Antes de pasar al tema central de este apunte, atreveré una hipótesis sobre cierto uso de la palabra “íntimo” en La Laguna. Creo que sólo en nuestra región es usada para denominar los bares o las cantinas con un ala o sección menos expuesta, digamos que apartada de la sala principal donde los parroquianos son atendidos con servicio de bebidas y también, a veces, de alimentos. Siempre me llamó la atención esa peculiaridad del habla lagunera, saber que aquí había bares, salones, cantinas y, además, “íntimos” como el Bristol, el Balmori y algunos pocos más en cuyas fachadas lucen o lucieron rótulos como el del “Íntimo Bristol” o el “Íntimo Balmori”, así como se lee.
Hice una breve consulta tuitera y mi amigo lagunero Heriberto Ramos Hernández, quien ha radicado en y viajado por varias ciudades del país, me respondió que tampoco ha notado ese rasgo en otras partes.
Nunca supe de dónde salió dicha denominación genérica hasta
que hace un par de años, en una conversación con mi amigo Fernando del Moral
González, me mostró una hoja membretada del bar que tuvo su padre hacia la
década de los cincuenta. Allí, impreso en el ángulo superior izquierdo de la
hoja, figuraba un bello dibujo del establecimiento y al lado, con hermosa
caligrafía palmer, la denominación
comercial: “Íntimo Delmo”. Eso me asombró, pues para entonces yo ya había advertido
que usábamos tal palabra, “íntimo”, para referirnos también a eso. Se
lo comenté a Fernando y desde entonces no tengo mejor hipótesis que ésta para
explicar tal peculiaridad del habla lagunera: el padre de Fernando del Moral
fue el primero en usarla para referirse a los bares con área aislada de la sala
principal.
Pero bueno, dada esa referencia, no me extraña que el
torreonense Fernando del Moral sea no sólo uno de los mejores documentalistas históricos
de México, sino también un cinéfilo consumado y un experto en vinos, licores y
aguardientes. Su conocimiento sobre bebestibles es amplio no sólo desde el
punto de vista histórico, sino práctico, pues tiene una cava tan variada como
selecta. En fechas recientes hemos coincidido para desarrollar un proyecto
editorial común, y hace pocos días, en una de esas digresiones que tiene toda conversación
amistosa, caímos en el tema de los cocteles. También allí es un conocedor, y
tanto despertó mi interés en la materia que abrí un paréntesis en la revisión
del libro que editamos y anoté, por ahora, los nombres y las características de
los tres cocteles que Fernando ha inventado. Los enumero y los describo:
1) Coctel Santana.
Su nombre es un tributo al guitarrista jalisciense. Lo creó hace cuarenta años,
en una reunión celebrada en casa del ingeniero Valente Arellano (padre del famoso torero). Entre otras muchas botellas, por allí había un
vodka que, dice, se puso de moda por aquellos años, el Wyborowa, que mezcló con
licor de cereza transparente marca Marie Brizard. El resultado, comenta Del
Moral, fue de tal delicadeza que se convirtió de golpe en un éxito, tanto que
todavía lo sigue preparando en sus reuniones.
2) Coctel Bala
Villista. Lo inventó en el DF, para que sus amigos chilangos accedieran al
conocimiento de nuestro sotol. Data de 1978, y su composición combina el mencionado
agave con el jugo de caña.
3) Coctel Sueños
de Kurosawa. Admirador del director nipón, en 2002 tuvo la idea de
homenajearlo con una mezcla de sake, Campari y hielo frappe. Lleva sake por
obvias razones, y Campari por su intenso rojo, color destacado en las películas
del maestro japonés.
No los probé, pero Fernando prometió que en uno de esos
intervalos que nos deje la chamba editorial, hará la alquimia necesaria para emprender
el tour Santana-Villa-Kurosawa.