Leí
un cuento en el Encuentro Internacional de Escritores de Durango organizado por
el Instituto de Cultura del estado de Durango; al final dos colegas preguntaron
sobre mi preceptiva. Contesté que no tengo eso, una idea fija sobre el género,
pero sí algunas nociones básicas. Para compartirlas también aquí, uso dos
respuestas que di a una reciente entrevista
de Sylvia
Georgina Estrada:
En
general obedezco una receta algo laxa para escribir un cuento, pero no tengo
ningún método para cazarlo, para acercarme a un tema “cuentístico”. Digamos que
no busco cuentos deliberadamente, sino que los cuentos me encuentran, llegan a
mí de la manera más imprevisible. A veces es una frase, a veces es un
personaje, a veces es una anécdota, a veces es una mera situación, el caso es
que, cuando se aproxima, no estoy seguro de tener un cuento a la vista, pero sí
lo sospecho, lo vislumbro como caminando desde muy lejos hacia mí, decidido a
encontrarme. Cuando llega, comienzo a escribirlo con cierta vaguedad, sin tener
muy claro cómo avanzará, pero casi seguro de su final, punto que es decisivo, a
mi parecer, en la estructura de este género. En el trance de escribir un cuento
ocurre algo misterioso: van surgiendo detalles, trazos que no estaban
predeterminados y sin embargo sirven para apretar la trama. Esto que
digo no aspira a ser una fórmula, en todo caso es apenas, y de manera harto
general, la manera en la que procedo. En este sentido, el cuento es un poco
como el poema; nadie dice: “Voy a escribir un poema de tal forma y con tal
tema”. El poema aparece y el poeta obedece, escribe. El cuento es parecido:
llega y uno lo atiende. La novela y el ensayo son menos hijos del azar, pues
uno dice: “Voy a escribir un ensayo sobre la representación de Oriente en la
poesía de Octavio Paz”, o “Voy a escribir una novela policiaca ubicada en
Saltillo”, es algo más predeterminado.
Y ¿cuáles son los elementos que debe tener un cuento
para atrapar lectores? Creo que
son básicamente los siguientes: buena prosa, enigma inicial, desarrollo en el
que notamos un conflicto, cierta ambigüedad en el trazado de la anécdota,
pormenores con “proyección ulterior” (cómo quería Borges) y, si es posible, una
resolución sorpresiva y congruente. Pero esto no es tampoco una receta. En todo
caso, esos elementos no sirven para atrapar a los lectores en general, sino
para atrapar a un lector en particular: yo.