla: grasa de ganso, nueces y
plátano.
Todas
estas prevenciones, aclara, han sido tomadas por un motivo superior: “esto lo
hacía por la literatura no por la natación, no por el deporte”, así que aunque digan
“que llevar manteca en el cuerpo no protege de nada, pero si Matthew Webb portó
cebo, yo lo haré”, sin dejar de recordar lo fundamental: “que soy un novela
navegando por un mar extranjero”, pues el nadador está “seguro de que será un
gran texto, una novela realista”, y “que cuando todo esto termine y la novela
sea publicada y tenga un éxito descomunal mi siguiente texto será sobre la
complicada vida del equipo olímpico de Bobsled mexicano”
Grasa de marsopa nos depara, en suma, un juego
interesante en el que no escasea la sorna: hasta dónde se puede desbloquear artificialmente
el escritor, qué tanto puede basarse en la experiencia real o en la
imaginación, hasta dónde es viable estirar los límites de la verosimilitud,
cómo podemos llenar los huecos de lo que ignoramos porque no lo hemos vivido. Igual
que las Meninas de Velázquez, Grasa de marsopa,
de Rodrigo Pámanes, es un lienzo en el que un narrador se ve a sí mismo en el
acto, en este caso, no de pintar, pero sí de escribir, un ejercicio que muchas
veces puede ser dramático y otras tantas puede ser, por qué no decirlo, absurdo
e innecesariamente autodestructivo.
Comarca Lagunera, a 1 de marzo de
2019
*Texto leído el 1 de marzo de 2019 en el Teatro Alfonso Garibay de Torreón. Participamos en la presentación Federico Garza Ramos, el autor y yo.
*Texto leído el 1 de marzo de 2019 en el Teatro Alfonso Garibay de Torreón. Participamos en la presentación Federico Garza Ramos, el autor y yo.