domingo, octubre 31, 2010

Coplas en Nuevo Extremo



Uno de las mejores sorpresas que me ha dado el 2010 es el encuentro con Coplas de sangre, del chileno Rodrigo Atria, novela y autor finalistas del Premio Planeta Argentina 1998. He dicho sorpresa porque eso fue: ¿qué andaba haciendo esta novela perdida en El Libro Usado de Torreón? ¿Cómo llegó acá? Es una prueba más, sin duda, del caprichoso destino de los libros. Compro de segunda mano porque disfruto ese azar, el encuentro fortuito de libros que son ejemplares únicos en toda una ciudad. La novela de Atria llegó pues a La Laguna, quiero pensar, para promover un comentario, éste.
Atria nació en Santiago de Chile en 1952. Hizo estudios parciales de periodismo en la Universidad Católica de su país y los concluyó en la Universidad Autónoma de Bellaterra, en Barcelona. Es doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad de Notre Dame, en Indiana, Estados Unidos. De 1974 a 1982 trabajó como periodista en España, tanto en Radio-Televisión Española como en los periódicos El Diario de Barcelona, El Noticiero Universal, Tele Express y en la revista Opinión. En Chile, fue editor de la revista APSI y asesor periodístico de Teleanálisis. Ha publicado el reportaje Nosotros, los chilenos (1972) y en coautoría Chile, la memoria prohibida; además, el libro infantil Siete cuentos (1978) y las novelas La despedida (1982) y La hija del mercader de Venecia (1995). Hasta el presente de la ficha biográfica que localicé (1999) se desempeñaba como Jefe del Gabinete del Embajador de Chile en Argentina.
Ignoro la calidad de los otros libros publicados por Atria, pero puedo afirmar que Coplas de sangre es una novela extraordinaria, buenísima desde cualquier focalización. Su prosa, requisito elemental para aquilatar lo literario, es bella y eficaz, espesa de aciertos en todos los pasajes, más si consideramos que apeló a un registro con cierto aire antiguo sin caer en la calca paródica que tan atinadamente cuajó alguna vez, por ejemplo, Juan Eslava Galán en En busca del unicornio. Atria nos instala en el pasado colonial chileno, más o menos en 1630, y allí su narrador omnisciente pinta el tapiz de una sociedad, la avecindada en Nuevo Extremo, donde los habitantes viven con el miedo adherido al corazón pues siempre está latente el ataque de los casi irreductibles indios mapuches.
El personaje protagónico es una delicia de personaje protagónico. Se trata de Dámaso Alcáñiz, un escribano profesional que rompe, así sea secretamente, con el talante de quienes radican en Nuevo Extremo. Es un solterón próspero sin llegar a rico, bien acreditado en la sociedad del lugar, con fama de prudente y listo. Para los tiempos que vive, ya es casi viejo, pues tiene como sesenta años. Su caligrafía, gala principal del oficio que desempeña, es primorosa. Pero más que escribir, le gusta leer, por eso mismo se lamenta de que la inquisición sólo deje pasar por sus severas aduanas unos pocos libros, muchos de ellos inservibles para el goce y la reflexión. Clandestinamente, como regalo de la viuda Ángela Urzúa, recibe el prohibido y peligroso Elogio de la locura, libro que nos da claves sobre el pensamiento librepensante de Alcáñiz.
Coplas de sangre está dividida en tres apartados. “La ciudad de Nuevo Extremo”, “Las coplas de sangre” y “Ley y justicia”. En la primera, sin que haya página ajena a lo que creo es una prosa de excelencia, se nos describe el ambiente del entorno en el que vive Alcáñiz. No sólo en términos físicos, sino, principalmente, espirituales. Como todos en Nuevo Extremo, el escribano sabe que radica en una zona de alto riesgo; los mapuches no se han dado ni se darán por vencidos y cuando atacan no dejan ni un pelo vivo al enemigo. La ciudad respira entonces sumida en la zozobra, siempre con pánico a los indios que en cualquier instante llegarán con su ulular de gritos para aniquilar definitivamente al invasor español y a los siervos indios y negros que se les hayan anexado. No es fácil, por tanto, la vida en Nuevo Extremo. Se trata de uno de los asentamientos españoles más alejados de la metrópoli donde está el rey y por lo tanto su gobierno es muy complicado, la comunicación tarda y los refuerzos militares son costosos. Los mapuches, aguerridos entre los aguerridos, requieren el concurso de una fuerza bélica superior, y es allí donde entra en acción la figura del recién venido gobernador Javier de Medina, un militar que había actuado en Flandes y era dueño de una catadura feroz y unos cojones taurinos.
Medina llega y pronto su reciedumbre pone a raya la fiereza mapuche. Son exitosas las expediciones que emprende para pacificar la región y mantener aplacados a los guerreros nativos. Eso es bien apreciado, al principio, por los novoextremeños, pues por fin parece que gozarán de paz luego de décadas envueltos en el miedo. Lo que no saben es que Medina y sus huestes, ensoberbecidos por los triunfos, se convertirán en una plaga, en una punta de rufianes que impondrán el terror en las calles y en las casas de los lugareños. Amafiado, si se puede usar ese anacronismo, con Buenaventura Segovia y fray Hueso, Medina logra bloquear todos los caminos burocráticos para la queja con las autoridades superiores y se convierte en azote de la ciudad. El remedio resulta, entonces, peor que la enfermedad, pues del pánico a los aborígenes se pasa al pavor a los militares y sus compinches, quienes cometen todo tipo de iniquidades en Nuevo Extremo.
“Las coplas de sangre”, el segundo tranco de la novela, narra el nacimiento de la oposición a los vicios autocráticos de Medina y su bárbara gentuza. Por la ciudad, por debajo de las sombras, comienzan a correr ciertas coplas satíricas contra los nombres de Medina y Segovia. Los versos, mediocres desde el punto de vista literario, no lo son desde el político, pues corren como viento y pasan por todas las orejas hasta llegar a sus destinatarios. Hay que decir, a propósito, que Alcáñiz compone coplas con fervor, pero la creatividad no le da para mucho. Ama la literatura, ama los libros, pero su única verdadera virtud es la caligrafía. Eso no impide, o más bien provoca, que caiga bajo su tutela el joven Martín Gómez, hijo de la hermosa viuda Urzúa, amada en secreto por Alcáñiz. Gómez es impetuoso, inteligente pero poco sosegado, lo que provoca que se meta en frecuentes problemas. El escribano le comparte lecturas, le enseña algunos secretos de la caligrafía y junto a él practica coplas.
Cuando los versos burlones hierven en la plaza pública, nadie sabe quién los escribió. La rabia de Medina y Sogovia no se hace esperar, y de inmediato buscan reprimir el brote de literatura subversiva. Las carambolas de la búsqueda, obvio, terminan por dar con Alcáñiz, quien se declara inocente de los cargos y aunque sospecha que el autor de las coplas es su joven discípulo Gómez, jamás declara nada. El escribano es aislado en una mazmorra, allí lo enflaquecen en un proceso judicial largo y tortuoso, lo humillan y destruyen toda su hacienda. Se nota en ese momento que más de una autoridad lo envidiaba y tenía como afrentosa la buena fama de Alcáñiz, sus ideas un tanto descarriadas, así que se le hace pagar con un juicio que revela los usos y costumbres del poder cuando es ejercido sin escatimar cizaña. El destino del escribano Dámaso Alcáñiz prueba que nadie está a salvo en un régimen de terror y que cualquier hombre, por inocente o acomodado que se crea, es cosa desechable frente los designios de quienes en verdad detentan la fuerza.
La metáfora central de Coplas de sangre es poderosa, además de espléndidamente narrada. Es a su manera un tratado político, una lección que debemos aprender, para evitarla. En uno sus trancos, Atria señala: “En las casas de los ricos donde entraban los soldados a prender un súbdito, desaparecían ropas y joyas. En las casas de pobres se perdía más de una inocencia. Las palizas, si no las palizas, las amenazas, sellaban hasta los labios de vecinos conspicuos”. Y a propósito de leyes, declara páginas adelante: “Sin embargo, muchos de los oidores tenían atrofiada la vista introspectiva, por lo que se asustaban ante los poderosos y, peor, se confabulaban con ellos. De tal modo que su justicia era como la tela de una araña: fuerte para los seres diminutos y débil para los grandes”.
Coplas de sangre, del chileno Rodrigo Atria, es por todo lo dicho y principalmente por lo no dicho, una novela impecable y atemporal sobre la permanente necesidad de acotar el poder y, con ello, desactivar las bombas de la impunidad.

sábado, octubre 30, 2010

Diego hoy tiene cincuenta



La secta es más grande de lo que imaginamos y hoy celebra que su patrono cumple medio siglo. El tótem, bautizado como Diego Armando Maradona, nació en Lanús, Argentina, el 30 de octubre de 1960, y se crió en Villa Fiorito, un barrio caracterizado sobre todo por su insultante miseria. En los baldíos de aquel lugar, llamados allá “potreros”, comenzó a jugar futbol. Pronto, demasiado pronto se vio que el chico estaba hecho con otra madera. El mito, que en este caso no es un mito sino una verdad borrosamente recordada y sin video testimonial, es que antes de los diez años ya hacía maravillas con el balón, tantas que nunca requirió de cazadores de talento o castings de prueba. Hasta un beisbolista podía saber que aquel enano había sido diseñado por la naturaleza para jugar al soccer con un dominio pasmoso de cada movimiento necesario para el fut, con un trato de la pelota que parecía producto de la ingeniería divina.
En efecto, el muchacho de Fiorito tenía una zurda que parecía educada en la Sorbona. Con ella, el balón jamás desentonaba. Aquella zurdita, calzada con zapato chico, dominaba la pelota mejor que una mano; sabía golpearla con una precisión que era mezcla entre lo científico y lo poético, con el tiempo, la fuerza y la distancia tan milimétricamente justos que el futbol en ese pie parecía cosa cercana a la alucinación. Aparte de ese pie, el pibe de arrabal tenía otro, el de la pierna derecha, y también sabía usarlo; igual pasaba con los muslos, con el pecho, con la cabeza, con los hombros, con la espalda y hasta con las manos. En general, el petiso de Lanús se movía en la cancha con una luz especial, inverosímil pese a la evidencia de sus gambetas, sus pases, sus tiros y sus goles.
Una jugada cualquiera, ejecutada por ese organismo en movimiento, era como una pincelada de Leonardo sobre el lienzo de la Gioconda. Digamos que le cae un balón circunstancial a media cancha; la acción parece no tener nada, el enano está solo, pero se da la vuelta y levanta el pechillo y así comienza el avance; sus ojos miran hacia adelante, cuadriculan el espacio en un segundo y jamás vuelven a concentrarse en el balón, es decir, la mirada está en el panorama mientras el balón no se separa de la zurda, todo en un flujo ininterrumpido y veloz. A medida que le salen los defensas, el enano los elude con zigzagueos de ratón, con cortes imprevisibles, fulminantes, tan rápidos que prácticamente no hay cintura capaz de recuperarse tras el dribling. Si el enano, quien además de los pies tiene el cerebro más despejado del futbol, ve de repente muy cerrados los accesos por una defensiva numerosa o bien escalonada, no hay problema, siempre malicia un pase, un taquito, un túnel, un sombrerito, una pared, algo para dejar libre y frente al gol al compañero.
Por eso era indetenible. Con el balón en sus pies eran posibles todas las jugadas que podía imaginar un rival, a las que deben sumarse las que el mismo Maradona creaba de la nada en un instante, sin ninguna insinuación corporal previa, con el cuerpo en acomodos inauditos para virajes y trazos inéditos. Si el futbol, como cualquier deporte, es una combinatoria de tiempo, fuerza, distancia y velocidad, con Maradona hay que añadir un elemento a la enumeración: la sorpresa. ¿Qué se podía hacer frente a un jugador que además de dominar todas las condiciones del futbolista perfecto cambiaba de planes sobre la marcha en una fracción de segundo? Esa dislocación abrupta de flujos habituales no sólo provocaba que el ritmo de la jugada no se perdiera, sino que de pronto discurriera por un rumbo mucho más peligroso.
El enano, lo sabemos bien, ganó todo y cargó (carga) sobre sus hombros de proletario la fama que quizá no ha tenido otro hombre en el mundo. He platicado con el poeta argentino Carlos Dariel la jugada maravillosa de México 86. Al compararla con la de Messi al Getafe, le digo a Dariel que la Pulga hace lo mismo que Diego, pero algo pasa en su cuerpo que no ocurre en el de Maradona. Dariel, experto al fin en futbol y en poesía, resume mi observación con una frase: “¡Claro!, se nota que Messi va luchando y Maradona no; Maradona flota”. Pues bien, ese enano que flotaba, ese constructor de perplejidades en la cancha, cumple hoy cincuenta años. La secta de los maradonistas lo celebra.

viernes, octubre 29, 2010

Setenta de Saúl



Saúl Rosales cumple hoy setenta años. En este aniversario dejo constancia, otra vez con el énfasis de la palabra impresa, de mi agradecimiento y el de muchos que no tienen el privilegio de un espacio público para expresarse pero sí la gratitud para reconocer a quienes, como Saúl, han edificado una trayectoria abultada de logros y guiada siempre por el norte de la generosidad.
He contado en otras cuartillas lo que Saúl ha hecho por la cultura lagunera desde 1982 a la fecha. Marco ese año como arranque del trabajo emprendido por Saúl en La Laguna porque en enero del 82 retornó a Torreón luego de radicar dos décadas en la capital del país. Saúl acopió allá la experiencia no sólo literaria, sino vital, que luego sería fundamental para el desarrollo de la cultura lagunera. En el DF se fogueó, aprendió, escribió, militó. Su roce con los espacios culturales del centro del país le abrieron la visión, lo acostumbraron a pensar en las posibilidades de la palabra como instrumento sensibilizador.
Con lúcida tenacidad, a los 42 años de su edad Saúl comenzó aquí una tarea que hoy continúa. Los pasos de su reinserción laboral fueron difíciles. Si en México había batallado para ganarse el sustento y la respetabilidad, en La Laguna le fue doble o triplemente complicado hallar espacios para desempeñarse. Sosegadamente, sin alharaca, con la modestia y la constancia de un trabajador que en principio debe ganar para lo básico, Saúl ramificó su hacer en al menos tres vertientes: el periodismo cultural, la docencia universitaria y tallerística y el armado de una obra literaria personal. El valor del suplemento Opinión Cultural fue determinante para que a mediados de los ochenta muchos laguneros (me incluyo) accedieran a textos y autores que aquí eran desconocidos, además de encontrar en sus páginas la posibilidad de publicar. A la par, Saúl dio clases en aulas formales y en el heterodoxo magisterio de los talleres literarios; para todos es un hecho que los dos principales espacios de formación literaria en La Laguna reciente han sido el taller Botella al mar y el taller del TIM. El número de escritores que de allí han destacado da para pensar que tal es uno de los mejores frutos de Saúl. Su obra literaria, por último, es, como se dice hoy, un referente de las letras laguneras cuya mejor valoración, creo, nos aguarda en el futuro.
No es este modesto tributo a su trayectoria lo único que haré para que el susodicho futuro nos alcance. Por lo pronto, muestro un inédito “decálogo de doce puntos” que logré arrancarle a Saúl hace algunos años; allí está expuesta, mejor que en mis renglones, la profesión (en el estricto sentido de lo que profesa) de este escritor, maestro y amigo. Saúl declaró:
1. Ser fiel a mi vocación de escritor, anteponerla a otros intereses en la medida en que lo permita el ganarse el salario de cada día.
2. Intentar ser mejor en cada obra.
3. Tratar de creer siempre en mi obra, que la maldita inseguridad no demerite sus valores.
4. No escatimar el valor de autores y obras para que sus cualidades y ejemplaridad iluminen la mía. Evoco la inmensa sabiduría de La Celestina: “Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo”.
5. Releer y releer a los clásicos.
6. Procurar que la atmósfera que se respire en cada texto sea la libertad.
7. Escribir lo más que pueda.
8. Borrar lo más que pueda. Dejar libre el paso devastador y desbastador de la autocrítica.
9. Leer lo más que pueda.
10. Preocuparme por el estilo para que sea siempre lo que convencionalmente se puede considerar literario, sin esta preocupación la obra acabará siendo palabra de comerciante, de chatero de internet.
11. Preocuparme por las estructuras de la obra para que en su solidez se apoyen nuevas estructuras. La literatura de por sí es revolucionaria.
12. Creer en la literatura porque es un bien de la humanidad cuya materia prima es la palabra usada no sólo explorando y explotando todas las potencialidades de su dualidad significante-significado, sino porque el uso que se hace de ella es de propósito artístico. Así como la humanidad se ganó el derecho de crear con otros materiales cosas bellas para su gozo, igual conquistó el derecho de crearlas con la palabra y debe ejercerlo.

jueves, octubre 28, 2010

Sobre Kirchner



Inevitablemente se atraviesa el tema político en conversaciones con argentinos. En mi viaje de mayo pasado me interesaba pescar la percepción sobre el actual gobierno de Argentina y con pocas variaciones lo que escuché fue esto: “Frente a la mierda de la oposición, no queda más opción que el kirchnerismo”. Por supuesto que lo mío no era una encuesta, algo sistematizado, sino la inquietud de un viajero en busca de pareceres sueltos que de todas maneras sirvieran (me sirvieran) para armar una opinión general sobre el desempeño de un par de gobiernos: el de Néstor Kirchner y el de Cristina Fernández.
La opinión de mis interlocutores se daba siempre con un meneo de cabeza, con el escepticismo propio de quienes ya han visto de todo en política. Ninguno me reveló amor por el, llamémosle así, kirchnerato, pero todos o la mayoría coincidieron en afirmar que luego de las experiencias traumáticas del menemismo, del delarruismo y del duhaldismo, cuando la Argentina estaba sumida en el caos y la incertidumbre, Néstor Kirchner abrió en 2003 una brecha que reinstaló la política donde prácticamente había desaparecido. Ayer, en entrevista de radio con el extraordinario periodista Mario Wainfeld, el diputado Martín Sabbatella señaló que el vacío que queda tras la muerte de Kirchner es proporcional a la huella que marcó en la realidad argentina; “Instaló la política con fuerza y logró vencer en la gente la cultura de la resignación”, dijo Sabbatella.
Por otra parte, Ricardo Forster, a mi parecer uno de los intelectuales más brillantes de aquel país, declaró que “Si Néstor Kirchner transmitió algo es una convicción radical respecto de su profundo deseo de vivir un país más justo y equitativo. (…) Fue un hombre que estaba apasionado con la posibilidad de devolverle al país una dignidad que había perdido y, sobre todo, distribuir mejor para el conjunto de los argentinos”. Añadió que “Néstor Kirchner era un hombre común y corriente con el cual se podía tomar un café en una esquina. Era el amigo del barrio. Un hombre absolutamente festivo y amigo de sus amigos. Un hombre apasionado y que tenía esa fibra para poder tomar decisiones cuando hay que tomarlas (…) mucha gente vio eso de Néstor Kirchner hasta que comenzaron a construir una imagen de un personaje casi monstruoso. El violento, el crispado y yo que sé cuántas cosas más, cuando en realidad era un hombre fiel a sus ideales políticos y con una gran capacidad de escucha. (…) A aquellos que veníamos del mundo de las ideas, de la universidad, de los debates culturales que muchas veces están cerrados sobre sí mismos, nos abrió la puerta a la participación en la vida democrática (…) Creo que a Kirchner, sacando a aquellos que lo han odiado hasta el extremo de desearle la muerte y que son una minoría, el resto lo va a extrañar infinitamente y van a recordar su presidencia entre las más importantes de la historia del país, no me cabe la menor duda de que Kirchner entró por la puerta grande a la historia argentina”.
Entre los temas reinstalados en el debate público por el kirchnerismo está, sin duda, el de los juicios a los militares que cometieron todo tipo de atrocidades durante la dictadura del 76 al 83, y la relación del Estado Argentino con los medios, sobre todo con el poderoso Grupo Clarín. En ambos casos, tanto Néstor como Cristina han dado un ejemplo histórico no nada más a su país, sino a todo el mundo. No sólo es posible, sino imperativo que los crímenes de lesa humanidad cometidos por cualquier gobierno sean juzgados de acuerdo a la más rigurosa ley y castigados según los grados de culpabilidad que revelen los instrumentos probatorios. En este sentido, una imagen vale más que estas palabras: la de Néstor Kirchener presenciando cómo era quitada la foto del recuerdo presidencial del genocida Videla. La otra gran batalla ha sido librada en esencia contra el monopolio mediático de Clarín. Esa lucha está fresca y viva todavía, y ha tenido como eje la construcción de una nueva Ley de Medios que reconfigure las reglas del juego en un país que (como algunos otros bien conocidos) es o era casi gobernado a su antojo por uno o dos grupos mediáticos todopoderosos y bien nucleados con el dócil poder político de turno. Por eso y por bastante más, la figura de Néstor Kirchner será en efecto extrañada por miles, acaso por millones de argentinos.

miércoles, octubre 27, 2010

Maestro David



No todos los maestros se encuentran en las aulas. Hay otros que llegan por los libros, por los tratos al principio casuales en el café, por las circunstancias laborales y en fin, por los mil vericuetos del azar. Ya he dicho en otro momento que reconozco tres magisterios determinantes en mi vida. Uno de ellos es el de David Lagmanovich, quien gracias sobre todo al correo electrónico fue mi maestro y amigo durante poco más de una década. David murió ayer a los 83 años en la ciudad de Tucumán, Argentina, y me deja sin duda un boquete en el corazón. Siento su pérdida como un hachazo, como una mutilación de mi propia existencia. David me hubiera pedido que no fuera amargo, que no hiciera tangos, que eso de la muerte es algo mucho más sencillo de lo que imaginamos y que debemos tomarlo siempre con menos dramatismo.
Lo vi tres veces en persona, todas en su país: en 2004, en Tucumán; en 2007, en la misma ciudad; y en mayo de este 2010, en Buenos Aires. En esos tres encuentros fue conmigo un dechado de amabilidad y fineza, un generoso conversador en el poco rato que pudimos trabar charla. Recuerdo que me invitó a comer cuando cumplí, exactamente un domingo, 40 años, onomástico que me tocó vivir en Tucumán. Pero más allá de las pocas oportunidades que tuvimos de vernos está el inmenso trato postal que sostuvimos. Desde, creo, 1999 comenzamos una relación epistolar que cesó el sábado pasado, día en el que me llegó su última carta. Durante diez años y pico nos escribimos con asiduidad, a diferentes ritmos, siempre con el mismo deseo de saber lo que hacía el otro y de compartir ideas sobre literatura, periodismo, música y vida.
No miento si afirmo que las cartas de David son uno de mis más apreciados acervos postales, o el más, para decirlo ya. Conté velozmente el número de cartas y la cifra anda arriba de 500. Perdí las primeras, pues allá por 2002 se saturó la dirección electrónica con la que comencé en Yahoo mi intercambio epistolar. Eran tiempos de cupo limitado en el servicio de mail, así que al abrir otra cuenta olvidé la primera que luego se disolvió en el ciberespacio. El resto de las cartas, que de todos modos es grande, está bien resguardado y es al menos para mí un ejemplo de respeto por la forma de la carta clásica; como yo, David era obsesivo de esos detalles. Jamás inició una carta sin saludo, jamás escribió con puras mayúsculas o minúsculas, solía usar hasta la convención de las cursivas para títulos de obras y siempre se despidió como lo que era, un hombre educado a la antigua pero sin rayar en el almidonamiento.
La carta del sábado pasado, la última que recibí desde su estudio, explica que al final no pudo asistir al congreso de Bogotá donde en teoría nos íbamos a ver y me comenta con su habitual elegancia algo sobre un maquinazo tanguero que publiqué hace poco. Con una disculpa por mi demora, contesté su carta hasta ayer en la mañana. Ya no tuve respuesta. Unas dos o tres horas luego, a mi bandeja de entrada llegó una carta de Fabián Vique, amigo común de David y mío. Informaba que David había partido. Confirmé la noticia en La Gaceta de Tucumán y entonces tomé el teclado para escribir estas modestas líneas.
David nació en Córdoba, Argentina, en 1927. Siendo niño se trasladó con su madre a radicar a Tucumán, donde vivió la mayor parte de su vida. Publicó más de treinta libros de crítica literaria, poesía, narrativa y periodismo. Era Ph.D. por Georgetown University, en Washington. D.C., esto en Lingüística española, teórica y aplicada. Trabajó en universidades de su país (la UBA, entre otras), de Estados Unidos, Alemania y Brasil. Se retiró como docente de la Universidad Nacional de Tucumán, en donde le confirieron el título de maestro emérito. Pese a sus años, asistía con frecuencia y entusiasmo a congresos en América y Europa. Uno de los últimos fue el organizado por el Tecnológico de Monterrey en Monterrey, dedicado a la obra de Julio Cortázar (con mis ojos vi algunas dedicatorias de Cortázar a David, pues llegaron a tratarse como amigos). Poco a poco, luego de la consternación y el apuro por rendir este breve tributo a su amistad, iré organizando sus cartas, esas cartas que son evidencia de que las palabras, sea cual sea el medio por el que viajen, son el mejor cimiento de la amistad. Hoy que David ya no está, me quedan sus miles de renglones, sus consejos, su afecto de maestro y amigo.
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Nota del editor: tomé la foto que encabeza este post y el anterior en 2007, ambas en Tucumán.

martes, octubre 26, 2010

David Lagmanovich (1927-2010)



Hoy murió mi querido amigo David Lagmanovich. Sus parientes y sus muchos, sus muchísimos amigos, estamos tristes.
Tomé la foto de este post en 2007. David posa allí en la fachada del Centro Cultural Dr. Alberto Rugés (de San Miguel de Tucumán, Argentina), institución a la que donó su inmensa y perfectamente catalogada biblioteca.
Gracias por todo, David. Gracias especialmente por los diez años de amistad que compartimos sin otro interés que el literario.

domingo, octubre 24, 2010

Torreón, ciudad heroica



Dos textos del blog Crónica de Torreón sostenido por el doctor Sergio Antonio Corona Páez, cronista oficial de nuestra ciudad, dan una buena noticia a los torreonenses. Lo hacen sin estrépito, mesuradamente, honradas por el reconocimiento y orgullosas de este logro conseguido gracias a la iniciativa del cronista. Los textos plantean lo siguiente:
Hoy [viernes 22 de octubre] a las once de la mañana, el alcalde de Torreón, Eduardo Olmos, acompañado del profesor Matías Rodríguez Chihuahua y de este Cronista Oficial, ofrecimos una rueda de prensa en la Presidencia Municipal para dar a conocer a la ciudadanía que la Comisión de Ciudades Históricas con sede en Zitácuaro, designó a Torreón como “Sitio Histórico de Interés Nacional” y como “Ciudad Heroica”.
El día de ayer, el profesor Matías Rodríguez Chihuahua, miembro de la Comisión Dictaminadora ya mencionada, dio a conocer a este cronista el resultado positivo de las deliberaciones que se llevaron a cabo en Tenango del Valle, con este fin.
Este Cronista Oficial de Torreón envió a la supradicha Comisión las pruebas documentales, principalmente hemerográficas, que demuestran que la población de Torreón ha soportado y sobrellevado con entereza las tribulaciones que le trajeron las diversas tomas y asedios de la ciudad, principiando por la del 15 de mayo de 1911, con el sufrimiento general de la ciudadanía y de manera particular de los torreonenses de origen chino.
Se argumentó asimismo el valor histórico de las tomas de Torreón en el marco de la Revolución Maderista (15 de mayo de 1911) y de la Constitucionalista (otoño de 1913, primavera de 1914). Se argumentaron las dimensiones cualitativas y cuantitativas de dichas batallas, y su significación para el triunfo de las armas revolucionarias. Se aquilató asimismo el valor y la paciencia de la ciudadanía ante los hechos bélicos.
Se tomó en cuenta la cuarta toma de Torreón, en diciembre de 1916, cuando Francisco Villa era ya considerado un disidente. Por último, se trajeron a la memoria los bombardeos de Torreón en marzo de 1929, a manos de la Fuerza Aérea Federal, en el contexto del levantamiento escobarista. En esa ocasión se ordenó el bombardeo disuasivo contra blancos civiles. La población fue ametrallada desde el aire y azotada con bombas incendiarias y explosivas, con bajas civiles como resultado.
Nótese bien que el reconocimiento de “Sitio Histórico de Interés Nacional” se le confiere a Torreón por las famosas e importantes batallas que se libraron aquí. Y el título de “Ciudad Heroica” se le confiere por la valentía de sus habitantes, quienes padecieron los horrores de la Revolución hasta llegar al martirio en muchos casos. Se trata, pues, de una doble condecoración, de un reconocimiento a la importancia y trascendencia de nuestra historia citadina en un contexto nacional, y a nuestra identidad lagunera, como gente valiente, decidida y paciente a la vez, capaz de arriesgar la vida por una causa.
El alcalde Eduardo Olmos ha convocado a la celebración de una Sesión Solemne del Cabildo para el 23 de noviembre próximo. En esa ocasión estarán presentes los cinco miembros de la Comisión Dictaminadora de Ciudades Heroicas, la cual depende de la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas (Anaccim), quienes entregarán al alcalde la debida constancia. Con la presencia de las autoridades e invitados a la ceremonia se procederá también a colocar la placa alusiva.
En otro post, Corona Páez observa lo siguiente (23 de octubre):
Comentaba en mi apunte de ayer viernes, que a las once de la mañana el alcalde Eduardo Olmos Castro, el profesor Matías Rodríguez Chihuahua y este Cronista Oficial nos reunimos en la Presidencia Municipal para ofrecer a los medios regionales una rueda de prensa. En ésta se dio a conocer la designación de Torreón como “Ciudad Heroica” y “Sitio Histórico de Interés Nacional”.
Casi una hora antes del inicio de esta rueda de prensa oficial desde la alcaldía, el Director del Archivo Municipal de Torreón, en un intento de “madruguete” mediático, dio a conocer su propia versión de los hechos al diario El Universal de México (que sirve como fuente noticiosa para muchos otros diarios del país), excluyendo por completo mi gestión como Cronista Oficial.
Sin importar lo que diga, la verdad es que la doble distinción para nuestra ciudad se obtuvo con base el trabajo de equipo, iniciativas y gestiones del Prof. Matías Rodríguez Chihuahua y de este Cronista Oficial de Torreón.
Esto lo manifiesta con toda claridad el dictamen tomado durante la décimo quinta sesión ordinaria del Cabildo de Torreón, de fecha del 30 de julio de 2010, que dice textualmente: “con el objeto de emitir dictamen de la propuesta realizada por el Dr. Sergio Antonio Corona Páez, Cronista Oficial de Torreón, para que la ciudad de Torreón sea considerada y declarada ‘Sitio Histórico’”, propuesta que fue aprobada por unanimidad, como demuestro por las correspondientes copias certificadas de dicha acta, que aparecen al inicio de este artículo.
¿Cómo puede una persona mutilar de esa manera la realidad del presente? Y ¿cómo no mutilará las realidades del pasado, anteponiendo sus propios intereses? Esa actitud poco profesional quedó expuesta cuando llamó a Francisco Villa y a Emiliano Zapata “contrarrevolucionarios” (por oponerse a los designios de Carranza) nada menos que en el Senado de la República, pifia que le valió la ironía y el sarcasmo de Patricia Galeana, ex directora del Archivo General de la Nación y presidenta de los trabajos relativos al Bicentenario.

viernes, octubre 22, 2010

Borges mientras espero



Todavía no soy dueño de mi tiempo y no sé si algún día lo seré. Mi hija más pequeña está en este momento en una piñata celebrada en el Peter Piper Pizza del remoto, para mí, Intermall. La columna debe estar lista en una hora, pues tendré una presentación en la noche y apenas ajusta el tiempo para todo lo que se apiña en un par de horas. Ignoro por qué no puedo tener conexión de internet, así que hurgo en mis carpetas a ver si emerge algo por allí; si no hallo nada, tendré que torturar a las musas. Tengo la suerte (o tal vez la desgracia) de escribir para varios espacios, así que nunca falta algo inédito o algo rancio y poco difundido. Si la gente supiera cómo y dónde sale a veces la columna. No he mentido cuando digo que con frecuencia la escribo en un concurrido Oxxo donde afortunadamente ya me tratan, resignados, como de la familia. En fin. Ahora hallé, perdido en el cajón de sastre (desastre) de mi lap, un textito titulado “Enfermos de Borges”. ¿Dónde lo publiqué? Sepa. Lo he releído y, como decía el propio ciego, creo que no me deshonra. Es éste:
Jorge Luis Borges Acevedo murió en Ginebra, Suiza, el 14 de junio de 1986. Había nacido el 24 de agosto de 1899, en Buenos Aires, y esos 87 años le bastaron para imponerse como el escritor más original del mundo durante el siglo XX. Ya no lo limito, como antes, al contexto de la lengua castellana, y me atrevo a instalar su protagonismo en todo el orbe. Pocos como él para acaparar sobre su obra una cantidad de lectores tan amplia, heterogénea y exigente. Tanto lo es que citarlo es para muchos un signo de categoría intelectual, el mejor pasaporte para acceder al reino del buen gusto. Pero más allá de los esnobismos y las modas, la obra de Borges despertó, despierta y despertará, como todo clásico, el respeto de los lectores serios simplemente porque nada hay en ella que permita anticipar su senectud y su muerte. Al contrario, los libros de Borges tienen la rara peculiaridad de verse más lozanos a medida que transcurre tiempo, como ocurre con la voz de Gardel, con los filmes de Chaplin o con los cuadros de Picasso.
Lo leí por primera vez, como les pasa con frecuencia a los autodidactos, en un periódico. Fue en La Opinión Cultural, suplemento literario coordinado por Saúl Rosales cuando Velia Margarita Guerrero era directora de este diario. Conservo el ejemplar, y en él pude encontrarme con “La intrusa”, cuento que, como otros pocos de muy pocos escritores, he releído innumerables ocasiones sin dejar nunca de sentir la presencia de la genialidad. La lectura de aquel relato me dejó pasmado, tanto que de inmediato comencé una campaña de localización urgente de todo lo que en Torreón pudiera hallar sobre aquel deslumbrante narrador.
Pronto supe lo básico sobre Borges. Adquirió fama en Buenos Aires desde la década del veinte, cuando comenzó a circular su nombre en revistas y periódicos. En 1924 inició la publicación de libros de poesía y ensayo, y sus trabajos de carácter narrativo aparecieron hasta 1934, cuando dio a la estampa Historia universal de la infamia. Diez años después, en 1944, entre el periodismo, las conferencias, el café, la conversación, la polémica, la poesía y los problemas visuales publicó Ficciones, obra a partir de la cual afirma los cimientos de lo que después será, si se le pudiera llamar así, el “universo Borges”. Allí están, entre otros, relatos hoy canónicos como “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Pierre Menard, autor del Quijote” y “El jardín de senderos que se bifurcan”.
En un reciente prólogo a Ficciones, José Luis Rodríguez Zapatero, actual presidente del gobierno español, señala: “Durante un tiempo, cuando era más joven, estuve enfermo de Borges, y todavía no estoy seguro de haberme curado. Cuando uno enferma de Borges se pregunta por qué la gente sigue, seguimos, escribiendo. Todo está en Borges y él lo sabe”.
Yo también, muchos también, en años diferentes, en contextos culturales distintos, enfermamos de Borges, y eso es incurable, como lo supo Cioran y como lo sabe Umberto Eco. Escritores vendrán, escritores se irán, pero el ilustre ciego permanecerá inamovible, privilegiado, en un punto muy luminoso del luminoso aleph.

jueves, octubre 21, 2010

Patria para precoces



Es un hecho: por muchísimo, son jovencitos los caídos durante el ya prolongado sismo violento del sexenio en marcha. Según las evidencias, entre los 17 y 35 años está el grueso de los mexicanos que por las razones que queramos escoger ha caído en el pandemonio que es nuestro país. Fácil es concluir por qué: a la impulsividad y la inconciencia, los jóvenes suman el resentimiento por la falta de oportunidades, el deseo de ser alguien en la vida cueste lo que cueste. Son, pues, presas fáciles de una oferta peligrosa, aunque redituable si llega a cristalizar en el logro concreto del dinero en abundancia vinculado al mundo de la delincuencia. Ante la falta de otra puerta y la permanente tentación de los lujos (camionetas, casas, joyas, placeres…) que sólo se consiguen con dinero, muchos jóvenes ven la posibilidad de ascenso o de desquite en aquello que más los expone al peligro.
Es verdad que de un lado tenemos la sobrepoblación de jóvenes, pero no es menos cierto que del otro también hay mexicanos de corta edad que se alistan en policías municipales, estatales y federales para, en teoría, luchar contra contemporáneos suyos metidos en actividades ilícitas. El duelo en sí, por ello, se libra entre muchachos, entre paisanos nuestros que nacieron en los ochenta y hoy deben lidiar, en uno u otro flancos, con la muerte diaria, con el peligro de los oficios y el país que les cupieron en suerte, en muy mala suerte.
Pese a lo dicho, deja atónito la nota propagada ayer en los medios sobre la nueva encargada de la policía en Paxedis G. Guerrero, municipio de Chihuahua. Su nombre es Marisol Valles García, es casada, estudia criminología y tiene apenas veinte años. Si hubiera sido un veinteañero sería asombroso, así que más lo es, y triste también, que sea una joven quien, por esas pinceladas de locura que siempre traza nuestro país, asume un cargo de alto peligro en una de las zonas de más alto peligro del mapa nacional. “Aquí toda la gente tiene miedo (...), todos tenemos miedo”, declaró la nueva titular de policía en “Praxedis”, como es conocido coloquialmente aquel municipio chihuahuense.
Según la nota, Valles García jefaturará a 19 elementos, y con ellos hará lo posible por contener la ola de muerte que en los años recientes ha golpeado esa parte de Chihuahua. Praxedis está localizada a unos cien kilómetros de Ciudad Juárez, “la urbe más violenta de México con más de 6 mil asesinatos desde 2008. Esta semana fueron asesinados el comisario municipal de El Porvenir (que pertenece a Praxedis), Rito Grado Serrano, de 59 años, y su hijo Rigoberto Grado Villa, de 37 años”, publicó El Universal. “En la zona del crimen peritos de la fiscalía del estado de Chihuahua hallaron 22 casquillos percutidos de fusil AK-47, usado habitualmente por las organizaciones criminales en el país”.
La joven Marisol, quien está a punto de terminar su carrera de criminóloga, es a decir de José Luis Guerrero, alcalde de Praxedis, una contratación muy buena y cumple con el perfil, pues aunque es joven tiene “los valores y los principios” necesarios para ocupar el cargo. Todo parece, por supuesto, una broma, una de esas alelantes pinceladas, reitero, en el lienzo macabro del México contemporáneo.
Se sabe que Marisol Valles aceptó un cargo que ya nadie quiso. Ahora se le puede ver en una fotito (la que circuló ayer por todo internet) en su modesto y carcelario escritorio de trabajo, frente a su compu de pantalla plana, con dos macanas negras por allí, un florero con una rosa de papel, con su blusa de mangas fucsia y tirantitos negros y su mirada atenta al monitor desde unos lentes pequeños e intelectualosos. Es una niña, en realidad. Una niña que nomás por haber aceptado esa cosa que simula ser un cargo público, merece no sé si nuestro respeto o nuestra conmiseración. Pobre juventud, la mexicana.

miércoles, octubre 20, 2010

Traductores de internet



Las mil y una reflexiones sobre la traducción y sus orillas debe agregar ahora el caso de los traductores internéticos. ¿Son fieles? ¿Sirven para un trabajo literario o sólo para sacar de apuros? ¿Todavía es necesario aprender idiomas o poco a poco nos vamos acercando al esperanto de la digitalidad? ¿Es posible convertirse en políglota sin haber tomado una sola clase con maestros de carne y hueso? ¿Cuántos idiomas podremos traducir en el futuro gracias a internet? Las preguntas pueden multiplicarse y llegar incluso a la filosofía, pues, como en todo, la revolución del conocimiento también toca el problema de la traducción. Algo pasará con ella, lo sabemos, pero yo no sé que vaya a ser exactamente.
Hice por lo pronto un experimento entre muchos que podemos intentar con, por ejemplo, el traductor de Google. Redacté un parrafito soso, sin literatura, y lo pasé del español al inglés al italiano al francés al alemán al chino y al final, otra vez, lo que quedó del párrafo, al español original. El resultado no es perfecto, pero algo quedó del castellano primigenio, así sea un poco disparatado. Veamos:
La casa de mi hermano es bonita. Tiene cuatro habitaciones, dos baños, cocina y sala. Además, tiene un amplio jardín. En la sala hay una televisión y tres sillones muy grandes. El baño principal es color azul. En la recámara más importante tiene un equipo de sonido, pues a él le gusta mucho oír música. También ve películas. En la cochera guarda su coche y afuera de la casa hay un gran árbol que da mucha sombra.
My brother's house is pretty. It has four bedrooms, two bathrooms, kitchen and living room. It also has a large garden. The living room has a television and three large chairs. The main bathroom is blue. The largest room has a stereo, because he enjoys listening to music. Also watch movies. In the garage keeps your car and out of the house is a large tree that gives lots of shade.
La casa di mio fratello è abbastanza. Ha quattro camere da letto, due bagni, cucina e soggiorno. Essa ha anche un grande giardino. Il soggiorno ha una televisione e tre sedie di grandi dimensioni. Il bagno principale è il blu. La sala più grande dispone di un impianto stereo, perché gli piace ascoltare la musica. Anche guardare i film. Nel garage perfettamente alla tua macchina e fuori la casa è un grande albero che dà un sacco di ombra.
La maison de mon frère assez. Il dispose de quatre chambres, deux salles de bains, cuisine et salle de séjour. Il dispose également d'un grand jardin. Le salon a une télévision et trois grandes chaises. La salle de bains principale est bleu. La plus grande salle a une chaîne stéréo, parce qu'il aime écouter de la musique. Également regarder des films. Dans le garage maintient votre voiture et à l'extérieur de la maison est un grand arbre qui donne beaucoup d'ombre.
Das Haus meines Bruders genug. Es hat vier Schlafzimmer, zwei Badezimmer, Küche und Wohnzimmer. Es hat auch einen großen Garten. Das Wohnzimmer hat einen Fernseher und drei Stühlen. Das Badezimmer ist blau. Der größte Raum hat eine Stereoanlage, weil er gerne Musik hören. Auch Filme. In der Garage hält Ihr Auto vor dem Haus ist ein großer Baum, der viel Schatten gibt.
我的兄弟的家就好了。它有四个卧室,两个卫生间,厨房和客厅。它也有一个大花园。客厅里有电视和三把椅子。浴室是蓝色的。最大的房间里有一个立体的,因为他听音乐。甚至电影。在车库,你的车停就是一棵大树,让大量的阴影在房子前面。
La casa de mi hermano está muy bien. Tiene cuatro dormitorios, dos baños, cocina y sala de estar. También tiene un gran jardín. Sala de estar con TV y tres sillas. El baño es de color azul. La sala más grande tiene tres dimensiones, porque no puede escuchar la música. E incluso películas. En el garaje, el coche es un árbol grande, así que un montón de sombras en la parte delantera de la casa.

domingo, octubre 17, 2010

Variada Acequias 53



Un menú muy interesante de colaboraciones reúne la edición 53 de Acequias, revista de la UIA Laguna. Sergio Antonio Corona, Mauricio Beuchot, Saúl Rosales, Raúl Olvera, Gabriel Trujillo, Laura Orellana, Magda Madero, Salvador Hernández Vélez, Eve Gil, Víctor Manuel Pérez, Édgar Salinas y Leonor Domínguez, entre otros, suman sus ideas en un ejemplar al que no se le puede pedir más. Como sabemos, su circulación es gratuita. Acequias puede ser solicitada en la Ibero. Otra opción para leerla es la web: http://issuu.com/iberotorreon/docs/acequias_53
Yo colaboré con este ensayito:

El verbo madrugar en La sombra del Caudillo

Jaime Muñoz Vargas

En el Libro V Capítulo I de La sombra del Caudillo, el general Protasio Leyva charla con los diputados hilaristas que le informan sobre la necesidad de frenar a quienes impulsan la candidatura del general Ignacio Aguirre. Le comentan que es una labor en apariencia sencilla, pero complicada en el fondo. Leyva, pragmático como nadie, responde: “Eso quiere decir que sólo necesitamos valernos de los grandes procedimientos”. Los “grandes procedimientos” son, si aclaramos la ironía que aquí carece de contexto, aniquilar a los rivales, fulminarlos a punta de pistola, madrugarlos antes de que estén mejor acomodados en el tablero político. En esencia, La sombra…, novela publicada en 1929 por Martín Luis Guzmán, relata eso: el ascenso de los enemigos del caudillo/presidente y el modo brutal con el que fueron marginados, mediante un despiadado madruguete, de toda aspiración. Se trata, pues, de un testimonio literario sobre los modales nada exquisitos de nuestra política, un fresco en el que quedó retratado el maquiavelismo a la mexicana que alcanzó su punto de esplendor en la década de los veinte.

“La mejor novela política que registran nuestras letras”, escribió hace varias décadas Carlos González Peña, coetáneo de Guzmán. A la fecha, si no la mejor, La sombra… sí es una de las más logradas y una de las primeras en registrar los alcances inaugurales de la Revolución, cuando ésta recién “degeneró en gobierno”, como gustaba afirmar Ranato Leduc. Se trata sin duda de una sinfonía narrativa, de una pieza literaria cuya prosa exacta y poética la convirtió de inmediato en referente no sólo de nuestras letras, sino también de nuestra forma de relacionarnos con el poder y de aspirar a él, es decir, La sombra… es asimismo un documento con flecos sociológicos. Por ello, la afirmación de González Peña sigue vigente: son muchos y variados los aciertos de Guzmán al adentrarse en las tripas de una realidad que, de tan enmarañada, hubiera sido un jeroglífico para escritores menos solventes.

La sombra… evidencia lo que sabemos sobre la vida de su autor. Tenía formación de periodista, de escritor y de funcionario público, oficios que desempeñó desde muy joven. Nacido en Chihuahua en 1887, sumaba apenas 23 años cuando estalló la Revolución. Para entonces, pues, su experiencia ya se había nutrido de un precoz quehacer periodístico que quizá fue la actividad donde tuvo mayores logros, además de un contacto estrecho con los agitados mentideros políticos de aquellos años y, fundamental en su formación, de un dialogo estrecho con los ateneístas Caso, Herníquez Ureña, Reyes, Vasconcelos, Torri, entre otros, lo que afinó sobre todo las armas de su estilo literario y la hondura de sus observaciones sobre la realidad mexicana.

Mucho se ha escrito sobre el valor de La sombra… Cierto que algunos críticos han destacado sus defectos (que los tiene), pero es unánime el dictamen que tras resaltar sus méritos concluye en calificarla como notable. A mi juicio, lo que vale más en La sombra… no son tanto su trama, ni sus peripecias, ni la pintura del ambiente ni la de los personajes; es algo más profundo: la capacidad para “leer” la atmósfera turbia, difusa, de la política mexicana en un momento en el que llegaba al colmo el uso de la fuerza para conquistar el poder. Desde lejos, en el exilio madrileño, Guzmán supo interpretar las noticias que le llegaban sobre México y ensamblarlas con su propia vivencia para desembocar en una verdad atroz: nuestro país ya presumía de estabilidad y democracia, pero lo cierto era que todo estaba patinado por la sombra de un caudillo que no iba a escatimar violencias para conservar sus fueros; entre otros, y acaso el más importante, el de elegir a su sucesor.

En su Historia de la literatura hispanoamericana, el argentino Enrique Anderson Imbert observa que

'La sombra del Caudillo' aventaja a este libro ['El águila y la serpiente'] por lo pronto en su mayor ambición literaria, en su organización como obra de arte. Puesto que es una novela y no un ensamble de crónicas —como 'El águila y la serpiente'— uno exige más. A causa de esa exigencia artística —exigencia que suele quedar insatisfecha—, por momentos el gusto del lector vacila y no sabe cuál de los dos libros mide mejor el real talento del autor. Comienza 'La sombra del Caudillo' con frases artísticas, ricas en cromatismos impresionistas. El torbellino de la acción arrebata la prosa y acaba por hundirla en una crónica de infamias, traiciones, ignominias, crímenes, abusos, vicios que transcurren en la época de las intrigas políticas de Obregón y Calles, a fines de 1927, en la ciudad de México y sus alrededores. La Revolución Mexicana aparece en plena farsa electoral. No hay una sola figura noble: ni siquiera Axkaná convence, pues si bien con más escrúpulos, también está complicado en las turbias intrigas de los demás. Da horror la fría precisión con que Guzmán describe el pistolerismo de la política mexicana. No ha creado ningún carácter memorable porque su interés fue más bien sociológico. La novela carece de unidad. Los primeros capítulos insinúan una situación (Rosario-Aguirre) que luego ni se desenvuelve ni cobra importancia. Tampoco tiene unidad estilística: preciosismo impresionista en los primeros capítulos, prosa objetiva después. Lo más interesante, con tono de novela, es la intriga, la conspiración y la violencia al final. Buena novela, con todo.

La larga cita, que es lo que dice sumariamente este crítico sobre La sombra…, sirve para mostrar el doble sentimiento que ha producido la novela en muchos receptores: algo tiene de desigual, de incompleta, de informe, pero al final convence, gana al lector, lo mueve a pensar que el escenario donde se desarrollan las acciones ha sido bien decorado y que Guzmán, avezado actor e intérprete de la acción política nacional, ha sabido procesar y condensar en unas páginas el aroma violento que irradia una sombra, la sombra del Caudillo.

Otro lector fuereño, John Broshwood, ha destacado en México en su novela la peculiar viscosidad que se siente al atravesar los capítulos de La sombra

La novela constituye probablemente un cuadro preciso de la política personalista. Es repugnante la falta de sentido del deber social de los dirigentes. Y las personas son muy reales, a pesar de alguna torpeza que podemos descubrir en la descripción de las relaciones sociales. Como Guzmán relataba la crónica de una trama política, atendió a la narración en su conjunto más que a escenas aisladas (…) El libro es casi una gran novela, pero no lo es del todo precisamente porque el autor, excelente periodista, careció de la imaginación del novelista. Su capacidad de recrear no estuvo a la altura de su habilidad para describir lo observado. Las fallas de 'La sombra del caudillo' no le impidieron ser una novela muy buena; pero carece de los alcances de 'El señor presidente', de Miguel Ángel Asturias, novela guatemalteca sobre un tema semejante.
El valor principal de 'La sombra del caudillo' estriba en las implicaciones de la palabra sombra. El poder del caudillo gravita pesadamente sobre todos, aun cuando no se encuentre presente. Es la fuente de la decisión final. Su autoridad existe de modo que trasciende nuestra idea normal de la influencia o de la capacidad de persuasión de una persona. Y aunque la novela, evidentemente, constituye un ataque contra el régimen de Calles, resulta más que eso, pues la sombra, más que el hombre, es lo importante. La sombra existe en una suerte de poder sobrenatural, como si estuviese inevitablemente presente. Los subordinados se pliegan ante el poder. El agente material del poder puede ser atacado y aún sustituido, pero la voluntad de aceptar el dominio de la sombra es constante. La sombra y su aceptación son el obstáculo principal que se levanta en el cambio de la democracia en México y el resto de América española.


La preocupación de Guzmán estaba enderezada entonces no tanto, como en otras novelas más ortodoxas, hacia la anécdota; las peripecias importan menos que el objetivo final: sentar un testimonio literario, con referentes históricos harto reconocibles, sobre la podredumbre de nuestro hacer político cuando ya presuponíamos no sólo el triunfo, sino el asentamiento y los beneficios sociales de la Revolución; La sombra… es una cruda negación de ese supuesto estatus: México todavía arrulla con balazos su naciente vida institucional, y en 1929 lejos estamos todavía de anular tal atavismo.

Más que novelar, Guzmán reporteó y examinó. De ahí que su imaginación no haya operado como lo hace en otros escritores; el chihuahuense observaba y concluía, y esa capacidad radiográfica es de hecho lo más visible en sus primeros libros. En La querella de México (1915), por ejemplo, apunta que como país “Nacimos prematuramente, y de ello es consecuencia la pobreza espiritual que debilita nuestros mejores esfuerzos, siempre titubeantes y desorientados”. O en una entrevista con Eduardo Blanquel: “Sigo creyendo que uno de los graves males de México, de los peores, es su falta de virtud y, por lo tanto, su inmoralidad. La inmoralidad, no sólo en cuestiones económicas, no sólo en cuestiones pecuniarias, sino en todos los órdenes”.
Los análisis de Guzmán sobre nuestra política lo obligan a pensar con pesimismo, pero, como Axkaná González (personaje que ha sido considerado el alter ego del autor en La sombra…), su idealismo no le permite darse por aniquilado. Maltrecho y todo, defectuoso de origen y lo que sea, el trabajo político debe ser desarrollado y acabar con la empistolada barbarie para que el lugar sea ocupado aunque sea por alguna pálida forma de democracia. Sobre esto no se hace muchas ilusiones y el asunto de su relato deriva en una matanza que es calca de otra real, pero el hecho de que Axkaná termine como termina en la novela da la impresión de que el autor cree en el futuro, en la salvación del ideal redentor que seguirá luchando.
Ahora bien, el fleco sociológico, antropológico incluso, de La sombra… fue magistralmente mitigado por la belleza envolvente de la prosa. La adjetivación, el ritmo, el logro de imágenes perfectas para describir hasta los detalles más pequeños —un gesto, un diálogo, un paisaje— hacen de esta novela un dechado de composición literaria desde el punto de vista estilístico. Emmanuel Carballo, en una acotación al margen de la famosa entrevista publicada en sus Protagonistas de la literatura mexicana, dijo: “Su estilo es el desquite de la inteligencia en un país en el que triunfan los sentimientos”. En efecto, si algo sugiere la prosa guzmaneana es que procede con una especie de cálida frialdad, si se permite el oxímoron: cálida por los hechos que narra, ardorosos y agitados; y gélidos porque el narrador parece observarlos como un científico social que antes de tomar partido está forzado a consignar lo que ve. En este sentido, no es irrelevante el “tratado” sobre política mexicana (política a la mexicana, vale aclarar) subyacente en La sombra… Con esa prosa maestra, fina, serenamente armada aunque sepamos que fue escrita con cierto arrebato, Guzmán filtra, mediante su narrador o sus personajes, otra querella de México donde podemos aquilatar la moral que mueve a nuestros gobernantes y sus rémoras; dice Emilio Olivier Fernández: “En política nada se agradece, puesto que nada se da”; “En política no hay más guía que el instinto, y yo, por instinto, sé que Aguirre no es sincero cuando rechaza su candidatura”. O un lambiscón cualquiera ante el general que ya huele a candidato: “—Ya sabe usted, compañero —le declaraban a Aguirre, o ‘ya sabe usted, mi general’—; usted cuenta conmigo para todito lo que se le ofrezca, de veras, sin recámaras. Soy de los que lo apoyamos con el corazón en la mano, no de los falsos y traidores. Y si alguien le viene con el chisme de que yo ando o yo hablo con el general Jiménez, no cavile por eso; tómelo a broma; que, de hacerlo, es tan sólo para no dar a los otros pie por donde puedan sospechar. Ya usted sabe cómo hay que irse bandeando en estos negocios”. También, esta declaración de Axkaná, premonitoria del destino que esperaba al ministro general Aguirre: “En el campo de las relaciones políticas la amistad no figura, no subsiste, Puede haber, de abajo arriba, conveniencia, adhesión, fidelidad; y de arriba abajo, protección afectuosa o estimación utilitaria. Pero amistad simple, sentimiento afectivo que una de igual a igual, imposible. Esto sólo entre los humildes, entre la tropa política sin nombre. Jefes y guiadores, si ningún interés común los acerca, son siempre émulos envidiosos, rivales, enemigos en potencia o en acto. Por eso ocurre que al otro día de abrazarse y acariciarse, los políticos más cercanos se destrozan y se matan. De los amigos más íntimos nacen a menudo, en política, los enemigos acérrimos, los más crueles”. Y otra de Axkaná: “Porque en México (…) no hay peor casta de criminales natos que aquella de donde los gobiernos sacan sus esbirros”. Remigio Tarabana, claridoso achichincle de Aguirre, también tiene sabiduría política: “¿Y qué pasa aquí, en cambio, con el funcionario falso, prevaricador y ladrón, me refiero a aquel a quien se calificaría de tal en las naciones donde imperan los valores éticos comunes y corrientes? Que recibe entre nosotros honra y poder, y, si a mano viene, aun puede proclamársele, al otro día de muerto, benemérito de la patria. Creen muchos que en México los jueces no hacen justicia por falta de honradez. Tonterías. Lo que ocurre es que la protección a la vida y a los bienes la imparten aquí los más violentos, los más inmorales, y eso convierte en una especie de instinto de conservación la inclinación de casi todos a aliarse con la inmoralidad y la violencia (…) Total: que hacer justicia, eso que en otras partes no supone sino virtudes modestas y consuetudinarias, exige en México vocación de héroe o de mártir”. Los enemigos de Aguirre también sabe opinar: “Cada dos años, cada tres, cada cuatro, se impone el sacrificio de descabezar a dos o tres docenas de traidores para que la continuidad revolucionaria no se interrumpa”. Y otra vez Olivier, animal político si los hay en La sombra…, quien aquí expone dos variaciones sobre un mismo tema, quizá el vertebral en la novela: “El que primero dispara, primero mata. Pues bien, la política en México, política de pistola, sólo conjuga un verbo: madrugar”; “La regla, la daré desde luego, es una sola: en México, si no le madruga usted a su contrario, su contrario le madruga a usted”.

En verdad, la sentenciosa enciclopedia política a la mexicana de Olivier y sus correlatos Axkaná, Tarabana y compañía, es el sustrato, lo que bajo la anécdota quería expresar Martín Luis Guzmán. Entre todo lo dicho, entre el ir y venir conspirativo de los personajes, una verdad se impone: la de madrugar, la de anticiparse al movimiento del enemigo y lanzar a tiempo el zarpazo. Al desoír el consejo, al tardarse un segundo más de lo recomendable en tomar providencias, el general Aguirre y los suyos probaron el plomo suministrado de “los grandes procedimientos”, esos que en México han sido usados para compensar, siempre madrugadora y violentamente, nuestro déficit democrático. Martín Luis Guzmán (“el más grande escritor que produjo la Revolución: un prosista diáfano, un ingenio travieso y penetrante, un observador y un investigador sagaz”, a juicio de González Peña) tomó como empréstito algunos hechos fabricados por la realidad, imaginó algunos otros, desplegó peripecias no desdeñables, pero eso le importó menos, tal vez mucho menos, que deslizar una turbadora axiología en las páginas de su relato.
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Comarca Lagunera, 16, septiembre y 2010

sábado, octubre 16, 2010

Top five de mis tangos



A veces me doy tiempo para oír tangos. Lo hago a ratos, entre los pendientes que nunca faltan. Mientras lo oía ayer, recordé una conversación con Quique Ruslender. Le dije que a mi juicio el mejor tango de la historia es “Sur”; él me respondió que “Pasional”. Sé que eso es una elección atravesada por la más terca subjetividad, así que da lo mismo que uno prefiera lo que sea, pues para el caso el mejor tango es todos los tangos, cualquiera; todo es cuestión de que nos guste. Me hice ayer la pregunta: ¿cuáles son mis cinco favoritos? Creo que quito a “Sur” del primer sitio y pongo otro. Hasta yo me contradigo y en ocasiones pongo a “Sur” en lugares que no son el primero. Ayer, nomás ayer, mi top five era el siguiente, en este orden:
Confesión” (Enrique Santos Discépolo): “Fue a conciencia pura / que perdí tu amor... / ¡Nada más que por salvarte! / Hoy me odias y yo feliz, / me arrincono pa’llorarte... / El recuerdo que tendrás de mí será horroroso, / me verás siempre golpeándote como un malvao. / ¡Y si supieras, bien, qué generoso / fue que pagase así tu buen amor! / ¡Sol de mi vida!, fui un fracasao / y en mi caída / busqué dejarte a un lao, / porque te quise tanto, ¡tanto! / que al rodar, para salvarte / solo supe hacerme odiar. // Hoy, después de un año atroz, te vi pasar: / ¡me mordí pa’no llamarte!... / Ibas linda como un sol... / ¡Se paraban pa’mirarte! / Yo no sé si el que tiene así se lo merece, / sólo sé que la miseria cruel / que te ofrecí, me justifica / al verte hecha una reina / que vivirás mejor lejos de mí”.
Uno” (Enrique Santos Discépolo): “Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños / prometieron a sus ansias... / Sabe que la lucha es cruel y es mucha, pero lucha y se desangra / por la fe que lo empecina... / Uno va arrastrándose entre espinas y en su afán de dar su amor, / sufre y se destroza hasta entender: que uno se ha quedao sin corazón... / Precio de castigo que uno entrega por un beso que no llega a un amor que lo engañó... / ¡Vacío ya de amar y de llorar tanta traición! // Si yo tuviera el corazón... (¡El corazón que di!...) / Si yo pudiera como ayer querer sin presentir... / Es posible que a tus ojos que me gritan tu cariño / los cerrara con mis besos... / Sin pensar que eran como esos otros ojos, los perversos, / los que hundieron mi vivir. / Si yo tuviera el corazón... (¡El mismo que perdí!...) / Si olvidara a la que ayer lo destrozó y... pudiera amarte / me abrazaría a tu ilusión para llorar tu amor... // Pero, Dios, te trajo a mi destino / sin pensar que ya es muy tarde / y no sabré cómo quererte... / Déjame que llore como aquel que sufre en vida / la tortura de llorar su propia muerte... / Pura como sos, habrías salvado mi esperanza con tu amor... / Uno está tan solo en su dolor... / Uno está tan ciego en su penar... / Pero un frío cruel que es peor que el odio / -punto muerto de las almas / tumba horrenda de mi amor, ¡maldijo para siempre y me robó... / toda ilusión!…
Garúa” (Enrique Cadícamo) ¡Qué noche llena de hastío y de frío! / El viento trae un extraño lamento. / ¡Parece un pozo de sombras la noche / y yo en la sombra camino muy lento! / Mientras tanto la garúa se acentúa con sus púas / en mi corazón... // En esta noche tan fría y tan mía / pensando siempre en lo mismo me abismo / y aunque quiera arrancarla, / desecharla y olvidarla / la recuerdo más. // ¡Garúa! / Solo y triste por la acera / va este corazón transido con tristeza de tapera. / Sintiendo tu hielo, / porque aquella, con su olvido, / hoy le ha abierto una gotera. // ¡Perdido! / Como un duende que en la sombra / más la busca y más la nombra... / Garúa... tristeza... / ¡Hasta el cielo se ha puesto a llorar! // ¡Qué noche llena de hastío y de frío! // No se ve a nadie cruzar por la esquina. / Sobre la calle, la hilera de focos / lustra el asfalto con luz mortecina. / Y yo voy, como un descarte, / siempre solo, siempre aparte, recordándote. / Las gotas caen en el charco de mi alma / hasta los huesos calados y helados / y humillando este tormento / todavía pasa el viento / empujándome”.
Y ya no cupieron las dos mejores: “Sur” y “Los mareados”. Luego las traigo y comento el conjunto íntegro.

viernes, octubre 15, 2010

Subsuelo mexicano



Entre muchas otras —los numerosos Octavios Paces que han analizado el ser nacional sabrían bien de qué hablo—, una de las razones por las que México no progresa al ritmo de otros países es la relajación de su moral ante la calamidad. Aquí toda desgracia y todo defecto son relativizados, neutralizados por medio del importamadrismo que se expresa mediante el humor. No pasó ni un día luego del rescate de los mineros chilenos para que comenzáramos con los parangones autodenigratorios. Entre más caca nos echemos, mejor, parece ser el mensaje.
Con apenas una hora de diferencia me llegó ayer un par de “cadenas” de mail. Las dos cartas hacen el mismo abordaje; hasta en la retórica se parecen, casi como si hubieran sido redactadas por la misma mano. En ellas se ve claro lo que afirmo: que casi nada nos duele o nos dolería porque todo resbala merced al sebo del humor; así la mentalidad, no tenemos de qué preocuparnos en caso de desastre. Con reír basta.
Hago una selección de lo que hubiéramos hecho, según los mencionados mails, “si los mineros fueran mexicanos” (enmiendo un poco la forma de las comparaciones):
Si los mineros fueran mexicanos... Tecate tendría este comercial: “Por los que les gusta tomar hasta el fondo. ¡Tecate!”
Si los mineros fueran mexicanos... Laura Bozzo estaría esperando al que tiene dos esposas y diría “¡Que salga el desgraciadoooo!”.
Si los mineros fueran mexicanos, seguro no los hubieran encontrado, pues no pudieron encontrar ni a una niña debajo del colchon.
Si los mineros fueran mexicanos, habría afuera ambulantes vendiendo (tamales, atole, elotes).
Si los mineros fueran mexicanos, ya hubieran hecho un anuncio de “Haz sándwich”.
Si los mineros fueran mexicanos, se estarían peleando para ver quién salen primero.
Si los mineros fueran mexicanos, TV Azteca ya estaría haciendo “La Academia... el rescate de los mineros”.
Si los mineros fueran mexicanos, suspenderían clases.
Si los mineros fueran mexicanos, todos hubieran tenido dos viejas.
Si los mineros fueran mexicanos, el Oxxo te pediría redondear para apoyar a los mineros.
Si los mineros hubieran sido mexicanos, creeríamos que es un montaje para distraer la atención.
Si los mineros fueran mexicanos, cabrían seis en la capsulita, como en el metro.
Si los mineros fueran mexicanos, habría un mariachi afuera para recibirlos cantando “Sacaremos ese buey de la barranca.. sacaremos a ese buey…”.
Si los mineros fueran mexicanos, el rescate se llamaría “Rescate bicentenario” y harían un programa con artistas, deportistas y Adal Ramones.
Si los mineros fueran mexicanos: varios estarían diciendo: “Esto no hubiera pasado con López Obrador”.
Si los mineros fueran mexicanos, la cápsula Fénix tendría el logotipo de Telmex, Maseca, Televisa, TV Azteca, Banamex y Leche Lala.
Si los mineros fueran mexicanos, ya hubieran salido por un narcotúnel.
Si los mineros fueran mexicanos, Carlos Loret de Mola estaría transmitiendo desde dentro de la mina.
Si los mineros fueran mexicanos, Televisa estaría preparando la producción de su telenovela “Dos mujeres, un minero”.
Si los mineros fueran mexicanos, sobrevivirían con el rescate, pero no con la atención del IMSS.
Si los mineros fueran mexicanos, ya habrían salido dos embarazados y un líder sindical.
Si los mineros fueran mexicanos, saliendo los atropellaba Celia Lora.
Si los mineros fueran mexicanos, ya estaría Fox diciendo: “Toda mi solidaridad para las familias de los buzos en desgracia”.

jueves, octubre 14, 2010

Los supervivientes de Atacama



Recuerdo una versión bodrio de Los supervivientes de los Andes (1976), film de René Cardona. Luego vi otra técnicamente mejor cocinada, gringa ella, pero la que perduró en mi afecto fue aquélla, la primera que vi hace 35 años en el hoy extinto cine Palacio de Gómez Ídem. Queda claro que para un niño las películas de héroes reales no se pueden olvidar así nomás. Siempre, toda la vida luego de que supe el drama de los supervivientes andinos, pensé que pasar por una experiencia de ese pelo era como haber visitado el infierno —en aquel caso un infierno gélido— y volver a la existencia para platicar a todo mundo la aventura. La imagen que conservo redime en algo la ínfima calidad actoral de Hugo Stiglitz, el mero mero de los supervivientes que luego de un avionazo quedaron vivos en algún punto de la desolación andina y como acto supremo de su deseo por vivir comieron carne humana, la de los pasajeros muertos pero conservados en el refrigerador cordillerano.
Todo eso me vino a la cabeza con las imágenes de los mineros chilenos. Desde que se supo la tragedia, o más que la tragedia el hecho específico de que estaban vivos, sentí que presenciábamos un film nonato. Seguramente algún día lo será, pues ante el agotamiento de los temas es muy atractiva desde ya la historia de los 33 hombres atrapados a cientos de metros bajo tierra, metidos en un refugio y a la espera de una salvación que en efecto la técnica posibilitó desde el arranque de las operaciones, pero que no era una enchilada para tomarse a la ligera.
Además de la película ya prácticamente armada para que Hollywood le meta los mejores efectos especiales, la noticia de los supervivientes de Atacama permite otras lecturas. Una de ellas, que me impresiona porque no he dejado de habitar a plenitud la galaxia del antiguo y lento flujo informativo, es la cobertura mediática. El martes el mundo estaba viendo, vía internet o televisión, en vivo, con audio y toda la cosa, a los mineros en su covacha salvadora mientras comenzaban a subir. Tal vez nos acostumbramos demasiado rápido a esas monstruosidades de la comunicación, pero lo pienso con calma y quedo azorado. ¿Cómo, millones y millones de personas en el planeta teníamos los ojos puestos en un punto del universo literalmente recóndito, un punto que no era Nueva York ni París o un estadio de futbol en una final mundialista? Pues sí, las cifras que dieron los medios sobre el rating del rescate fueron escalofriantes: mil millones de personas, una barbaridad. Se puede decir entonces que no había país que no estuviera de alguna forma atado al entorno de la mina San José.
El reality de los mineros (es innegable que en eso se convirtió) nos da idea pues del poder que ahora tiene la humanidad para colocarse en un mismo punto de la realidad. Eso es una maravilla, sin duda, pero también nos permite vislumbrar los peligros del control de los medios en unas pocas manos, en monopolios que pueden adueñarse de “la realidad” si entendemos, con Sartori, que es mediante las tecnologías de la comunicación y su dominio como hoy se asientan ante la opinión pública “verdades” que pueden ser (y son frecuentemente) mentiras.
Pese a la inmensa cantidad de cursilería que derramó toda crónica desde el famoso desierto chileno, resultó emocionante ver los trabajos de salvamento. Fue como un estar allí simultáneo, un testimoniar de primera mano lo que antes tardábamos años en saber con precisión gracias a un libro o un documental. El mundo ya es muy otro, ahora tenemos la fascinante capacidad de ver y oír lo que sucede a 700 metros bajo tierra. Si eso ya no asombra, entonces no sé a dónde hemos llegado.

miércoles, octubre 13, 2010

Cinco minutos con Vargas Llosa



Dije alguna vez que una novela de Mario Vargas Llosa podría servir para justificar la carrera literaria de cualquier escritor. No exagero. Si alguien escribe, por ejemplo, Conversación en La Catedral o La guerra del fin del mundo o La fiesta del Chivo, puede darse por extraordinario novelista y esperar el aplauso de los lectores y la crítica. Eso significa que si uno escribe lo que en cantidad y calidad ha escrito Vargas Llosa, uno no es escritor, sino portento de escritor.
Es ahora fácil caer en el elogio fácil, como si un galardón, por importante que sea, tuviera la virtud mágica de convertir lo que sea en oro. Con o sin premios, la obra literaria (li-te-ra-ria) de Vargas Llosa está entre las más valiosas de América. No de América: del mundo. Su riqueza se nota en todos los ítems que queramos: belleza de la prosa, arquitectura de las narraciones, apuesta experimental en el manejo de planos narrativos, descripción de las retículas podridas que detentan el poder en América Latina, malicia perruna en el diseño de los personajes, depurada administración del suspenso en cada trama, variedad temática y respeto por la calidad de la historia que en esencia debe contener todo aparato narrativo.
Cierto que, como cualquier ser humano, Vargas Llosa tiene alguno que otro bajón en su poderosa obra. No es para menos, pues lo contrario sería infalibilidad y eso no existe en esta tierra. Sin embargo, son tantos sus aciertos como narrador que uno queda absorto ante el poder persuasivo de sus ficciones, ante el hechizo de sus artefactos verbales.
Como algunos saben porque es algo de lo poco que puedo presumir en materia de trato con talentos de ese tamaño, alguna vez conocí y dialogué con Vargas Llosa (no es broma). Esa anécdota la he narrado ya en un librito inédito cuyo título quizá será Garabatos memorables, y es ésta:
En 2005 me fue bien. Aparte de otras buenas noticias, conocí y conversé cinco minutos con Mario Vargas Llosa. No es eso, que digamos, un hecho espectacular, pero para mí, que pondero su obra literaria como una de las mejores que un latinoamericano haya escrito, significó el encuentro con el Monstruo. Fue en San Luis Potosí. Poco antes, en la FIL de Guadalajara, el peruano tuvo varias presentaciones, todas brillantes pese a que, en más de una oportunidad, opinó con alguna ligereza sobre la realidad política mexicana. A la capital potosina fui a recoger el premio nacional de cuento. Allí me presentaron a un amable señor muy acicalado del que olvido nombre y puesto público. Tras conversar un rato, a la plática saltó el tema del doctorado que la Universidad Autónoma de SLP le otorgaría al autor de Conversación en La Catedral. Como el premio me había dado una migaja de notoriedad, le pedí a ese hombre que me invitara, a lo que accedió inmediatamente. Así, unas semanas después me llamaron de San Luis, me dijeron que mi hotel y mis viáticos estaban listos, y viajé. Lo hice en camión, con gusto, que así lo pedí para evitar el vuelo con escala en el DF. En la capital potosina tuve un hotel muy decoroso. Allí me calcé el traje y fui a la sede del ayuntamiento para oír, primero, una conferencia de Vargas Llosa sobre el Quijote. Fue, como era previsible, una pieza ensayística perfecta. Luego, el público invitado se dirigió a un salón de la Universidad para ver la entrega del honoris número no sé qué al peruano, y de allí pasamos a cenar a un elegante salón del casino La Lonja. Fue en ese recinto donde los organizadores me acomodaron cerca, a una mesa, del Monstruo, quien era asediado en todo momento. En un descuido, su silla aledaña quedó sola e hice lo que nunca hago: ser imprudente. Fui y me senté un rato, crucé algunas palabras con él, y ya, fueron mis tres o cuatro o a lo mucho cinco minutos de cercanía con el más grande novelista latinoamericano. Logré, eso sí, lo que pocos: una dedicatoria en la que no sólo puso MVLl, sino algo más: mi nombre en Cartas a un joven novelista.

domingo, octubre 10, 2010

Juego y malicia en Rockdrigo



Veo con beneplácito el renacimiento de Artefacto, revista de actualidad, gente y cultura que encabeza nuestro buen amigo Prometeo Murillo, el incansable Prometeo Murillo. Ha renovado parte de su equipo y espero que sea duradero este nuevo impulso a sus quehaceres periodísticos. Prometeo me invitó a colaborar y le acerqué el artículo “Juego y malicia en las letras de Rockdrigo. A 25 años de su muerte”. Dicho texto es una reconfiguración de la charla que ofrecí el 26 de mayo de 2010 en el Taller de grabado El Chanate., actividad del Icocult Laguna que se celebró en el marco del Festival Rockoahuila 2010.

A 25 años de su muerte
Juego y malicia en las letras de Rockdrigo

Jaime Muñoz Vargas

No sé si exagero, pero creo que la composición de letras en la música popular mexicana cuenta con tres o cuatro santones ineludibles. Dos de ellos están allí porque omitirlos sería craso disparate: Agustín Lara y José Alfredo Jiménez. Un poco abajo, sólo un poco, colocaría a los destacados Álvaro Carrillo, Luis Alcaraz, Consuelo Velázquez, María Grever, Francisco Gabilondo Soler, Chava Flores, Rubén Fuentes, Manuel Esperón y Tomás Méndez. Alguien reclamaría aquí a los contemporáneos Juanga y Marco Antonio Solís, pero no los creo suficientemente hábiles con la literatura, sino con el estribillismo pegajoso. Quizá, pese a lo cursi, tiene más malicia Joan Sebastian, pero hay mucho de lugar común en lo que escribe. El top de los mejores tiene, pese a la polémica que esto pueda suscitar, a dos o tres compositores amorosos del ámbito urbano, a dos o tres letristas del mundo rural también amoroso, a un compositor de canciones para niños y a un cronista del DF. Hasta 1980 no había entre ellos uno plenamente identificable con el rock y la juventud. No digo un compositor así nomás, sino uno que irradiara genio en sus letras, uno con talento para captar la personalidad del mexicano y revelar en sus piezas algo de lo que somos. Fue allí cuando apareció Rodrigo Eduardo González Guzmán, Rockdrigo, el imborrable Profeta del Nopal.
Nacido en Tampico, Tamaulipas, el 25 de diciembre de 1950, Rockdrigo pasó de ser un borroso cantautor de bares y cafés a símbolo de una generación y de un entorno, la capital del México. Murió el 19 de septiembre de 1985, en el terremoto que echó abajo decenas de edificios en el DF. No le alcanzó el tiempo para grabar sus canciones con mejores herramientas, ni para hacer un video con buena producción, ni para conceder entrevistas, ni para ver su fama de idolazo entre la muchedumbre, sobre todo, de chilangos. Pasados los años, sin embargo, ni sus colegas se oponen a etiquetarlo como notable en lo suyo, es decir, en la hechura letrística y musical de canciones que delatan habilidades propias de un creador excepcional.
A mi juicio, dos virtudes centrales tienen las letras del tamaulipeco: versos pensados con frescota malicia y arreglos tan originales que hacen imposible confundir una canción con otra. No olvido señalar, de paso, el talante bobdylanesco de Rockdrigo, pero es justo decir que el mexicano supo adaptar, sin calca, al norteamericano, sobre todo por el aditivo de la picardía. Asombrosamente, Rockdrigo es igual y al mismo tiempo diferente en todos sus temas, como si en cada pieza se renovara sin perder los atributos que lo hacen identificable desde la primera nota. En el mito, no me engaño, pesó también la voz rasposa y mezcalera, la magistral armónica, el dominio de la lira y del “túnel de la cantada”, es decir, de esa trompetilla bucal que habilitó en varias canciones de corte satírico.
No me detengo en más detalles biográficos y paso ahora a comentar lo que propongo en el título de este apunte: el valor de las letras en sí, de las letras despojadas del mito y de la música, que es como mejor se nota quién es quién cuando compone. Dividiré, pues, este apunte en cuatro apartados, cada uno iluminado por la alusión a un tema que juzgo relevante como línea temática representativa en el conjunto de las composiciones. Tales líneas son la social, la pícara, la especulativa y la cronística. Debo advertir que el afán por clasificar es artificioso, pues en más de una ocasión las líneas se trenzan, como lo podríamos comprobar si escuchamos las canciones con detenimiento (por largas, no cito las letras, pero remito a las direcciones de YouTube donde podemos escucharlas).

1) Línea social
En la primera, que a falta de mejor etiqueta denomino “social”, Rockdrigo se acerca al malestar de la gente, a las penurias cotidianas vinculadas sobre todo con lo laboral y lo económico. Resalto que a esos temas se aproxima sin lloriqueos, más bien con la sonrisa escéptica de quien reclama y al mismo tiempo está seguro de que no será escuchado. Su queja no es panfleto, sino lamentación impregnada de socarronería:
Balada del asalariado
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2) Línea satírica
Una de líneas temáticas más identificadas con Rockdrigo es la del humor. Lejos de la actitud grave y cejijunta de tiempo completo que adoptan muchos compositores de rock y de lo que sea, el tamaulipeco le abrió amplia cancha a la broma. Compuso así varias piezas en las que vibra el sarcasmo, la insolencia, el gusto por la ocurrencia picaresca, el doble filo del albur:
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3) Línea especulativa
No me atreví a llamarla “filosófica”. Me refiero a las canciones en las que Rockdrigo reflexiona sobre la vida desde una perspectiva más abstracta. No incurro en la irresponsabilidad de llamarlo “pensador” o algo parecido, pero el letrista tampiqueño tenía vena exaltada para crear imágenes cercanas a las de cualquier poeta vanguardista como Huidobro o Girondo. En otras palabras, se le daba bien el alucine poético-existencialista.
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4) Línea cronística
Por último, una de las facetas más celebradas de Rockdrigo: la de cronista a lo Chava Flores. He aquí un maestro de la observación, un compositor que desde sus Ray-Ban (similares a los de su paisano Rigo) pudo mirar y definir mejor que muchos lo que se ofrecía como espectáculo del caos. Asombra cómo logra, mejor que los mismísimos chilangos, articular un himno al metro o a la confusa mixtura de la megaurbe en dos de sus más célebres temas:
Metro Balderas
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Más líneas
Esto de las líneas temáticas puede ser ampliado al gusto de quien escucha. Como las letras comparten elementos ora satírico-sociales, ora especulativo-cronísticos, ora de esto y de aquello, las combinaciones pueden ser otras y las líneas más numerosas. Por ejemplo, en la presentación de esta charla me preguntaron por “Distante instante”. No la tenía fresca, pero sin duda es, acaso, la más oscura y triste de Rockdrigo, la más sentida, una de las pocas en la que sí se rebanó las venas. ¿En qué línea meterla? No hallo en cuál, por lo que se me ocurre proponer una vertiente más: la lírica, donde estaría quizá ese solo tema doloroso y cercano al patetismo del briago urbano hundido en el amorío descorazonador por la que se fue.
No me asomo a los arreglos ni a la instrumentación, que es asunto de expertos, pero sé que en ellos se basa la estética de lo rupestre. El planteamiento de este extraño “ismo” musical es explícito en el sentido de abreviar lujos, de usar sólo las uñas para comunicar. En algún momento, Rockdrigo lo planteó de esta jocosa forma en un minimanifiesto que no desentona con las grandes declaraciones de las vanguardias estéticas que sacudieron el arte a principios del siglo XX:

No es que los rupestres se hayan escapado del antiguo Museo de Ciencias Naturales ni, mucho menos, del de Antropología; o que hayan llegado de los cerros escondidos en un camión lleno de gallinas y frijoles.
Se trata solamente de un membrete que se cuelgan todos aquellos que no están muy guapos, ni tienen voz de tenor, ni componen como las grandes cimas de la sabiduría estética o (lo peor) no tienen un equipo electrónico sofisticado lleno de sinters y efectos muy locos que apantallen al primer despistado que se les ponga enfrente.
Han tenido que encuevarse en sus propias alcantarillas de concreto y, en muchas ocasiones, quedarse como el chinito ante la cultura: nomás milando.
Los rupestres por lo general son sencillos, no la hacen mucho de tos con tanto chango y faramalla como acostumbran los no rupestres pero tienen tanto que proponer con sus guitarras de palo y sus voces acabadas de salir del ron; son poetas y locochones; rocanroleros y trovadores. Simples y elaborados; gustan de la fantasía, le mientan la madre a lo cotidiano; tocan como carpinteros venusinos y cantan como becerros en un examen final del conservatorio.

A diferencia de las estridencias nacionalistas de Botellita de Jerez y de otros grupos coetáneos, Rockdrigo hizo una mezcla más sutil, una especie de eclecticismo bien disfrazado. En el artículo “Onirismos rockanroleros” expone su noción de la mixtura que intentó cuajar: “Algo bastante característico del blues, es que no solamente su ritmo le da el carácter melancólico que tiene, sino también las llamadas ‘notas blues’ que definen más su intención (terceras y séptimas disminuidas) que en un momento dado se pueden trasladar al huapango; aparte del paralelo armónico, el blues y el huapango, coinciden extraoficialmente en su improvisación, en los dos, ésta ocupa un lugar privilegiado, si no es que el principal; los violines y los requintos no son por lo general melodías prefabricadas, sino formas libres y de carácter constante: en los versos, tanto bluseros como huapangueros, hay una igualdad o superioridad con flexibilidad musical; partiendo de alguna frase conocida, o de un hecho en general (o particular) se le van inventando otras frases que rimen entre sí, para así poder redondear una serie de imágenes que crean espacios similares, para hacerlos aún más afines”.
Improvisación, mezcla, hibridismo, sobreimposición, bricolage, llámese como se llame, la obra de Rockdrigo refleja una personalidad que toma prestado de otras partes, es verdad, pero con el inconfundible componente de palabras y emociones mexicanas. Sus letras, con los defectos añadidos por la espontaneidad y la modestia de un equipo técnico que sólo permitió grabaciones rupestres, enriquecieron y seguirán enriqueciendo a la música mexicana. No digo al rock, al blues, sino a la música mexicana en general, esa música que en definitiva debe incluir a Rockdrigo entre los comensales de su última cena.

sábado, octubre 09, 2010

Parábola del moribundo, hoy



Hoy a las 12 del mediodía en el foyer del Teatro Nazas presentaré mi novela Parábola del moribundo en el marco del Festival Artístico Coahuila 2010. La entrada es libre. Daniel Lomas me acompañará con sus palabras. La entrada es libre y habrá botanita. Allí los espero. Paso aquí, por mientras, un fragmento donde aparecen los dos protagonistas: el poeta Santiago Macías y el entrón Vicente Caballero a punto de emprender un sabroso viaje a Parras.
El viejo andaba más contento que un boy scout con pañoleta nueva. Esperaba en la salita y no hacía más que silbar sus tonadillas bolerísticas. Tenía un silbido perfecto, melodioso y muy agudo, ultrasónico, tanto que podía despertar desde Torreón a los perros de Afganistán. Tuvo tiempo para observar mis cuadros, mis muebles, mis módicos objetos de ornamento. Me habló de lejos:
—Oye, Santiago, ¿y qué pasó con tu tele?
—No tengo tele.
—¿No tienes tele? ¿Cómo chingados que no tienes tele?
—No, no tengo. Nunca he tenido. Bueno, sí, cuando era niño, en mi casa.
—Eres el único cabrón de toda La Laguna que no tiene tele. No lo puedo creer, estás bien loco, Santiago.
La posesión de la tele, según Vicente, era el testimonio de la cordura colectiva, cuando en realidad significaba lo contrario. No discutí. El viejo silbaba ahora una especie de pasodoble al que sólo le faltaban los bureles, el juez de plaza y olé. Salí vestido con los mismos trapos de siempre y con mi maleta de futbolista llanero. Allí llevaba —sólo de paseo— un libro de Reyes acabado de conseguir.
Subimos a la bala de plata y vi que Vicente le había adaptado atrás una hielera marca Igloo. Me dijo que se surtió bien de Tecates para que las muchachas fueran muy animadas desde el camino. Eran las siete de una tarde con el cielo desértico, sin nube alguna y con el sol naranja a punto de sentarse en los lampiños cerros del horizonte.
Llegamos a las inmediaciones del Cosmos. Allí afuera estaban las dos, Yolanda y María Luisa, esperando la bala de plata como si fueran las muchachas de Archi a punto de emprender el reventón. María Luisa tenía ciertos rasgos nasales y mandibulares de Rarotonga, ya rozaba los cuarenta, era brillosa de la cara y parecía haber sido sometida a un trabajo de restiramiento como el que suelen pagarse, diez veces en la vida, las viejas actrices de los estudios Churrubusco. Oxigenado pero con alevosas raíces negras, su look parecía un haz de trigo aparatosamente levantado hacia el cenit. Vestía una playera fosfo limón y una licra de ciclista que exaltaba el esplendor de su nalgamen amplio y celulítico. Por su parte y como si trajera encima un fantasma, Yolanda llevaba un vestido de dacrón floreado y suelto en su corpezuelo y dos huarachitos de baqueta que no podían pesar más de veinte gramos.
Luego de presentarnos —Vicente, era previsible, concentró su cetrera pupila en la licra de María Luisa, la mujer del celuloide— subimos al coche con la distribución adecuada: adelante los veteranos, atrás los prospectos, es decir, Yolanda y un servidor. Salimos por la ruta del enrevesado libramiento, una autopista criminal en la que zumbaban los Kenworth y los Dina. Parras estaba a hora y media de camino, pero me sorprendió otra vez la facilidad con la que Vicente se adaptaba a sus ocasionales mujeres. En el rudimental vocabulario del terodáctilo no existía la palabra pero. Casi cualquier mujer le llenaba el bifocal y María Luisa estaba en el ancho ranking de la lubricidad vicentenaria. Ameno coloquio llevaban adelante, y el tema pasaba, con gran erudición, de la música populachera a los programas de la tele (“ande, sí, las novelas de Verónica Castro me gustan un chorrotal”). Cervezas en mano, espectadores callados de lo que pontificaban nuestros amigos, así íbamos Yolanda y yo. Apenas agregábamos una apostilla, un tibio escolio a la fascinante conversación que nutrió el periplo hacia el Rincón del Montero.