Convertido en un estadista exprés, Felipe Calderón ha hecho su agosto mediático en España. Las televisoras mexicanas, con todo el peso de su influencia, le han dado una cobertura de oro y han seguido un guión celebratorio sin tapujos. Por otra parte, Ciro Gómez Leyva se lamenta de que en la madre patria lo reciban con el bombo de Manolo y en México sólo coseche desprecios y protestas. Será, quizá, porque una buena parte de los mexicanos seguimos en la idea de que es un presidente espurio, y lo que se funda en un fraude no merece reconocimiento. El gobierno y el monarca españoles lo aplauden por una razón práctica: hay jugosos proyectos de inversión en marcha y otros pueden prosperar si dentro de tres años, como anhelan, el coterráneo delfín Mouriño se hace de la candidatura por la presidencia azteca. En ese escenario, ¿cómo tratar mal al Exmo. Sr. D. Felipe Calderón? Al contrario, dicen Juan Carlos de Borbón, Rodríguez Zapatero, Rajoy y compañía: bienvenido sea.