Inevitablemente se atraviesa el tema político en conversaciones con argentinos. En mi viaje de mayo pasado me interesaba pescar la percepción sobre el actual gobierno de Argentina y con pocas variaciones lo que escuché fue esto: “Frente a la mierda de la oposición, no queda más opción que el kirchnerismo”. Por supuesto que lo mío no era una encuesta, algo sistematizado, sino la inquietud de un viajero en busca de pareceres sueltos que de todas maneras sirvieran (me sirvieran) para armar una opinión general sobre el desempeño de un par de gobiernos: el de Néstor Kirchner y el de Cristina Fernández.
La opinión de mis interlocutores se daba siempre con un meneo de cabeza, con el escepticismo propio de quienes ya han visto de todo en política. Ninguno me reveló amor por el, llamémosle así, kirchnerato, pero todos o la mayoría coincidieron en afirmar que luego de las experiencias traumáticas del menemismo, del delarruismo y del duhaldismo, cuando la Argentina estaba sumida en el caos y la incertidumbre, Néstor Kirchner abrió en 2003 una brecha que reinstaló la política donde prácticamente había desaparecido. Ayer, en entrevista de radio con el extraordinario periodista Mario Wainfeld, el diputado Martín Sabbatella señaló que el vacío que queda tras la muerte de Kirchner es proporcional a la huella que marcó en la realidad argentina; “Instaló la política con fuerza y logró vencer en la gente la cultura de la resignación”, dijo Sabbatella.
Por otra parte, Ricardo Forster, a mi parecer uno de los intelectuales más brillantes de aquel país, declaró que “Si Néstor Kirchner transmitió algo es una convicción radical respecto de su profundo deseo de vivir un país más justo y equitativo. (…) Fue un hombre que estaba apasionado con la posibilidad de devolverle al país una dignidad que había perdido y, sobre todo, distribuir mejor para el conjunto de los argentinos”. Añadió que “Néstor Kirchner era un hombre común y corriente con el cual se podía tomar un café en una esquina. Era el amigo del barrio. Un hombre absolutamente festivo y amigo de sus amigos. Un hombre apasionado y que tenía esa fibra para poder tomar decisiones cuando hay que tomarlas (…) mucha gente vio eso de Néstor Kirchner hasta que comenzaron a construir una imagen de un personaje casi monstruoso. El violento, el crispado y yo que sé cuántas cosas más, cuando en realidad era un hombre fiel a sus ideales políticos y con una gran capacidad de escucha. (…) A aquellos que veníamos del mundo de las ideas, de la universidad, de los debates culturales que muchas veces están cerrados sobre sí mismos, nos abrió la puerta a la participación en la vida democrática (…) Creo que a Kirchner, sacando a aquellos que lo han odiado hasta el extremo de desearle la muerte y que son una minoría, el resto lo va a extrañar infinitamente y van a recordar su presidencia entre las más importantes de la historia del país, no me cabe la menor duda de que Kirchner entró por la puerta grande a la historia argentina”.
Entre los temas reinstalados en el debate público por el kirchnerismo está, sin duda, el de los juicios a los militares que cometieron todo tipo de atrocidades durante la dictadura del 76 al 83, y la relación del Estado Argentino con los medios, sobre todo con el poderoso Grupo Clarín. En ambos casos, tanto Néstor como Cristina han dado un ejemplo histórico no nada más a su país, sino a todo el mundo. No sólo es posible, sino imperativo que los crímenes de lesa humanidad cometidos por cualquier gobierno sean juzgados de acuerdo a la más rigurosa ley y castigados según los grados de culpabilidad que revelen los instrumentos probatorios. En este sentido, una imagen vale más que estas palabras: la de Néstor Kirchener presenciando cómo era quitada la foto del recuerdo presidencial del genocida Videla. La otra gran batalla ha sido librada en esencia contra el monopolio mediático de Clarín. Esa lucha está fresca y viva todavía, y ha tenido como eje la construcción de una nueva Ley de Medios que reconfigure las reglas del juego en un país que (como algunos otros bien conocidos) es o era casi gobernado a su antojo por uno o dos grupos mediáticos todopoderosos y bien nucleados con el dócil poder político de turno. Por eso y por bastante más, la figura de Néstor Kirchner será en efecto extrañada por miles, acaso por millones de argentinos.
La opinión de mis interlocutores se daba siempre con un meneo de cabeza, con el escepticismo propio de quienes ya han visto de todo en política. Ninguno me reveló amor por el, llamémosle así, kirchnerato, pero todos o la mayoría coincidieron en afirmar que luego de las experiencias traumáticas del menemismo, del delarruismo y del duhaldismo, cuando la Argentina estaba sumida en el caos y la incertidumbre, Néstor Kirchner abrió en 2003 una brecha que reinstaló la política donde prácticamente había desaparecido. Ayer, en entrevista de radio con el extraordinario periodista Mario Wainfeld, el diputado Martín Sabbatella señaló que el vacío que queda tras la muerte de Kirchner es proporcional a la huella que marcó en la realidad argentina; “Instaló la política con fuerza y logró vencer en la gente la cultura de la resignación”, dijo Sabbatella.
Por otra parte, Ricardo Forster, a mi parecer uno de los intelectuales más brillantes de aquel país, declaró que “Si Néstor Kirchner transmitió algo es una convicción radical respecto de su profundo deseo de vivir un país más justo y equitativo. (…) Fue un hombre que estaba apasionado con la posibilidad de devolverle al país una dignidad que había perdido y, sobre todo, distribuir mejor para el conjunto de los argentinos”. Añadió que “Néstor Kirchner era un hombre común y corriente con el cual se podía tomar un café en una esquina. Era el amigo del barrio. Un hombre absolutamente festivo y amigo de sus amigos. Un hombre apasionado y que tenía esa fibra para poder tomar decisiones cuando hay que tomarlas (…) mucha gente vio eso de Néstor Kirchner hasta que comenzaron a construir una imagen de un personaje casi monstruoso. El violento, el crispado y yo que sé cuántas cosas más, cuando en realidad era un hombre fiel a sus ideales políticos y con una gran capacidad de escucha. (…) A aquellos que veníamos del mundo de las ideas, de la universidad, de los debates culturales que muchas veces están cerrados sobre sí mismos, nos abrió la puerta a la participación en la vida democrática (…) Creo que a Kirchner, sacando a aquellos que lo han odiado hasta el extremo de desearle la muerte y que son una minoría, el resto lo va a extrañar infinitamente y van a recordar su presidencia entre las más importantes de la historia del país, no me cabe la menor duda de que Kirchner entró por la puerta grande a la historia argentina”.
Entre los temas reinstalados en el debate público por el kirchnerismo está, sin duda, el de los juicios a los militares que cometieron todo tipo de atrocidades durante la dictadura del 76 al 83, y la relación del Estado Argentino con los medios, sobre todo con el poderoso Grupo Clarín. En ambos casos, tanto Néstor como Cristina han dado un ejemplo histórico no nada más a su país, sino a todo el mundo. No sólo es posible, sino imperativo que los crímenes de lesa humanidad cometidos por cualquier gobierno sean juzgados de acuerdo a la más rigurosa ley y castigados según los grados de culpabilidad que revelen los instrumentos probatorios. En este sentido, una imagen vale más que estas palabras: la de Néstor Kirchener presenciando cómo era quitada la foto del recuerdo presidencial del genocida Videla. La otra gran batalla ha sido librada en esencia contra el monopolio mediático de Clarín. Esa lucha está fresca y viva todavía, y ha tenido como eje la construcción de una nueva Ley de Medios que reconfigure las reglas del juego en un país que (como algunos otros bien conocidos) es o era casi gobernado a su antojo por uno o dos grupos mediáticos todopoderosos y bien nucleados con el dócil poder político de turno. Por eso y por bastante más, la figura de Néstor Kirchner será en efecto extrañada por miles, acaso por millones de argentinos.