El Colectivo Desmesurados tiene un proyecto interesante: invita a un artista a escribir o pintar sobre otro, y así va creando una cadena de relaciones que a la larga puede generar lazos de amistad inesperados. Así entonces, me convidaron a escribir algo sobre el argentino Germán Vachino, y esto salió. Luego, se supone, alguien escribirá algo sobre mí, pero eso ocurrirá más adelante. Va pues mi texto sobre Vachino, quien por cierto ya entró en contacto conmigo aunque no nos conozcamos en persona:
"Caripelas" del Negro Vachino
Contra la opinión
mayoritaria, discrepo de quienes perciben como fácil cierto estilo artístico de
perfil barroco, en apariencia caótico y en cierta medida infantilista. Me
refiero, por citar sólo un par de ejemplos, a las creaciones ubicadas en la
órbita de Joan Miró y Jean-Michel Basquiat. Cada cual a su manera, ambos
dotados de una fuerza misteriosa e implacable, estos pintores demostraron en el
siglo XX que uno de los mejores retratos de la vida actual se obtiene de la más
radical espontaneidad: Miró con rasgos que de alguna forma celebran el colorido
de la vida, Basquiat —una especie de grafitero salvaje, si esto no es un
pleonasmo— igual de colorido pero temáticamente en la cara opuesta, la trágica.
A su manera, Germán Negro Vachino, artista argentino nacido
en La Pampa y radicado en Tigre, cerca de la Capital Federal, se inscribe en
esa estética: sus dibujos conglomeran imágenes y colores que siempre parecen
nacidos luego de un vistazo a la realidad, como desenfadados pero al mismo tiempo
sutilmente atentos al detalle.
El Negro ha declarado alguna vez que sus temas los elige aquí y allá,
en la calle, en cualquier sitio, mientras camina o anda en bicicleta. En sus
trotes —tal palabra es aquí literal, insisto— capta los signos, “picotea de
todos lados” lo que después convertirá en, como él las llama, “caripelas”,
obras que promiscuan con pasmoso buen resultado el dibujo con la literatura.
Porque el Negro, hay que enfatizarlo, no sólo es
un ojo observador, sino también un oído atento a los rumores verbales de la
calle, de los libros y de la música. El resultado de su andanza se sintetiza en
esos objetos, las caripelas, que a mi parecer están a medio camino entre Miró y
Basquiat; de ambos comparte la frescura del trazo, el color ruidoso, y en el
“asunto” la sonrisa del catalán y el desgarramiento del neoyorkino.
He leído los poemas de
Vachino y los he visitado asimismo en su representación gráfica. En una de
ellas, la que se refiere al texto “4 personajes 4”, aparecen los cuatro sujetos
sobre un fondo moteado con pequeñas manchas —seña estilística del Negro— y allí se desliza sinuosamente el
poema que así comienza:
la princesa
del mambo nunca una pareja,
jamás un beso,
desdichada,
y de ponerla ni hablar,
vive en bella vista y se cachondea con novelitas por televisión,
y cuando te habla es como si pasara un tren por el desierto,
nadie la escucha aunque este vestida para matar,
tiene el pelo azabache y culo de mandril,
se llama florencia...
jamás un beso,
desdichada,
y de ponerla ni hablar,
vive en bella vista y se cachondea con novelitas por televisión,
y cuando te habla es como si pasara un tren por el desierto,
nadie la escucha aunque este vestida para matar,
tiene el pelo azabache y culo de mandril,
se llama florencia...
Esta suma no hace difícil sentir entusiasmo, o al menos inquietud,
con la obra de Vachino: síntesis de trazo brutal, color atrayente y palabra
espesa de vitalidad.