sábado, julio 11, 2015

Para cuentear














Leí un cuento en el Encuentro Internacional de Escritores de Durango organizado por el Instituto de Cultura del estado de Durango; al final dos colegas preguntaron sobre mi preceptiva. Contesté que no tengo eso, una idea fija sobre el género, pero sí algunas nociones básicas. Para compartirlas también aquí, uso dos respuestas que di a una reciente entrevista de Sylvia Georgina Estrada:
En general obedezco una receta algo laxa para escribir un cuento, pero no tengo ningún método para cazarlo, para acercarme a un tema “cuentístico”. Digamos que no busco cuentos deliberadamente, sino que los cuentos me encuentran, llegan a mí de la manera más imprevisible. A veces es una frase, a veces es un personaje, a veces es una anécdota, a veces es una mera situación, el caso es que, cuando se aproxima, no estoy seguro de tener un cuento a la vista, pero sí lo sospecho, lo vislumbro como caminando desde muy lejos hacia mí, decidido a encontrarme. Cuando llega, comienzo a escribirlo con cierta vaguedad, sin tener muy claro cómo avanzará, pero casi seguro de su final, punto que es decisivo, a mi parecer, en la estructura de este género. En el trance de escribir un cuento ocurre algo misterioso: van surgiendo detalles, trazos que no estaban predeterminados y sin embargo sirven para apretar la trama. Esto que digo no aspira a ser una fórmula, en todo caso es apenas, y de manera harto general, la manera en la que procedo. En este sentido, el cuento es un poco como el poema; nadie dice: “Voy a escribir un poema de tal forma y con tal tema”. El poema aparece y el poeta obedece, escribe. El cuento es parecido: llega y uno lo atiende. La novela y el ensayo son menos hijos del azar, pues uno dice: “Voy a escribir un ensayo sobre la representación de Oriente en la poesía de Octavio Paz”, o “Voy a escribir una novela policiaca ubicada en Saltillo”, es algo más predeterminado.
Y ¿cuáles son los elementos que debe tener un cuento para atrapar lectores? Creo que son básicamente los siguientes: buena prosa, enigma inicial, desarrollo en el que notamos un conflicto, cierta ambigüedad en el trazado de la anécdota, pormenores con “proyección ulterior” (cómo quería Borges) y, si es posible, una resolución sorpresiva y congruente. Pero esto no es tampoco una receta. En todo caso, esos elementos no sirven para atrapar a los lectores en general, sino para atrapar a un lector en particular: yo.