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miércoles, marzo 20, 2019

Extremo sur, crónica del desamparo*
























¿Cómo se narra el dolor? ¿Cómo se narra la desgracia? ¿Cómo se narra la pobreza terminal? ¿Cómo se narra la tristeza sin orillas? ¿Cómo se narra el éxodo de la violencia a la violencia? A su todavía breve edad, Andrés Guerrero, estudiante recién egresado de la Ibero Torreón, acometió este desafío en Extremo sur y lo hizo con una mezcla de esperanza y perplejidad cuyo resultado es un relato que por muchas razones nos cautiva.
La primera es la más visible en toda crónica digna de este nombre: la observación. Narrador agudo, Andrés sabe acumular situaciones salpicadas de detalles precisos y significativos. Como una cámara, registra todo lo que encuentra en el paneo y poco a poco, mediante su testimonio, nos adentramos en el mundo sofocante y carenciado del sur mexicano en el que conviven miles de destinos arrojados a la vida sin mayor arma que la fe en salir bien librados, cada uno, de su tragedia individual que más bien es una tragedia colectiva. Con los sentidos y la sensibilidad abiertos, el observador mira, oye, huele, toca, prueba y nos comparte una experiencia viva, terriblemente crítica.
Otro rasgo no menos importante de Extremo sur es el estilo. Con una prosa fluida, justa y no pocas veces impregnada de literatura, Andrés nos guía por un universo pleno de estímulos, el de los albergues mexicanos en los que muchos migrantes restauran sus precarias fuerzas para luego continuar sus viajes por los anchos y ajenos caminos de la incertidumbre que recomienza sobre el traca-traca de La Bestia.
Por último, lo fundamental: el tratamiento humano de lo experimentado. Pese a la dificultad que implica contar el dolor por el riesgo de incurrir en el lloriqueo o el panfletarismo, Andrés oscila entre la distancia que le permite su condición de trabajador voluntario y el involucramiento al que sin remedio lo arrastran las tragedias que desfilan frente a su mirada. Como se sabe, mucho más que la felicidad, el pesar es casi inefable, así que la palabra se erige apenas como pálida representación, como sucesión de símbolos que desea reconstruir la realidad sin lograrlo cabalmente. Pese a esto, la palabra, el relato, es la mayor parte de las veces lo único que tenemos a la mano para transmitir a los demás el sabor y el olor de lo vivido. Y si la mayor parte de los seres humanos que viven a contracorriente en el extremo sur no tienen el privilegio de contar con una voz, si son invisibles y casi nadie los oye, es fundamental la palabra que se articula para consignar, en este caso mediante la crónica, los hechos. Quienes, como Andrés Guerrero, han convivido con migrantes y además saben articular su experiencia con el arma de la escritura, son como linternas que nos ayudan a iluminar zonas poco exploradas por quienes milagrosamente no padecemos infiernos similares.
Tales son algunos de los méritos de Extremo sur, entrañable crónica de un viaje al centro de la desdicha cuyas páginas debemos, sí o sí, a partir de este momento, atravesar.

*Presentación del libro Extremo sur (segunda edición), Universidad Iberoamericana Torreón-Escuela Carlos Pereyra, Torreón, 2019.

lunes, junio 05, 2017

Proyecto del Colectivo Desmesurados



















El Colectivo Desmesurados tiene un proyecto interesante: invita a un artista a escribir o pintar sobre otro, y así va creando una cadena de relaciones que a la larga puede generar lazos de amistad inesperados. Así entonces, me convidaron a escribir algo sobre el argentino Germán Vachino, y esto salió. Luego, se supone, alguien escribirá algo sobre mí, pero eso ocurrirá más adelante. Va pues mi texto sobre Vachino, quien por cierto ya entró en contacto conmigo aunque no nos conozcamos en persona:

"Caripelas" del Negro Vachino

Contra la opinión mayoritaria, discrepo de quienes perciben como fácil cierto estilo artístico de perfil barroco, en apariencia caótico y en cierta medida infantilista. Me refiero, por citar sólo un par de ejemplos, a las creaciones ubicadas en la órbita de Joan Miró y Jean-Michel Basquiat. Cada cual a su manera, ambos dotados de una fuerza misteriosa e implacable, estos pintores demostraron en el siglo XX que uno de los mejores retratos de la vida actual se obtiene de la más radical espontaneidad: Miró con rasgos que de alguna forma celebran el colorido de la vida, Basquiat —una especie de grafitero salvaje, si esto no es un pleonasmo— igual de colorido pero temáticamente en la cara opuesta, la trágica.
A su manera, Germán Negro Vachino, artista argentino nacido en La Pampa y radicado en Tigre, cerca de la Capital Federal, se inscribe en esa estética: sus dibujos conglomeran imágenes y colores que siempre parecen nacidos luego de un vistazo a la realidad, como desenfadados pero al mismo tiempo sutilmente atentos al detalle.
El Negro ha declarado alguna vez que sus temas los elige aquí y allá, en la calle, en cualquier sitio, mientras camina o anda en bicicleta. En sus trotes —tal palabra es aquí literal, insisto— capta los signos, “picotea de todos lados” lo que después convertirá en, como él las llama, “caripelas”, obras que promiscuan con pasmoso buen resultado el dibujo con la literatura.
Porque el Negro, hay que enfatizarlo, no sólo es un ojo observador, sino también un oído atento a los rumores verbales de la calle, de los libros y de la música. El resultado de su andanza se sintetiza en esos objetos, las caripelas, que a mi parecer están a medio camino entre Miró y Basquiat; de ambos comparte la frescura del trazo, el color ruidoso, y en el “asunto” la sonrisa del catalán y el desgarramiento del neoyorkino.
He leído los poemas de Vachino y los he visitado asimismo en su representación gráfica. En una de ellas, la que se refiere al texto “4 personajes 4”, aparecen los cuatro sujetos sobre un fondo moteado con pequeñas manchas —seña estilística del Negro— y allí se desliza sinuosamente el poema que así comienza:

la princesa del mambo nunca una pareja,
jamás un beso,
desdichada,
y de ponerla ni hablar,
vive en bella vista y se cachondea con novelitas por televisión,
y cuando te habla es como si pasara un tren por el desierto,
nadie la escucha aunque este vestida para matar,
tiene el pelo azabache y culo de mandril,
se llama florencia...

Esta suma no hace difícil sentir entusiasmo, o al menos inquietud, con la obra de Vachino: síntesis de trazo brutal, color atrayente y palabra espesa de vitalidad.