“No hay ensayo más breve que un aforismo”, ha escrito Gabriel Zaid. Para definir al aforismo, pues, el ensayista mexicano ha fabricado uno. Con las reservas del caso, podemos aceptar que, en efecto, el aforismo es la forma más condensada de la opinión personal sobre alguna materia. Como a otras formas breves, le falta la densidad explícita de la elaboración discursiva, el juego de las explicaciones que terminan por decir a las claras de qué trata tal o cual asunto. La forma breve frena, detiene la expresión y obliga a la complicidad del lector, quien debe necesariamente hacer la tarea siguiente: redondear el sentido, terminar la pieza, co-crearla. Poco más adelante veremos por qué reflexiono sobre esto.
Al hojear el ladrillo Regeneración, 1900-1918, reitero que el valor de las luchas sociales se agiganta cuando ha quedado un testimonio escrito sobre sus avatares. No sé qué tan justo haya sido la historia de México con el periodismo de los magonistas, y no sé siquiera si alguna historia del periodismo mexicano le ha dado el lugar (los clásicos de la oratoria dirían señero) que merece. Un cúmulo bárbaro de información y opiniones campean en esta que es apenas una compilación de los textos que el periódico de los magonistas publicó durante casi veinte años de accidentada vida. Asombra que, en medio del fragor, entre huidas y zozobras, a salto de mata, como dice la gente, los militantes del Partido Liberal se hayan dado tiempo para redactar, con un resplandor estilístico y una compacta fortaleza ideológica, infinidad de párrafos que a la postre serviría para incitar a la rebelión. Más allá de los resultados (como en el caso de Viesca), la propuesta del magonismo vale ahora como símbolo de congruencia y tesón. Las páginas de su periódico testimonian, como pocos, que algo profundamente firme movía el interior de aquellos hombres. Si muchas veces parece suficiente dedicar la inteligencia y la palabra a las causas de la emancipación, los hombres que hicieron Regeneración estaban un paso más allá de eso que les hubiera parecido cómodo: junto a la escritura, por debajo de la escritura incluso, estaba la lucha directa, la organización del partido, el esfuerzo hormiga de perseguir un ideal y sacrificarlo todo en su procura.
He rehojeado el tomote de Regeneración, número 88 de Lecturas Mexicanas que en 1987 reimprimieron la SEP y la editorial Era. No tiene página de desperdicio, desde el prólogo de Armando Bartra. Abrirlo en cualquier sitio es encontrar el filo de la expresión literariamente bien lograda en conjunción con el brío ideológico. Hoy en la mañana, al conversar con Saúl Rosales, dijo algo que alienta mi entusiasmo de escritor frente a una obra de naturaleza política: “No sé por qué no hay tesis de literatura sobre esos textos periodísticos”. Es verdad: la fuerza huracanada de las ideas vuela con viril empaque en la prosa de quienes hicieron de Regeneración el periódico más radicalmente propositivo en los albores del siglo XX mexicano. Ignoro qué tanto crédito recibirá el magonismo en las fiestas del centenario, pero los levantamientos de Viesca, Las Vacas y Palomas sirven para hacer notar que nuestros historiadores de la revolución deben también echar un ojo a la enérgica fuerza motriz que tuvieron las ideas del Partido Liberal y que fueron expresadas con fidelidad en Regeneración.
Uno de los colaboradores más incisivos fue, sin duda, Praxedis Gilberto Guerrero. En sus textos, el poder de sus ideas convivía con un encanto literario difícil de igualar por sus coetáneos. Era, creo, un escritor metido a político por la fuerza de la realidad, no un político metido a escritor. En una de sus colaboraciones, acaso conciente de que el pensamiento de los liberales debía quedar mejor estampado en la memoria de quienes leyeren, encapsuló en aforismos varias de las ideas que en otros textos suyos aparecen desarrolladas con mayor amplitud, la amplitud que le permitía el espacio periodístico. Ese texto lleva como título “Puntos rojos”. Si alguna vez fue usada en México la hipercondensación ideológica de muro o de pancarta, el aforismo, esta fue una de ellas, tal vez la más lograda. Escribió el anarquista Guerrero estos aformismos que encierran buena parte de su axiología:
-Proletario, ¿qué es tu vida que la amas tanto, que la cuidas del viento revolucionario y la metes gustoso al molino de la explotación.
-La pasividad y la mansedumbre no implican bondad, como la rebeldía no implica salvajismo.
-La justicia no se compra ni se pide de limosna; si no existe, se hace.
-Hay muchos impacientes por la hora de la libertad; pero ¿cuántos trabajan para acercarla?
-Derechos escritos, nada más escritos, son burlas al pueblo, momificadas en las constituciones.
No era, por lo que se ve, un pensamiento sistematizado, programático, sino la reducción a su mínimo tamaño del viento interior que movía la acción magonista. Esas ideas tenían valor, y empujaron a muchos hombres a seguirlas. Tal vez ahora sus ensayos en miniatura nos suenen excesivos, desproporcionados, tan excesivos y desproporcionados, casualmente, como los lastres sociales que seguimos arrastrando. Saquemos conclusiones y digamos si tuvo razón Prexedis Guerrero y si la tuvieron, de paso, todos los que convivieron con él en el mismo credo político que en Viesca tuvo uno de sus más representativos escenarios.
Al hojear el ladrillo Regeneración, 1900-1918, reitero que el valor de las luchas sociales se agiganta cuando ha quedado un testimonio escrito sobre sus avatares. No sé qué tan justo haya sido la historia de México con el periodismo de los magonistas, y no sé siquiera si alguna historia del periodismo mexicano le ha dado el lugar (los clásicos de la oratoria dirían señero) que merece. Un cúmulo bárbaro de información y opiniones campean en esta que es apenas una compilación de los textos que el periódico de los magonistas publicó durante casi veinte años de accidentada vida. Asombra que, en medio del fragor, entre huidas y zozobras, a salto de mata, como dice la gente, los militantes del Partido Liberal se hayan dado tiempo para redactar, con un resplandor estilístico y una compacta fortaleza ideológica, infinidad de párrafos que a la postre serviría para incitar a la rebelión. Más allá de los resultados (como en el caso de Viesca), la propuesta del magonismo vale ahora como símbolo de congruencia y tesón. Las páginas de su periódico testimonian, como pocos, que algo profundamente firme movía el interior de aquellos hombres. Si muchas veces parece suficiente dedicar la inteligencia y la palabra a las causas de la emancipación, los hombres que hicieron Regeneración estaban un paso más allá de eso que les hubiera parecido cómodo: junto a la escritura, por debajo de la escritura incluso, estaba la lucha directa, la organización del partido, el esfuerzo hormiga de perseguir un ideal y sacrificarlo todo en su procura.
He rehojeado el tomote de Regeneración, número 88 de Lecturas Mexicanas que en 1987 reimprimieron la SEP y la editorial Era. No tiene página de desperdicio, desde el prólogo de Armando Bartra. Abrirlo en cualquier sitio es encontrar el filo de la expresión literariamente bien lograda en conjunción con el brío ideológico. Hoy en la mañana, al conversar con Saúl Rosales, dijo algo que alienta mi entusiasmo de escritor frente a una obra de naturaleza política: “No sé por qué no hay tesis de literatura sobre esos textos periodísticos”. Es verdad: la fuerza huracanada de las ideas vuela con viril empaque en la prosa de quienes hicieron de Regeneración el periódico más radicalmente propositivo en los albores del siglo XX mexicano. Ignoro qué tanto crédito recibirá el magonismo en las fiestas del centenario, pero los levantamientos de Viesca, Las Vacas y Palomas sirven para hacer notar que nuestros historiadores de la revolución deben también echar un ojo a la enérgica fuerza motriz que tuvieron las ideas del Partido Liberal y que fueron expresadas con fidelidad en Regeneración.
Uno de los colaboradores más incisivos fue, sin duda, Praxedis Gilberto Guerrero. En sus textos, el poder de sus ideas convivía con un encanto literario difícil de igualar por sus coetáneos. Era, creo, un escritor metido a político por la fuerza de la realidad, no un político metido a escritor. En una de sus colaboraciones, acaso conciente de que el pensamiento de los liberales debía quedar mejor estampado en la memoria de quienes leyeren, encapsuló en aforismos varias de las ideas que en otros textos suyos aparecen desarrolladas con mayor amplitud, la amplitud que le permitía el espacio periodístico. Ese texto lleva como título “Puntos rojos”. Si alguna vez fue usada en México la hipercondensación ideológica de muro o de pancarta, el aforismo, esta fue una de ellas, tal vez la más lograda. Escribió el anarquista Guerrero estos aformismos que encierran buena parte de su axiología:
-Proletario, ¿qué es tu vida que la amas tanto, que la cuidas del viento revolucionario y la metes gustoso al molino de la explotación.
-La pasividad y la mansedumbre no implican bondad, como la rebeldía no implica salvajismo.
-La justicia no se compra ni se pide de limosna; si no existe, se hace.
-Hay muchos impacientes por la hora de la libertad; pero ¿cuántos trabajan para acercarla?
-Derechos escritos, nada más escritos, son burlas al pueblo, momificadas en las constituciones.
No era, por lo que se ve, un pensamiento sistematizado, programático, sino la reducción a su mínimo tamaño del viento interior que movía la acción magonista. Esas ideas tenían valor, y empujaron a muchos hombres a seguirlas. Tal vez ahora sus ensayos en miniatura nos suenen excesivos, desproporcionados, tan excesivos y desproporcionados, casualmente, como los lastres sociales que seguimos arrastrando. Saquemos conclusiones y digamos si tuvo razón Prexedis Guerrero y si la tuvieron, de paso, todos los que convivieron con él en el mismo credo político que en Viesca tuvo uno de sus más representativos escenarios.